La celda alienante
Il Deserto Rosso abre con una introducción que marcará el ritmo posterior de gran parte de la película. Los sonidos característicos de una fábrica comienzan, para luego mantenerse en segundo plano como un latido industrial constante. Este “bajo continuo” nos acompaña también a lo largo de la obra en forma de sirena de barco, entre otros ruidos. Los personajes se presentan alienados, dependientes del trabajo. Se percibe en que todos aparecen en grupos y están relacionados de alguna forma con la fábrica: los hombres en huelga del principio, los hombres de negocios, los obreros, etc. La única excepción sería la protagonista, que sí se nos muestra alienada, pero más bien por la opresión a la que es sometida por el entorno.
Esta obra del director Michelangelo Antonioni recibió el mismo año de si estreno, 1694, el León de Oro a la mejor película del 25º Festival de Cine de Venecia. Constituye la primera película en color de su filmografía, formando parte de la llamada ‘Tetralogía de la Incomunicación’ y siendo su última entrega, aunque funcionando como obra independiente. Precisamente el color será una de las claves en el lenguaje de este filme.
La realidad y el sueño
A partir de aquí creo que es necesario hacer una distinción entre dos planos de la realidad que plantea la película. Por un lado, tendríamos el “mundo real” (enfermo e industrializado), y por el otro el “mundo onírico”, presentado en la historia que la protagonista cuenta a su hijo. Lo consideramos onírico porque se nos muestra como una ensoñación, un lugar idealizado por la madre.
El mundo real parece una realidad ahogada donde el cielo aparece siempre nublado, plomizo y deprimente. La vegetación es representada de forma marchita o bien acotada. En forma de mustios árboles desnudos de colores apagados, o césped de un verde brillante pero recortado y aséptico. Esta “naturaleza domesticada” también la vemos dentro de los hogares. Hay por todas partes motivos vegetales en paredes, cuadros y hasta en el tapizado de algunos muebles. Esta es la realidad que oprime a la protagonista y que parece deshumanizar a todos los personajes (el hombre reducido al trabajo, los juguetes del niño relacionados con química o elementos mecánicos…). Las paredes de los edificios aparecen con frecuencia desconchados o con manchas de pintura (dando un aspecto más bien ruinoso en algunas zonas), mientras que en otras todo es pulcro, sobrio y ordenado, casi monocromo. Este mundo parece ilustrar el concepto filosófico Seinsvergessenheit de Heidegger: el olvido del ser frente a lo presente, inmediato y manifiesto.
Por otra parte, el mundo onírico se nos muestra como un espacio de vivos y brillantes colores. El día está despejado, el sol brilla y la naturaleza respira al fin con libertad, creciendo por doquier —podemos incluso encontrarnos con flores que en el mundo real aparecían pintadas sobre una pared—. Es una realidad donde reina el sosiego, el único sonido constante es el relajante murmullo de las olas de mar y la voz de la protagonista narrando el cuento. La chica que se baña ya no parece alienada ni oprimida, sino libre y tranquila. El barco que se aproxima ya no es un estruendoso barco de vapor, sino un grácil velero. Sin embargo, este mundo parece dejar una sensación de paraíso inalcanzable: el velero se acerca apenas unos minutos antes de volver a desaparecer, y la voz que cantaba no parece tener dueño por mucho que la muchacha de la playa la busque.
La mano del autor
Antonioni ha sabido mostrarnos una realidad tan opresiva y alienante, como estética y bella en cierto modo. Esto ha sido gracias a la composición de sus planos, donde el juego con el color cumple un papel fundamental. En el “mundo real” la paleta es más bien apagada, plagada de pardos y grises, pero a veces destaca un detalle o todo un conjunto en un tono primario o secundario, como la habitación roja (lujuria) en medio de la casa gris (cotidianidad y sobriedad). La sensación de soledad y vacío la logra dejando a los personajes a un lado del plano, nunca en el centro, y muy empequeñecidos en comparación a todo lo que les rodea. Esto lo recalca en algunas escenas donde, además, todos los elementos parecen estar dirigiendo nuestra mirada hacia ellos. Normalmente, esto destacaría la importancia de los actores, pero aquí pone de manifiesto su enclaustramiento y su falta de libertad. Ventanas y escaleras, o simplemente objetos que se entrecruzan aparecen para encajonarles.

Campos de color similares a los cuadros de Rothko. | © http://blogdupeu.pl/2013/il-deserto-rosso-1964/
Pero, sin duda, hay que destacar la importancia de sus referentes y los guiños que aparecen en el filme. En algunas escenas podemos encontrar paredes donde se han pintado grandes espacios de color similares a las pinturas de Rothko, y la crítica a la deshumanización recuerda a los expresionistas alemanes como Ludwig Kirchner.

Mark Rothko: Violeta, Negro, Naranja, Amarillo en Blanco y Rojo, 1949 | © http://caffetteriadellemore.forumcommunity.net/
Sin embargo, el ambiente general de vacío y soledad son herencia de las obras de artistas metafísicos como Morandi y su tendencia a los tonos neutros. O los objetos amontonados que, al igual que en los cuadros de Giorgio de Chirico, ayudan a crear una atmósfera sofocante en algunas escenas. Al igual que estos pintores, Antonioni reproduce en el filme la huella de Ferrara, su ciudad natal, pese a ser de los pocos que no fue rodada allí. La omnipresente y densa niebla, la obsesión por la geometría, todo está ahí. Al final, la introspección propia de estas obras, así como también de los campos cromáticos de Rothko, ayudan a representar el aislamiento de la protagonista en medio de su agobiante realidad.

Giorgio Morandi: Naturaleza Muerta Metafísica, 1918 | © http://www.showonshow.com/bozar/morandi/see/index.html