Natalie Portman, reina en Camelot

Es una escena que huye del alboroto que supone una película ambientada en los turbulentos días que siguieron al asesinato de Joh Fitzgerald Kennedy. En ella Jacqueline Kennedy (Natalie Portman) se encuentra con Robert Kennedy (Peter Sarsgaard) en la parte trasera del coche fúnebre que traslada el cuerpo del ya ex presidente. Tras respirar uno de los pocos momentos de intimidad de los que dispone, Jackie lanza algunas preguntas al chófer. Su intención es descubrir si el conductor conoce una serie de nombres: James Garfield, William McKinley y Abraham Lincoln. El hombre cuestionado solo conoce al último de los tres personajes, que comparten el hecho de haber sido presidentes de los Estados Unidos asesinados durante su mandato. Es en esta escena en la que Jackie demuestra a las claras su intención de crear un legado con el que inmortalizar la figura de su marido. El director chileno Pablo Larraín utiliza este anhelo para construir un complejo biopic que enlaza dos líneas temporales principales. Así pues, la historia se presenta como un relato explicado por la propia Jackie durante una entrevista que tiene lugar semanas después del suceso. En la entrevista el periodista tiene la obligación de publicar únicamente aquello que la ex primera dama le permita, en un intento de ensalzar la figura de su marido. La otra línea temporal, la que pertenece al relato de la propia Jacqueline, se centra en las horas que siguen al magnicidio y destaca por la poderosa interpretación de Natalie Portman.

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De las tres nominaciones a los premios de la academia que atesora la película es el de mejor actriz el que ha despertado más interés. El trabajo de Portman puede clamar a sobreactuación en un principio pero se confirma como un trabajo sobresaliente cuando se compara con las imágenes de la auténtica Jackie. En un astuto movimiento Larraín intercala escenas del documental White House Tour, en el que Jacqueline Kennedy hace de guía en un recorrido por la casa blanca, con la doble intención de introducir algunos escenarios en los que tienen lugar diferentes escenas y confirmar la portentosa actuación de la protagonista.

El papel de Natalie Portman muestra la dualidad de una mujer que en un momento crítico decide afrontar una postura dura de cara al público y solo se permite caer en la desesperación en la intimidad. El contraste entre estas dos mujeres (la Jackie inflexible que lucha por proteger el legado de su marido y la Jackie rota que trata de asimilar la pérdida) mantiene el ritmo del metraje que centra la acción en unas pocas horas. Una excelente banda sonora (que también opta a estatuilla aunque será difícil que desbanque al musical del año) acompaña con fuerza los momentos en los que la omnipresente protagonista desespera ante su nueva y dramática situación. Como perfecta muestra del poco respiro que ofrece la acción tenemos la escena en la que Jackie, tras afrontar el día más largo de su vida, puede al fin quitarse su vestido rosa (una de las prendas más icónicas del siglo XX que también ha contribuido a obtener una nominación a mejor vestuario) todavía manchado con la sangre de su marido.

En definitiva, Jackie es un biopic atípico que narra un acontecimiento histórico desde el punto de viste de un personaje púbico que, a pesar de haber gozado de gran popularidad en vida, ha visto eclipsado su lugar en la historia por el mito JFK. Un mito que seguramente le deba a ella mucho más de lo que podamos imaginar pues pocas personas han puesto más empeño que Jacqueline Kennedy Onassis en mantener vivo el recuerdo de las hazañas de John Fitzgerald Kennedy y sus caballeros de la mesa redonda.