‘Fences’, cuestión de palabras

En Hollywood, muchas veces solo el éxito puede comprar la libertad creativa. En casos como el de Denzel Washington, hablando de carreras simplemente extraordinarias y ampliamente reconocidas por público y crítica, las limitaciones empiezan a desaparecer con el paso de los años. El reconocimiento de Washington como uno de los intérpretes con más tablas y más talento de su generación junto a Daniel Day-Lewis o Tom Hanks es global, universal, goza de esa unanimidad que tiene la capacidad intransferible de trasladar a alguien al olimpo de su profesión. Lo cierto es que, pese a todo, continúa sumergiéndose de vez en cuando en proyectos de dudosa calidad. Pero después emerge de vez en cuando, con la elegancia que le otorga su soberbio carisma, y nos regala cosas como Fences.

Las dos primeras incursiones de Washington en el universo de la dirección (a saber: Antwone Fisher (2002) y The Great Debaters (2007)) fueron esfuerzos lúcidos pero resueltos a pequeña escala, sin la categoría y la personalidad que se le podrían haber presumido como autor dada su fuerza como intérprete. Sin embargo, en Fences todo es puro Denzel Washington. Después de interpretar la obra homónima del dramaturgo August Wilson en Broadway, el actor neoyorquino se encontró con la necesidad de trasladarla a la gran pantalla. Fences es el sector correspondiente a la década de los 50 (posguerra) de la serie de The Pittsburgh Cycle, un conjunto de diez obras escritas por Wilson, representando cada una de ellas la realidad americana de cada una de las décadas del siglo XX desde el Hill District de Pittsburgh, un barrio afroamericano. Además, fue una de las dos obras que encumbraron a Wilson como ganador del Premio Pulitzer junto a The Piano Lesson, correspondiente a la década de los años 30 (la Gran Depresión). August Wilson falleció en 2005 y ha recibido este año su primera nominación a un Oscar, fruto del guion de Fences, prácticamente sin modificar en absoluto por Washington.

La historia que nos plantea la película lo reduce todo al jardín vallado de la parte trasera de una casa de clase media-baja del citado Hill District de Pittsburgh, donde vive el matrimonio de los Maxson. Troy (Denzel Washington) es un excombatiente de la II Guerra Mundial que se encuentra en constante confrontación ante los valores de nueva generación que comenzaban a surgir en la América de los años 50. Por su parte, su esposa Rose (Viola Davis dando un absoluto recital de interpretación) represent la aceptación de los roles de género en una sociedad que, pese a encontrarse en plena eclosión intelectual, todavía era fundamentalmente patriarcal. De todos modos, la reivindicación de Fences no se queda en lo superficial de manifestar la existencia de una desigualdad, sino que deconstruye la identidad psicológica de este tipo de desequilibrios en la construcción de una sociedad.

La obra de Wilson, adaptada con total transparencia a la gran pantalla por un Washington que sabe dar pausa y acelerar su relato según convenga, realiza un recorrido alrededor de todos los conceptos preestablecidos que acaban integrando la forma de entender el mundo de una persona en un momento adecuado y con una educación y una vida concretas. El personaje de Troy Maxson, atormentado por su constante sensación de desarraigo con su propia existencia, se entrega por completo a la inconsciencia y destroza prácticamente todo lo que se pone en su camino, destacando, en este sentido, la fortaleza emocional de una Rose que comienza a ganar vigor y solidez como personaje a medida que va avanzando la película y su marido comienza a desmoronarse.

De todos los temas que trata Fences, ya sea directa o periféricamente, el más importante es el de la comunicación interpersonal. Wilson retrata a una sociedad que no se comunica, que no es capaz de expresar verbalmente aquello que realmente necesita sacarse de dentro. De este precepto nacen personalidades disfuncionales, con ansias por destruir e incapacidad para construir relaciones y proyectos en común que realmente merezcan la pena. De todas las discusiones, los gritos, las peleas y las lágrimas siempre se extrae una línea de guion paralela, algo que podría decirse para que las cosas fuesen más fáciles, algo que recogiese de forma certera el sentimiento de un personaje a punto de explotar. Pero ya sabemos que esas no son las cosas que se dicen. Las que se dicen suelen tomar forma de reproche, de castigo, de envidia, de sufrimiento.

Entre todo el artificio estético que suele bañar al cine hollywoodiense y que este año se encuentra personificado, con mayor o menor acierto, en cintas como La La LandHasta el último hombreFiguras OcultasLionFences se libera por completo de sus ataduras con lo artístico y baja al barro de lo terrenal, a la parcela vallada de detrás de la casa de los Maxson, de un modo algo similar al que lo hace Manchester frente al mar retratando el dolor de Casey Affleck en la bahía de Massachusetts. Todas las películas nos hablan de uno u otro modo, pero hay algunas que no necesitan palabras ni necesitan recursos ni necesitan siquiera demasiado dinero. Fences se construye en base a realidad, de la que no gusta, de la que es realmente real.