Trump vs. the world
Hace 10 años Donald Trump se afanaba en incrementar su fortuna y su marca personal a través de su propio reality show. En ‘El aprendiz’ trataba con mano de hierro a unos concursantes que intentaban ganarse la simpatía del magnate y, de paso, un puesto de ejecutivo en una de sus empresas. Durante las 12 temporadas que duró el programa Trump se dedicó fundamentalmente a vender sus propios libros y cultivar una imagen de empresario tenaz hecho a sí mismo y al tiempo duro pero justo. Tan bien parecían irle las cosas que nadie sospechaba que por aquel entonces ya estaba pensando en dar el salto a la política
Hasta hace bien poco el interés de Donald Trump por la política parecía ser el mismo que el de todas las personas de su estrato social. Este demócrata de toda la vida (como buen multimillonario neoyorkino) disfrutaba rodeándose de las personas más influyentes de Washingthon y era un donante generoso en las campañas presidenciales de los demócratas y sus fundaciones, sin olvidarse de deslizar algunos dólares en bolsillos republicanos, just in case. La historia de amor entre Trump y el Partido Demócrata alcanza su climax en 2004, cuando Bill y Hillary Clinton se convierten en los invitados de honor en la boda de Donald y su tercera esposa.

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Es en el año 2011 cuando Trump suspende su militancia en el Partido Demócrata sin razón aparente. Su primer acto de guerra contra su viejo partido consiste en sumarse a una campaña mediática que ponía en duda la nacionalidad del presidente Obama. El rumor de que Obama había nacido fuera de los Estados Unidos, y que por lo tanto no podría ocupar la presidencia del país, se extendió tanto que obligo a este último a presentar su certificado de nacimiento, que confirmaba que había nacido en Hawai. El presidente Obama se vengaría de él humillándolo delante de las personalidades más influyentes del país en la cena de los corresponsales de la casa blanca de 2011.
La beligerancia constante contra la administración Obama consiguió granjearle la simpatía de una parte del aparato republicano que empezaban a verlo como un activo útil. Donald tomó nota. Tras sondear a base de talonario sus posibilidades como candidato republicano en 2015 decide no renovar su reality show y anuncia su candidatura a las primarias republicanas.
Caotic Caucus
Las primarias republicanas de 2016 fueron un auténtico despropósito. Las primarias empezaron mal, una multitud de 17 candidatos del más diverso pelaje trataron de elevarse como campeón del Great Old Party. En la pugna había pesos pesados del conservadurismo como Jeb Bush (hijo y hermano de presidente), hijos de latinos como Ted Cruz y Marco Rubio y la ya clásica nota libertaria de Rand Paul. Todos ellos tenían sobradas posibilidades de vencer a un Partido Demócrata que se veía obligado a elegir entre un socialista confeso y el establishment de Washington al completo. Al inicio de la campaña se presumía que se decidiría por un estrecho margen, saliendo victorioso aquel que consiguiera más dinero en donaciones y el favor de los republicanos moderados de los estados más poblados. Ante una situación así, y sin posibilidad de competir con la misma estrategia que sus colegas, Donald decidió romper el partido por las costuras. Hizo exactamente todo lo contrario de lo que se esperaría de un candidato republicano a la Presidencia.
Con tres ingredientes Donald Trump desató una campaña radical. Racismo, anti-globalización y anti-stablishment. Fue maleducada carente de respeto y desnortada, pero tan terriblemente honesta que consiguió anular a sus rivales.
Los favoritos se vieron abrumados. La imposibilidad de seguir la radicalidad de Trump en cuestión migratoria los había anulado. Si compraban el discurso racista de Trump perderían la baza latina (clave en estados como Texas, Florida o California) y además les haría parecer incoherentes, ya que tanto Cruz como Rubio tenían ascendencia latina y Jeb Bush está casado con una mexicana. Por otra parte, si no mostraban firmeza la inmigración parecerían blandos ante los ojos de la columna vertebral del partido republicano, la clase media blanca del centro y sur de EEUU.
