Para pobres, nosotros
“Yo soñaba con un futuro prometedor. Allá donde iba, destacaba mi valeroso talento. Terminé mis estudios y tuve ganas independizarme, lo normal en una joven comprometida con el mejor novio del mundo e ilusionada por comerme el mundo. Las primeras ofertas de empleo brotan tras acumular grandes esfuerzos durante todo este tiempo. Me contratan en una prometedora empresa. Con un sueldo fijo, suenan campanas de boda y una generación que asegura la perdurabilidad de nuestros apellidos corretea por los pasillos de nuestra casa.
Sin embargo, llegó un día en donde tuvimos que abrocharnos el cinturón. Era necesario currar más para mantener estable los ingresos familiares. Aumentaron nuestras discusiones de pareja por organizar la rutina de los niños. Una brecha salarial golpea con fuerza al colectivo que me debe siete sueldos. Noto que mis nervios se disparan, todo me molesta. Ya no soy la misma de antes desde que vivo para trabajar y no vivo el trabajo. El banco cierra el chiringuito empresarial y me quedo en la calle. La ayuda que el paro me ofrece es insuficiente para sostener un hogar.
El amor de mi vida desaparece poco después tras consentir mi firma en una carta de divorcio. Debo cuatro cuotas de alquiler al casero porque sigo sin cobrar y no tengo un duro más ahorrado. Pierdo la paciencia y las ganas de seguir viviendo. Un poco de fiesta para despejarme me ayudará a sobre llevar los problemas…
Gracias al alcohol, experimento una sensación que me evade de la realidad; me siento mejor conmigo misma. Mi piso de soltera se va al garete porque el dueño está harto de que no pague. Con los escasos bienes que no han conseguido arrebatarme, me acerco al súper más cercano. Feliz con mi ginebra, tiro una pequeña manta al suelo y rezo por vivir de la caridad de la gente al final de la jornada. Reflexiono cuando la gente sale cargada de bolsas, “esa vida antes era mía”. Así va a ser mi jodida rutina todos los días de mi absurda existencia (…)”
Es evidente la pregunta que ronda ahora mismo por tu mente, ¿cómo puede llegar alguien a estos extremos? Las graves secuelas de la crisis económica que padece nuestro país exponen al 26,8% de la ciudadanía española en riesgo de exclusión social. Según la última encuesta que proporciona el Instituto Nacional de Estadística (INE), a pesar de haber salido de la recesión económica, “las condiciones de vida evolucionan a un ritmo mucho más lento”.
Los datos advierten, así, de la dificultad para obtener ingresos. En este sentido, la población reconoce severas carencias en ciertos aspectos, como la de no poder permitirse unas vacaciones, comer carne o pescado una vez a la semana o llegar con ciertas dificultades a fin de mes, tal y como asegura el 13,7% de los hogares. Además, el 39,4 de los consultados, admite que su indisposición para afrontar cualquier gasto imprevisto.

Tabla de evolución en cifras de los ingresos medios por hogar y por persona desde 2010 hasta 2014 |©El País
Con todo, las cifras concluyen en una costosa recuperación económica para los bolsillos medios de los españoles. Es decir, que por muchos esfuerzos que se estén haciendo por salir de la crisis, los ingresos del ciudadano aumentan de una forma más paulatina; avanzamos, pero no a pasos agigantados. La progresión crece de apariencia inversa a las necesidades que debe cubrir: la población. Por tanto, a día de hoy, el panorama monetario da la espalda a una vida mejor para los ciudadanos.
Galicia recoge una de las tasas más bajas de familias que no llegan a fin de mes, reflejando en el 7,1% de la población gallega. La tasa de riesgo de pobreza crece un 4% puntos con respecto a la anterior encuesta, realizada en 2014. A pesar del descenso, al pronunciarse de forma generalizada en todo el país, las cifras se encuentran cerca de la media estatal; si los ingresos medios anuales en la comunidad española oscilan alrededor de 10.419 euros, la comunidad norteña afronta una situación media de 10.235 euros.
No solo el INE recoge informes que formulan un contexto desesperanzador. Cáritas detectó en su memoria que “la pobreza es hereditaria y se hace crónica en las familia”. Así lo recogió La Voz de Galicia en uno de sus titulares.
