La mejor prueba del año

En el ciclismo de pinganillo, tácticas y conservadurismo carreras como la del sábado nos pueden (y deben) parecer una bendición. La prueba en ruta masculina de ciclismo de los Juegos Olímpicos de Río no era una clásica, ni tampoco una etapa de montaña, ni siquiera una jornada nerviosa donde los equipos pierden el control. Era exactamente todo eso mezclado en un cóctel donde los ciclistas estaban locos por ganar desde el primer minuto.

Por eso, se dejaron ver todo tipo de corredores. Los que ganan en primavera, los que lo hacen en julio y algunos que pueden ser capaces de ganar prácticamente durante todo el año. No fue el día de España, sí del Purito, que tenía piernas de medalla y que quizás se dejó muchas fuerzas en contactar con un grupo cabecero que se formó en la penúltima bajada de Vista Chinesa, un puerto (sí, un señor puerto) que ya está en el recuerdo de todo buen aficionado ciclista.

La carrera estuvo tan abierta que pudo ganar cualquiera: desde un ganador de las tres grandes, hasta un clasicómano

El acierto del circuito de Río era combinar dureza, kilometraje y sus variantes. Acabar con 15 kilómetros de llano y no en una subida es algo que sin duda hace que los aspirantes a la victoria cambien de nombre y apellidos. Por eso, el campeón olímpico es Greg Van Avermaet. Por eso y porque lleva una temporada de ensueño donde ha sabido reciclarse para preparara con mimo esta prueba. Lo vimos entrenar en el Tour en las cuestas, llevándose una etapa durísima que le hizo vestirse de amarillo, y lo vimos aguantar con los mejores para saber rematarlos al sprint en una carrera que nunca se lo olvidará. Como tampoco se le olvidará a Fulgsang y a Majka, sus acompañantes en el pódium de Río.

Lo que tampoco se le olvidará a Vicenzo Nibali es la bajada a Vista Chinesa. El tiburón de Messina, quizás el ciclista más activo del día, soñaba con el oro y lo veía cerca, pero una caída hizo que sus opciones y las de Henao quedaran tan destrozadas como su clavícula. Una pena para un ciclista valiente que demostró que venía preparado como nadie para el oro y con una selección a su servicio. Una selección italiana que dejó claro que la mejor forma de trabajar en equipo es atacar y no conservar. Solo así se entiende una carrera donde como máximo puedes contar con cinco corredores.

Después de un Tour bastante plano, la prueba de Río fue una bocanata de aire para el aficionado ciclista

A pesar del quinto puesto del Purito Rodríguez, que se retira del ciclismo profesional con todos los honores, la sensación es que la selección española no tuvo su día. Siempre a la contra y siempre trabajando. La labor de Jonathan Castroviejo una vez más fue ejemplar. También, es digna de elogio la capacidad de Alejandro Valverde para decidir a mil pulsaciones que no iba a ser su día y que quizás sí que podía ser el de Purito. Solo ese trabajo, sumado a la remontada final del ciclista catalán, permitieron a los españoles estar en el grupo que se jugó las medallas. Algo que de no haber pasado hubiese sido desastroso teniendo en cuenta las características del circuito. Quizás se echó de menos a Alberto Contador, un ciclista que ese mismo sábado conquistaba su primera Vuelta a Burgos y demostraba volver a tener muy buenas piernas, pero la carrera de Río está tan llena de “y si…” que si continuamos con ellos la llama olímpica se apagaría antes que nuestras letras.

Porque si algo ha hecho en nosotros la prueba olímpica en ruta es volver a enamorarnos del ciclismo. Ese deporte que hemos visto descafeinado durante tres semanas de hegemonía británica por las carreteras francesas, con un Chris Froome al que todavía esperamos en Río en la prueba contrarreloj. Pero esa será otra historia que tendrá difícil igualar la épica del sábado. Una épica que nos puso los vellos de punta a todos durante una tarde de ensueño.

Foto de portada: El País