Sábado de Resurrection: La Doncella de Hierro
Cuenta la leyenda que la famosa condesa Erzsébet Báthory, del reino de Hungría, se bañaba de forma periódica en la sangre de docenas de muchachas vírgenes, ya que eso le mantenía joven, lozana y bella, evitando que el paso del tiempo mancillase su cuerpo. Dejando aparte los resultados (o la falta de ellos) de su inusual tratamiento estético, como curiosidad, la plebe le atribuía el alegre e indiscriminado uso de la doncella de hierro, un aparato de tortura en forma de sarcófago lleno de clavos métalicos de más de un palmo de longitud, para la exanguinación de sus víctimas adolescentes. Desde Compostimes no creemos que, pese a la evidente conexión léxica, Bruce Dickison recurra a métodos tan poco éticos, pero lo cierto es que, rondando ya los sesenta años de edad, el cantante británico mantiene todas sus virtudes intactas, especialmente la prodigiosa voz que ayudó a aupar a Iron Maiden al estrellato del heavy metal hace ya más de 30 años.
Pero no sólo de la Sirena de Ataque Aéreo y sus compañeros va la cosa. El sábado se anunciaba como el día grande del Resurrection Fest, aquel que congregaría a más de 80.000 asistentes dentro del recinto. Cannibal Grandpa, Wild Lies y Nashgul inauguraban una tarde soleada y calurosa, cuya temperatura comenzó a minar las fuerzas del respetable de forma progresiva y constante. Mientras True Mountains tocaban un sentido homenaje al recientemente fallecido Melchor Roel, alcalde de Viveiro y uno de los principales valedores del festival en sus inicios, The Raven Age despachaban su eficiente heavy metal melódico en el escenario grande, ante un público creciente por momentos. Entre la presencia del hijo de Steve Harris en este último grupo y la del vástago de Adrian Smith como bajista en los anteriormente citados Wild Lies, aquello comenzaba a parecer una especie de reunión familiar. Pese a todo, ambos grupos tienen virtudes más que suficientes para convertirse en una apuesta segura en el futuro próximo.

Obsidian Kingdom lo petaron. Sin más. No hay más expresión al respecto. / © H. D. Fabuena
De Obsidian Kingdom sólo pueden decirse cosas buenas. Muy buenas. Su atrevida propuesta musical se desmarcaba de casi todo lo que copaba el cartel, densa, oscilante y llena de matices sonoros y, si bien los temas de su nuevo álbum ‘A Year with no Summer’ no lograron desafiar al abrasador astro rey que dominaba en lo alto de la bóveda celeste, sí lograron encandilar a un público que terminó extasiado. El despliegue de técnica y energía de la banda catalana fue el primer broche dorado de una jornada que tenía toda la pinta de terminar siendo antológica. A esto contribuyeron especialmente los noruegos Shining. Su curiosa mescolanza de metal vanguardista y jazz sorprendió a más de uno, pero Jørgen Munkeby y los suyos dieron una actuación impecable. ‘The Last Stand’ o ‘Burn it All’, entre otros temas, confirmaron todo el potencial de un conjunto que no sólo tiene un apartado visual y estilístico muy cuidado, sino que musicalmente demostró estar por encima de casi cualquier otra banda asistente. El auténtico metal, el viento-metal, aún atronaba en los oídos de quien firma este artículo cuando llegó el turno de Bullet for my Valentine. Al igual que Bring me the Horizon, los galeses habían ofrecido una actuación muy sólida en la edición de 2011, que esta vez no consiguieron revalidar. Pese a que ‘Venom’, como álbum en conjunto, mejora ostensiblemente lo visto en los poco destacables ‘Fever’ y ‘Temper Temper’, esas mismas canciones no funcionan igual en directo. Su concierto fue, cuanto menos, bastante flojo y, si bien recurrieron a clásicos como ‘Tears don’t fall’ para intentar levantarlo por pura nostalgia, la impresión general fue algo fría. Tras ellos, llegaba el turno de Enslaved, una banda de black con influencias vikingas que tiene a sus espaldas unos nada desdeñables 25 años de carrera. Con un nivel de dureza rayano al diamante y un setlist más que correcto, los de Haugesund dejaron muy alto el pabellón.