Otra fuente que también aporta datos relevantes acerca de la situación que presenta Galicia es Salvador Ortigueira, investigador en la Universidad de Miami. El pontevedrés señala que “España va a pasar por unos años de gasto público bajo y debe apostar por la flexibilidad, esa es la idea de muchos académicos aunque otros no lo comparten”.
Tras dibujar un panorama dramático y bastante negativo, puesto que afecta a una gran parte de la sociedad española, los colectivos altruistas aumentan sus servicios e innovan en la creación de nuevos departamentos para cubrir cuantas más necesidades. Es decir, la disposición del personal propone soluciones que resuelven la mejora su problemática: al mismo tiempo que recogen y donan ropa, proporcionan hogar con temperatura ambiente para soportar el invierno.
Con el agravio de esta situación, tanto el personal como los afectados frecuentan cada vez más comedores sociales o albergues que les garanticen un techo. Se tratan de medidas a corto plazo que sirven atender las mayores preocupaciones de quienes han perdido hasta lo más mínimo. Pero nunca pensante en el hecho de que el aumento las ayudas implica una subida proporcional del nivel de pobreza social. Por tanto, el progreso de las ofertas desinteresadas en colaborar con personas necesitadas es, cuanto menos, entristecedor.
El Consistorio de Santiago de Compostela tampoco se queda atrás en ayudas. Su última propuesta permite facilitar un hogar digno a indigentes con problemas psicosociales, habilitando tres fincas localizadas en el polígono de Fontiñas. Es una medida que responde a las demandas de los ciudadanos compostelanos, tras la polémica desatada por el alto nivel de indigencia en las calles que tanto perturbaba la convivencia de los vecinos compostelanos.

En la Zona Vieja de las rúas compostelanas se concentra el mayor número de indigentes de la ciudad| ©El Correo Gallego
Dicho de otra manera, la sociedad no ve la pobreza como un problema, ya que no les toca de cerca, sino a los pobres que, como bien cabe esperar, molestan durmiendo en mitad de la calle, bancos o cajeros. Es el momento de reflexionar acerca de esta premisa, puesto que los ciudadanos han decidido encontrar una solución frente a la indigencia cuando la problemática ha interceptado de manera directa en sus vidas. Es decir, que si se ponen en un rincón y pasan desapercibidos entre los turistas, nadie hubiese clamado por sus derechos. Luchamos cuando nos conviene; cuando nos favorece el cambio.
“(…) y mientras mi presencia no usurpe el incrédulo andar de quienes puede permitirse unas suelas calientes, yo seguiré contemplando la luna: mi única fiel compañera. Y cuando el sol aviste sus primeros rallos, mis ojeras se alimentarán de continuos esfuerzos por conseguir levantar cabeza.
Porque doy pena sentada en la esquina de un supermercado. También si me acuesto en un banco. Y más aun rebuscando entre los contenedores de la basura. Para colmo, la alteración de residuos orgánicos depositados en cualquier vagón de la ciudad, me conducen a una multa que, como es lógica, no podría pagar. Supongo que no compensa que las personas como sigamos con vida en el planeta.
La sociedad no entiende que no escarbo entre su mierda por gusto, sino por la mera necesidad de seguir viviendo. Tampoco que mi honor queda expuesta a la larga, fría y oscura noche de invierno. Pero, sin duda, me duele con más fuerza que el capital abocado en mi vaso sirva para que sus cabezas queden tranquilas por realizar la buena acción del día. Mi gratitud dibuja una sonrisa que complace sus vacíos corazones. Donar se convierte en la solidaridad que satisface a corto plazo.
Sin embargo, nadie asegura que mi perdurabilidad persista. Nadie es capaz de ver más de mi atormentada mirada; ni de su propio alrededor. Nadie es capaz de sentir mi miedo, ni la soledad. Nadie es capaz de ver que cada día somos más. Nadie es capaz de concienciar a la sociedad de que somos los primeros en querer huir de este infierno. Nadie es alarmar a la sociedad de que cada día derrumba un pedazo de nuestra dignidad humana.
Es posible que te estorbe mientras caminas por las calles o te avergüences de que los turistas tengan que ver mis sucias y demacradas pintas. Pero nunca te deshonrará que yo me aferre a lo poco que intento encontrar. Si de verdad te molesta que sea pobre, no dejes de luchar por mis derechos”.