Los pies que nunca danzaron en Olimpia (I)
Nacieron con un don especial que no tardaron en descubrir. Ni tan solo antes de conformar sus primeros pasos se imaginarían que tanta pasión se entrelazaría a sus extremidades. Ellos no tenían la culpa de poseer en sus corazones un pasatiempo que abrazaría todos sus grandes esfuerzos.
El mundo del deporte entierra el talento de muchos artistas que dedican su vida entera a cumplir el mayor sueño que poseen: triunfar en una admirada habilidad a la que han entregado su mayor tesoro, el tiempo. No en vano, el clasismo castiga de forma severa la pasión de numerosos virtuosos capaces de hacer historia, eclipsando una trayectoria que merecía, sin duda, mayor triunfo y reconocimiento.
La villa olímpica está vetada para Pau Ribes. También para Ibon García. Y para Niklas Stoepel o Bill May, entre muchos otros. La razón es bien simple: son hombres. Hombres que practican deportes de mujer. Sus nombres rebotan entre las puertas del éxito. Sin embargo, en su campo han dejado una marea arrolladora. La natación sincronizada proporciona demasiadas alegrías en su bienestar personal para que todo un próspero recorrido se desvanezca a causa de los estereotipos sociales.

Pau Ribes es el culpable de que Gemma Mengual volviese a ponerse un bañador para disputar un Mundial | ©EFE
No obstante, la fuerza de estas arcaicas convenciones ha destacado episodios incapaces de borrar de sus mentes. “Me decían que este es un deporte de niñas y me preguntaban si soy homosexual o un bicho raro”, aseguraba Ribes en unas declaraciones. La milagrosa consecuencia de estas rudas declaraciones es que solo han servido para que siga creciendo sin ningún arrepentimiento. Y es que nadie puede deplorar lo que ama.
El catalán Pau Ribes lleva desde los siete años sumergido bajo los efectos del baile sincronizado, justo cuando asistió a un espectáculo en las piscinas de Monjuic. A pesar de sus esfuerzos, solo podía competir en Cataluña. Una recogida de firmas consagró su peldaño de escalar a categorías nacionales.
Ibon García es otro ejemplo del veto que sufren los interesados en potenciar su talento más allá de las disciplinas territoriales. Un “referente para sus compañeras de equipo”, tal y como asegura su entrenadora, Irune Ovejas. La historia se repite. A los 12 años vio una exhibición y su corazón, tentado de instinto, decide lanzarlo a la piscina. El alemán Nicklas Stoepel es también víctima de las competiciones internacionales. Su equipo fue campeón nacional en Alemania cuando cumplió los 17 años. Este liderazgo, sin embargo, no sirve como excusa para saltar a las piscinas internacionales.
La sociedad y, sobre todo, la FINA tiene una deuda pendiente con la natación sincronizada masculina por condenar sus capacidades
Pero, sin duda, el caso más destacable de lucha y perseverancia lo protagoniza el americano Bill May, el apasionado de la natación sincronizada. Ya desde bien entrada la infancia, su hermana competía, así que decidió probar suerte. Apenas necesitó un par de años para empezar a ganar títulos a nivel estatal. Antes de cumplir los 20 años, May disponía de 14 premios nacionales en su vitrina.
La impotencia de estancarse bajo una misma categoría, sin poder avanzar profesionalmente, provocó su retirada en la disciplina sincronizada. May no encontraba una salida para seguir creciendo. En este sentido, tirando mano de su experiencia en la gimnasia, consigue una plaza en el elenco del Cirque du Soleil. Desde entonces, ofrece espectáculos con la compañía alrededor del mundo, al margen de su pasión pueril.
La realidad actual provoca que los artistas masculinos tengan que bajarse de una cómoda nube para hacer frente al reglamento de la Federación Internacional de Natación Sincronizada (FINA), una normativa que discrimina su arte, coarta su desarrollo profesional y deniega su destreza deportiva en una disciplina que no consigue romper con la vetusta colectiva.

Bill May es el mayor defensor de la igualdad deportiva en la natación sincronizada| ©Christophe Simon/AFP
A esta incansable lucha por reconocer el talento de las futuras promesas viriles se unen sus compañeras de profesión. Gemma Mengual, sin ir más lejos, reconoce que se trata de “una opción más. Igual que existe el patinaje mixto ¿por qué no en la sincro?”. Julia Casals, miembro de la Selección Española de Natación Sincronizada hasta 2003, también quiso manifestar su opinión acerca de las destrezas del baile sincronizado, alegando que “los hombres y las mujeres tienen condiciones físicas diferentes. Los hombres tienen más masa muscular y menos flotabilidad. Pero también tienen más fuerza y altura”. Indica, de este modo, que “los hombres son igualmente capaces si lo hacen desde pequeños”.
Kazán reaviva sus pasiones
La esperanza renace en 2015, cuando la FINA aprueba la modalidad mixta en el dúo técnico y dúo libre en el Mundial de Kazán. Por primera vez en la historia, los hombres iban a disfrutar de una competición internacional. Hasta la fecha, la única competición masculina que ofrecía una contienda internacional era la Men’s Cup, que se celebra cada dos años.
May no pudo contener la emoción. “He soñado con este momento toda mi vida, competir con los mejores a nivel mundial”, confesó antes de hacerse con su primer oro y su primera plata en el Mundial, a sus 36 años y con su compañera de pista, Christina Jones. Por su parte, Pau Ribes consiguió, con 19 años, la quinta posición en la clasificación, junto a su compañera Gemma Mengual.
La historia, como siempre, nos da una lección
Cabe destacar un dato muy relevante que puede ayudar a seguir cambiando las convenciones sociales establecidas en las destrezas deportivas: en sus inicios, la natación sincronizada era una destreza que practicaban los hombres en los anfiteatros griegos. Y, de hecho, tuvo el placer de presentarse en los primeros Juegos Olímpicos de Berlín 1891 con varones al son de la música. Poco a poco, a partir de entonces, el género fue afeminándose.
Con todo, el sueño de Pau Ribes, Bill May y sus compañeros puede cumplirse. La espinilla por disputar una competición olímpica aún queda trabada en sus apasionados corazones. Como también la deuda que tiene la sociedad y, sobre todo, la FINA por condenar la capacidad de una élite que, cada vez, emerge con más fuerza. Es necesario que muchos aprendan de la historia antes de condenarse a vivir en ella.