La pelota y Valerón
Juan Carlos Valerón Santana debutaba en un o noso derbi en otoño del año 2000, sin saber bien cómo ni por qué. Su figura había sufrido uno de los tantos desprendimientos arbitrarios de un Atlético de Madrid en quiebra deportiva y, junto al meta José Francisco Molina y el lateral izquierdo Joan Capdevila, había terminado aterrizando en la playa de Riazor, apuntalando al flamante campeón de Liga, al Superdépor de las fintas de Djalminha, el equilibrio de Mauro Silva y la bravura de Fran. A su llegada a A Coruña, el nombre del futbolista de Arguineguín ya no se decía con la boca pequeña. Tras ascender al primer equipo de Las Palmas y viajar de isla en isla para atracar en el mejor Mallorca de la historia, su paso por el desahuciado Atlético sirvió para catapultarlo a la selección y convertirlo en uno de los futbolistas con mayor capacidad creativa del fútbol español.
Como blanquiazul, Valerón reivindicó cada uno de sus pasos previos y los multiplicó de forma exponencial año tras año, esquivando a las lesiones al mismo tiempo que lo hacía con sus rivales. Ver jugar al mediapunta canario era un fenómeno comparable al disfrute de un afinado concierto de cuerda. Su estampa, espigada y frágil, bien le valió el pseudónimo de El Flaco, al mismo tiempo que su visión soberbia y preclara del juego le proporcionaron el reconocimiento de ser denominado El Mago. Valerón no jugaba al fútbol sino que lo mimaba, como si en sus botas se encontrase una acolchada cuna dispuesta a mecer la pelota hasta inducirla al sueño. Como los grandes artistas del balón, mantenía la mirada al alza, oteando la posición de cada uno de sus compañeros como dibujando un mapa variable de forma constante en su cabeza.
Valerón era lento y aparatoso, y su complexión algo así como una torre de huesos con apariencia constante de estar a punto de desmoronarse. Se movía por el terreno de juego despacio pero sin malgastar ningún paso, colaborando atrás y haciendo de la perfección de su rigor táctico su mayor exponente. Sin embargo, cuando la pelota llegaba a sus pies, El Flaco mutaba de torpe bailarín a artista de salón, sus huesos se calibraban y las piezas de su mapa mental encajaban con osadía con la exactitud arquitectónica de su precisión corporal, capaz de ejecutar los movimientos más inverosímiles con la facilidad mecánica de un copista. Con la pelota rodando adormecida entre sus pies, Valerón quebraba caderas en la medialuna del área y generaba espacios con abanicos corporales, como si, de golpe, fuese capaz de dominar a su antojo tiempo y espacio.
Cuando Juan Carlos Valerón Santana aterrizó, 25 primaveras en mano, en la playa de Riazor, el conjunto blanquiazul vivía la época más gloriosa de su historia. Con Javier Irureta en el banquillo y Valerón en la sala de máquinas, los deportivistas aún vivieron un nuevo triunfo en Copa del Rey y unas semifinales de la Liga de Campeones. Poco después, como suele dictar el volátil destino de los equipos que no pueden permitirse lo contrario, la gloria deportiva se convirtió en desdicha, y el Deportivo cayó, por dos veces, al pozo de la Segunda División.
La primera de ellas, en Riazor ante un Valencia que no se jugaba más que la papeleta. Terminado el encuentro y consumada la pérdida de categoría, un Valerón de 36 años cogió sus lágrimas, las apartó de su cara y espetó aquello de que, para él, era “igual de emocionante jugar con el Deportivo en Segunda División que hacerlo en Liga de Campeones“. Algo de amor por el fútbol y por sus colores había en esa frase cargada de rabia. Algo de amor por la pelota. Prometió devolver a su equipo a la máxima categoría del fútbol español y lo consiguió, siendo campeón y liderándolo, a sus 37 años, con la fiereza de un joven jugador con toda su carrera por delante. Huelga decir que esa fue una de las temporadas más brillantes de la carrera del mediapunta canario, aunque no precisamente por falta de rendimiento en las demás.
Cuando el Deportivo de La Coruña volvió a perder la categoría un año más tarde y con 38 años en la casaca, el viejo Mago de Arguineguín decidió, como deciden los amantes de la pelota, que era hora de volver a casa. Así abandonó Riazor, con los ojos empañados en lágrimas y la memoria plagada de sonrisas. Juan Carlos Valerón Santana jugó su último o noso derbi en la primavera de 2013. A punto de cumplir los 38, fue el mejor del partido. Y es que, de sus 13 años en A Coruña, a El Flaco le sobraron 12 para entender lo que es el fútbol en Galicia.
A punto de cumplir los 41, El Mago de Arguineguín se despide del fútbol profesional dejando tanto a Las Palmas como a Deportivo de La Coruña luchando en la máxima categoría. Con una pelota amaestrada en la mano, sin mancha de algún tipo. Con una sonrisa dibujada en su rostro y lanzando una caricia a la memoria de todos aquellos que amamos el o noso derbi. De todos aquellos que amamos el fútbol. De todos los que amamos la pelota, al menos, una pequeña parte de lo que lo hace él.