Al contrario que sus rivales, Donald se erigió como héroe de la clase trabajadora americana. Le robó el mensaje a la izquierda y acusó a la globalización de haber causado estragos en el empleo americano y las condiciones laborales de la clase media. Su propuesta de volver a los años dorados del proteccionismo provocaron que otros candidatos le acusaran de no ser un auténtico conservador mientras él se defendía acusando a la clase política de haber vendido a China el nivel de vida de los americanos.
Su último paso fue destruir por todos los medios la credibilidad de la clase política americana. Manifestó reiteradamente que los políticos eran poco más que unas marionetas vendidas al mejor postor. Al mismo tiempo se reivindicaba como un outsider honesto ya que no dudó a la hora de explicar en pleno debate como él mismo había financiado a determinados políticos a cambio de favores. A alguno de sus contrincantes no se les ocurrió mejor forma de confirmar su afirmación que la de pedirle dinero en directo. Los datos de donaciones evidenciaban que mientras Trump financiaba su campaña con su propio dinero y muchas aportaciones pequeñas los grandes donantes preferían a sus rivales.
Nadie pudo seguir el ritmo del viejo Donald. Sus rivales intentaron que la opinión pública se centrara en las estupideces Trump decía a diario esperando así su desgaste. No obstante, lo único que consiguieron fue que el debate se enmarcase en términos trumpianos. Términos que Ted Cruz o Marco Rubio jamás podrían asumir ya no podían parecerse a él, pero su rechazo frontal los hubiese hecho parecer demócratas. El descrédito de la política en general y la fragmentación del voto entre sus rivales haría el resto. Con el odio de su partido y una financiación escasa Trump ganaba las republicanas, era el único superviviente de su propia misión suicida.
El Trump presidenciable
La victoria de Trump fue recibida como agua de mayo por el Comité Nacional demócrata. Conscientes de que una candidata desgastada e impopular como Clinton jamás podría ganar en los estados clave del sur a Ted Cruz entendieron que la candidatura de Trump era el milagro que estaban esperando. La operación Hillary era simple, sólo tenían que utilizar los motivos que el propio Trump les había dado para presentarlo ante los americanos como una persona terrible que no estaba capacitada para tener los códigos nucleares del país.
El equipo de Donald Trump era consciente de esto. Su nuevo plan de campaña marcaba tres objetivos principales, reconciliarse con los republicanos de toda la vida, ampliar su base natural de votantes y tratar lavar la imagen de blanco racista que se había ganado a pulso para arañar algunos votos latinos. Volver a ilusionar al votante medio republicano fue sencillo, bastó con prometer un bajada generalizada de los impuestos, mano dura con el ISIS y revisar los acuerdos de libre comercio para devolver empleos deslocalizados a territorio americano. También busco nuevos caladeros de votos y, aprovechando el atentado de San Bernardino contra la comunidad gay, Trump trató de acercarse con relativo éxito al colectivo LGBT, posando con banderas arco iris y prometiendo protección para su estilo de vida en sus mítines. Por otra parte buscó conseguir el perdón latino a base de presentar a personas de origen mexicano en sus mítines y publicando fotos en sus redes sociales comiendo tacos aunque nunca se dignó a dedicarles una sola palabra en castellano.
Estos pasos hacia la moderación hicieron sonar todas las alarmas en el cuartel general demócrata. Toda su estrategia se basaba en presentar al republicano como un ser a todas luces despreciable y él estaba empeñado en mostrar su cara más amable. Lejos de cambiar de táctica el partido del asno redobló sus esfuerzos. Si hasta ahora había desarrollado una campaña de ‘ridiculización’ de Trump pasaron directamente a una campaña de terror y difamación directa.