El blackjazz no es tan sencillo como coger a Pat Metheny y llenarlo de corpsepaint / © H. D. Fabuena
Lo de Iron Maiden es jugar en otra liga. Han sido, junto a Metallica, la banda más importante e influyente de la historia del heavy metal y lo más habitual es que un conjunto con semejante legado no consiga estar a la altura de su pretérita fama cuando comienza su entrada en la vejez. Por suerte, siempre existen excepciones a la regla. El concierto de los londinenses fue algo realmente especial. Con un escenario transformado por completo en un complejo de ruinas indígenas de la selva amazónica, una energía desbordante, un saber estar envidiable y con un nuevo album, ‘The Book of Souls’, que en directo gana enteros, Bruce Dickinson y los suyos se ganaron a todo el mundo con cartas ganadoras como ‘Children of the Dammed’ y, para cuando llegaron a ‘The Trooper’, incluso quienes intentaban aparentar estoicismo e indiferencia para que no les retirasen el carnet de core terminaron botando y coreando los temas de la Doncella de Hierro. Adrian Smith y Dave Murray se intercambiaban los solos como auténticos virtuosos, mientras Steve Harris acompasaba el ritmo con un bajo que capitaneaba a un conjunto legendario. 80.000 almas cantando, al unísono, casi a capella. ‘Fear of the Dark’ es algo que queda grabado en la memoria, algo que se corona como, quizás, el momento más mágico que se ha podido vivir en un Resurrection Fest. Inolvidable.
Después de Maiden aún quedaba mucha noche por delante. Uncled Acid & the Deadbeats nos proporcionaban un conveniente viaje de alucinógenos, acompasado por sus peculiares líneas vocales, seguidos por Entombed A. D., surgidos tras el drama de sobras conocido sobre su banda madre, y que llenaron el Chaos Stage de buen death metal antes de que el verdadero amo de la oscuridad, de la desdicha y la desgracia, sumiese de incognoscible malevolencia el festival. El ignominioso Abbath se presentó en Viveiro con una, por decirlo coloquialmente, pedalera encima del tamaño de un tranvía (algo habitual en sus conciertos), lo cual no le impidió escupir fuego como el mismísimo diablo, enaltecer a sus demoníacos seguidores y bombardearnos con una combinación muy efectiva de temas propios y recuerdos pasados de Immortal. El sonido, extremadamente mal ecualizado, no acompañó, lo cual, unido al mal genio del que nuestro entrañable guitarrista y frontman noruego hace gala habitualmente, hizo que abandonase el escenario visiblemente molesto en un par de ocasiones. Al menos hubo tiempo de escuchar clásicos como ‘Solarfall’, ‘Tyrants’ y ‘One by One’.

Graveyard fueron justamente el toque rockero que le hacía falta al festival. / © H. D. Fabuena
Si nos atenemos exclusivamente al apartado musical, no sería exagerado declarar que Graveyard dieron el mejor concierto del Resurrection Fest. Un sonido extremadamente cuidado, unas interpretaciones técnicamente precisas y un Joakim Nilsson que, con su voz y guitarra, arropado por unos compañeros tan buenos músicos como él, supo llenar de calor y sentimiento canciones tan maravillosas como ‘Uncomfortably Numb’ o ‘The Siren’. Si el mundo fuese justo, Graveyard, a día de hoy, serían auténticas estrellas. Para terminar la noche, una buena ración de macarrismo con Nashville Pussy y, aún en mayor medida, los Goddam Gallows, quienes coincidieron en horario con los de (irónicamente), Atlanta, para hacer bailar hasta al último de los asistentes que se mantenían aún por el recinto, desafiando al cansancio. Les tocaba cerrar la edición a The Real McKenzies, quienes ya son un clásico del festival, con un punk folk fiestero y a unos Black Horsemen que hicieron las delicias de todos aquellos que piden que, algún año, Metallica aparezca por Viveiro.
Cada año se dice que la edición de turno del Resurrection Fest ha sido la mejor hasta la fecha. Con el paso del tiempo comienza a sonar a comentario manido, típico y realizado por compromiso, pero, sinceramente, resulta imposible no sentenciar de tal manera cuando un evento de estas características consigue superarse a sí mismo una vez tras otra. De momento, pese a que la organización ha asegurado que el próximo verano tendremos la acongojante cantidad de 100 bandas, semeja complicado mejorar un año en el que casi todo ha sido, prácticamente, redondo. No obstante, si existe un festival en la península que pueda superarse aún más, que logre convencernos a todos de que es posible progresar y enriquecerse, aventajando a una edición tan sobresaliente como la que hemos vivido, es éste.
(Imagen de portada: Uncled Acid & the Deadbeats, por © H. D. Fabuena)