Cineuropa 2016: Lady Macbeth
El primer largometraje del realizador británico William Oldroyd le valió el premio FIPRESCI en el pasado Festival de San Sebastián, donde también recibió una nominación a la prestigiosa Concha de Oro como mejor película. Esta, sin duda, ha sido la motivación que ha llevado al comité organizador de Cineuropa a traer Lady Macbeth a sus salas como una de sus apuestas potentes, con varios visionados y un estreno por todo lo alto con la última sesión del Teatro Principal en el tercer día de festival. Dentro del cóctel de experimentación en el que se desenvuelven el grueso de los filmes seleccionados por el certamen compostelano, esta cinta inglesa pone gramos de un esfuerzo comedido, limpio y pulcro. De puro cine de las islas. O, al menos, eso parece.
La película de Oldroyd resulta sorprendente en numerosos aspectos, aunque su envoltorio no podría ser más clásico. Su premisa argumental parte del clásico drama de época -concretamente, ubicado en la Inglaterra victoriana-, en el que una joven de clase baja es comprada por una familia adinerada para convertirse en la esposa de uno de sus hijos, concretamente uno huraño y envejecido, con incapacidad para mantener relaciones sexuales. La joven Katherine -interpretada por una Florence Pugh que se va desperezando hasta hacerse gigante a medida que avanza la película- es presentada como un ser indefenso y asustado, aunque en cierta medida se puede observar en ella desde el principio un cierto aroma desafiante y de indiferencia ante las jerarquías.
Katherine es, de hecho, una completa anacronía introducida por Oldroyd de forma voluntaria. El director sitúa en la época de la cortesía y los modales a un personaje enteramente moderno, con una gestualidad y un discurso casi histriónicos para el tiempo en que vive. El espectador no puede evitar, pues, sentir una fuerte empatía ideológica con la protagonista desde el comienzo del film, una empatía que pasará, en el tramo final de la cinta, de ser una justificación moralista a sus actos inmorales, a ser un motivo de decepción por haberse entregado tan ciegamente a su causa.
Estéticamente, la película evoluciona del mismo modo en que lo hace su protagonista, desde un punto de partida pulcro y composiciones en base a colores fríos y planos fijos y largos, a entornos más cálidos y llenos de presión, además de una mayor variabilidad en los movimientos de la cámara, que se intensifican en las secuencias de agitamiento emocional de Katherine. Oldroyd, veterano director teatral, manipula la carga emotiva del film y lo hace de un modo que resulta fluido, convirtiendo un producto de sumo clasicismo formal en un elemento rupturista, cargado de simbolismos referidos a la desigualdad de género y racial que son extrapolables a la sociedad actual.
Lady Macbeth triunfa, sin embargo, gracias a su espectacular ritmo narrativo, en un in crescendo constante que participa de una variación de géneros desde el film de época hasta el más puro thriller. Su coro de actores secundarios alzan, con sus sobrias y mucho más comedidas interpretaciones, a una Florence Pugh que se convierte, hacia el final de la cinta, en un auténtico monstruo que devora la pantalla. Después de un debut de estas características, es evidente que nadie se perderá la evolución de su carrera, así como la de su director, sobre quien, pese a todo, surgen dudas en el sentido de contemplar un traslado definitivo al mundo del cine, teniendo en cuenta que Lady Macbeth es casi una producción anómala, apoyada casi por completo en recursos públicos -BBC-, lo que supone un firme punto de partida pero difícilmente puede constituir un pilar sobre el que apoyarse en una carrera de larga duración.