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La campaña del miedo de la Convención Nacional demócrata
Si Trump y sus seguidores no se mostraban lo suficientemente malos había que provocar que lo fuesen. De esta forma y, a medida que avanzaba la campaña, en los mítines de Trump no paraban de sucederse los altercados. Allí donde estaba el magnate y sus seguidores aparecían contra manifestaciones, grupos de activistas y toda clase de espontáneos. La violencia comienza a aparecer y los medios de comunicación dieron parte de como allí donde iba Trump se multiplicaban las agresiones hacia los que estaban en desacuerdo con él por parte de sus seguidores. Todos los medios de comunicación sin excepción declararon que el partido republicano había sido tomado por radicales, a quienes bautizaron como derecha alternativa alt Rigth, un movimiento difuso de extrema derecha salido de las catacumbas de internet. Mientras sus mítines se llenaban de altercados la campaña de Trump recibió otro duro golpe. A la etiqueta de racista se le sumó la de machista y agresor sexual. Esto último comenzó después de que se publicaran unas grabaciones donde se veía a Donald proferir frases degradantes hacia las mujeres en 2005. Días más tarde, multitud de mujeres denunciaron ante los medios de comunicación que fueron sexualmente agredidas por Trump en distintas ocasiones. Los negocios de Trump, único campo en el que parecía ser realmente bueno, tampoco se libraron de una crítica tenaz. Fue acusado repetidas veces de fraude fiscal e incluso el presidente Obama llegó a declarar que el éxito empresarial de Donald Trump había dejado un reguero de personas arruinadas y estafadas.
A finales del verano de 2016 la imagen del multimillonario no podía ser peor. Trump era dibujado diariamente en los medios de comunicación como un racista, candidato de alt right, antisemita, machista, violador, estafador y evasor fiscal. Las encuestas publicadas aseguraban que Trump no tenía ninguna posibilidad de ganar la presidencia de los Estados Unidos.
Por otra parte, la campaña de Hillary también pasaba por sus propias dificultades. La candidata demócrata estaba siendo investigada por el FBI por la utilización insensata de servidores de correo electrónico donde se guardaba información confidencial. Aunque la investigación se cerró y volvió a abrir en un par de ocasiones los resultados absolvieron a Hillary de toda responsabilidad aunque el hecho de no haber entregado a los investigadores miles de correos electrónicos minaron su credibilidad, aunque no tanto como lo que vendría después.
En plena fase final de la campaña la web de filtraciones Wikileaks anuncia que filtrará el contenido del correo electrónico de Joe Podesta, jefe de campaña los demócratas. Hackers rusos habían accedido a los emails de Podesta y el contenido revelado de distinta índole fue revelado con cuentagotas hasta el día de las elecciones. Los primeros emails filtrados indicaban la participación activa de la convención nacional demócrata en una campaña para perjudicar al rival de Hillary en las primarias, el socialista Bernie Sanders. Otros implicaban a la política exterior norte americana en la financiación de grupos yihadistas en Siria. El otro revés que recibió la campaña de Clinton fue la publicación del ‘Project Veritas’, un documental realizado por activistas conservadores. En las filmaciones de ‘Project Veritas’ se puede ver como altos cargos de la campaña de Hilary Clinton, entre ellos Bob Creamer (asesor de campaña del comité nacional demócrata), revelan que están llevado a cabo una campaña para infiltrar opositores a Trump en sus mítines con el el fin de incitar a la violencia para posteriormente retratar a los trumpistas como radicales de extrema derecha.
Estas revelaciones permitieron a Trump presentarse como víctima de una campaña mediática en su contra mientras que eliminaba la poca credibilidad que le quedaba a Hillary Clinton. Las condiciones en las que los dos candidatos llegan al día de las elecciones no podían ser peores. Sin embargo, Hillary Clinton seguía liderando todas las encuestas y nadie apostaba por una victoria de Trump. El día 9 de noviembre Trump daba la campanada y ser convertía en el presidente número 36 de los EEUU.
Lo que nadie esperaba sucedió. Había ganado Trump, un explutócrata demócrata y neoyorkino. Había vencido a los Bush, a los Clinton y a los Obama, a los demócratas y a los republicanos y todo en el mismo año. Sin grandes aliados, financiándose de pequeñas aportaciones y disparando populismo, que no es más que una herramienta política, ha conseguido lo que nos habían dicho que era imposible, vencer a aquellos que lo controlan todo. La victoria de Trump es la constatación de que el electorado no es tan maleable por el poder económico y mediático como estamos acostumbrados a pensar, y eso, independientemente la ideología política de cada uno, es una buena noticia para todos.
Bienvenidos al año 1 después de Trump.
Artículo escrito por Fernando García Pardo.