El show de Balmes
En el mundo de la música lo que te hace triunfar, reduciéndolo todo un poco, es tener una historia que contar, especialmente si no estás dispuesto a entrar en el mecanismo comercial que gira y gira, o al menos a no dejarte absorber completamente por él y a permitir que extraiga tu identidad de tu cuerpo con un ejército de jeringas letales. Desafortunadamente, vivimos tiempos complejos para las historias. Podríamos decir que las historias escasean y que, como consecuencia, escasea la gente que pueda contarlas. No es que la gente de las últimas generaciones haya nacido con una menor dosis de talento en su sangre que las anteriores, sino que el contexto sociocultural es menos propicio para la creación y el discurso imaginativo.
En España, ser un artista genuino en la actualidad es más difícil que nunca. La música nacional cogió una bocanada gigante de aire allá por los comienzos de los 80, cuando adquirió de golpe y de frente toda la frescura que este género artístico tan particular había experimentado a nivel mundial unos 20 años antes. La tardanza fue la de rigor con la que las cosas aterrizan en la península de las ferias y las procesiones, las cuales, ojo, también cuentan una historia, solo que siempre la misma y en sentido circular. De todos modos, a la música española hace tiempo que se le está agotando el aire. Cada vez hay menos gente con identidad y más cosas clónicas, sea el género que sea y dando igual el lugar. Por eso, cuando aparece alguien con una fuerza poética notable, pese a que no se introduzcan novedades instrumentales a resaltar, es importante darle la relevancia que merece. Y Santi Balmes tiene esa fuerza, lo que provoca que su grupo, Love of Lesbian, que visitó Compostela en doble sesión la pasada semana abarrotando la Sala Capitol, también la tenga.
La historia que cuenta Balmes está llena de un imaginario muy personal, llevado siempre al terreno del oxímoron, de lo paradójico, de lo inesperado. Las letras que escribe el barcelonés generan un universo propio lleno de seres místicos, llenos de colores vivos y en ocasiones próximos a lo barroco, seres que acarrean una fortísima simbología y que cubren de polvos mágicos toda su música. Además, el músico catalán cuida al máximo el departamento artístico de todo lo que lo rodea: discos, puesta en escena… todo se colorea en la misma dirección: en 1999 las cosas pretendían ser más grises y más gastadas, como la nostalgia de un tiempo pasado mejor, Balmes pretendía infundir a su música ese aroma, y para ello utilizó todos los recursos a su alcance. En El poeta Halley, sin embargo, recuperó la esencia de sus dos primeros álbumes en español, los fantásticos Cuentos chinos para niños del Japón y Maniobras de escapismo: muchos colores, mucha vida, mucha melancolía y muchos sueños por cumplir.
Así que, cuando Santi Balmes y sus chicos saltan al escenario, el escenario cobra vida. Se levanta sobre sí mismo, se enciende dependiendo de la situación y te saluda, te da la bienvenida al espectáculo, que comienza entre luces, múltiples colores, indumentaria elegida para la ocasión y el carisma arrollador del protagonista del show. Las cosas quedan claras desde el principio: estás asistiendo a un espectáculo profundamente personal y, lejos de las multitudes festivaleras, el barcelonés se permite entrar de lleno consigo mismo. Las anécdotas intercanción cuentan cosas similares a sus letras, y funcionan como nexos de unión guionizados, como lazos que vuelan en domingos astrománticos.
Y de todo el delirio que causa Balmes sobre el escenario lo más bonito acaba siendo la música, o la poesía, o el arte, que emerge como un ente individual y se deja ver, se pavonea por el recinto y vuelve a darse una vuelta, boca abajo o boca arriba, para que todos los asistentes recuerden que todavía existe, y permitirles sumergirse en él, nadar y navegar o navegar y nadar en orden inverso y de nuevo en el orden preestablecido. De lo único que es Love of lesbian como grupo dentro del panorama del indie-rock español lo mejor es Santi Balmes, y lo mejor de Santi Balmes acaba siendo, cómo no, Love of lesbian. Entre huracanes, planeadores, artistas élficos, luces de neón, volcanes, Buda y Schopenhauer, se alza el polvo y entra la música por todas las rendijas. Y a sudar, que son dos días.
Foto de portada: Adrián Viéitez.