Los pies que nunca danzaron en Olimpia (II)
El pórtico hacia el mayor evento deportivo internacional desdeña la gimnasia rítmica masculina, una disciplina que solo desbloquea el edén a participantes femeninas. A diferencia de la natación sincronizada, la quebradiza base con la que parten los artistas tiene una asignatura pendiente con la formación de sus varones, tras la falta de competiciones que avalen la práctica del ejercicio y, por tanto, la motivación por disfrutar de una pasión que llena sus vidas.
Hasta 2009 los hombres gimnastas carecían de campeonatos, por lo que su ritmo de evolución descubre líneas de progresión graduales y pausadas. Sucede, por consecuencia, un déficit técnico que desprestigia el nivel y que, en este sentido, contribuye a la desigualdad de oportunidades entre todos sus practicantes.
De entre las filas más reivindicativas por conseguir reconocimiento de género en este deporte se encuentra Rubén Orihuela, primer gimnasta español federado en rítmica. El valenciano promovió la apertura de una categoría propia para el sector masculino, puesto que, desde 2005, aseguraba su plaza en los campeonatos nacionales a través de los Open, reservados para los extranjeros, aprovechando un vacío legal en las bases de la Federación Internacional de Gimnasia (FIG).
Sin embargo, dos meses antes de rivalizar en un torneo nacional, la Federación vetó su participación, desencadenado una batalla contra el convenio deportivo que impedía su actuación musical por el hecho de ser hombre. La Federación reconoció que se trataba de una situación injusta, por lo que creó el primer y único campeonato nacional de gimnasia rítmica para varones en el mundo. España, con todo, fue pionera en la lucha por la igualdad sexual del ejercicio. Pero, desde su puesta en escena, no se ha vuelto a saber nada: se rigen por bajo el mismo reglamento que sus compañeras porque la FIG tumbó la producción de competiciones internacionales masculinas.
Piruetas mortales
Galicia cuenta con dos deportistas que, hasta la fecha, compiten a nivel nacional. El ribadumiense Rodrigo Vázquez siempre se sintió atraído por la rítmica. Era de los que disfrutaba de campeonatos enteros por televisión. Pero nunca se imaginó que su interés traspasaría la gran pantalla: a sus 21 años, en pleno curso de INEF, sorprendió a su profesora de Habilidades Rítmico-expresivas con una exhibición de gimnasia rítmica. En una entrevista a la La Voz de Galicia, su mentora recuerda que “tenía faltas técnicas, y le faltaba agilidad. Pero era totalmente autodidacta. Se había tragado horas y horas de vídeo, e imitaba a las gimnastas olímpicas”.

Rodrigo Vázquez y Bruno Saavedra han conseguido gozar de la rítmica apartando los estereotipos sociales| ©La Voz de Galicia
Al igual que Orihuela, sus andaduras en el mundo de la rítmica comenzaron en competiciones donde predominaban las mujeres hasta el 2009. En 2013, se cuela entre los diez mejores gimnastas de España en el campeonato nacional de Guadalajara. Ahora ostenta la dirección técnica del C.X.R Arousa, los títulos de juez y es entrenador del club.
Bruno Saavedra nació con los pies en la pista de baile. Antes de enamorarse de la rítmica, practicó ballet hasta los 8 años. Cuando acudió a una exhibición de gimnasia de unas compañeras, decidió apuntarse. A día de hoy, además de medirse en competiciones autonómicas y nacionales, instruye a los más pequeños.
“Me enamoré por completo de este deporte (…) la dedicación es completa, pero al final es algo que te apasiona así que, aunque requiera un importante sacrificio, siempre estás dispuesto”
La constancia y su dedicación a esta disciplina han convertido sus obstáculos en medidas de aprendizaje. Con todo, Saavedra ha tenido que enfrentarse a la exclusión sexista dentro de las bases que establece este deporte y fuera. A pesar de que su entrenadora y compañeras recibían como uno más al ferrolano, la sociedad no era capaz de separar la práctica rítmica de su condición sexual.
Y lo peor del asunto no es el hecho de creer que la práctica de un determinado deporte defina las preferencias de cualquier persona hacia un determinado género, sino que parezca desagradable ser diferente a los demás. Guiarse más por lo que alguien hace que por lo que es realmente supedita el desarrollo personal y engendra etiquetas estereotipadas. Así es como nace, emerge y se reproduce el acoso escolar. Y, por tanto, el camino a la amargura que impide ser feliz cumpliendo sueños.