Fútbol de personas
Dice la gente que el periodismo deportivo es un circo. Un espectáculo innecesario que ha contribuido a que el fútbol, deporte rey por excelencia, se haya devaluado hasta convertirse en un torbellino en el que marketing, política e imagen se han convertido en protagonistas antes que el balón. Los hay nostálgicos que revisan partidos de treinta, cuarenta o cincuenta años atrás, cuando el regate todavía era una pincelada, la defensa una cuestión de principios y el periodista aquel hombre de gabardina reposado sobre las vallas publicitarias con un micrófono como apéndice de un enorme océano de cables y aparatos monstruosos. Los hay nostálgicos que no sacan su cabeza del aparato mediático conformado alrededor de las grandes estrellas. Los hay nostálgicos que no se dignan a ver fútbol de Tercera División.
El Grupo I de la Tercera División española está conformado de forma íntegra por 20 equipos que cubren toda la geografía gallega, desde O Barco de Valdeorras hasta A Coruña y desde Vigo a Ribadeo. Equipos que viajan en autobús o realizan expediciones subidos en sus propios coches a través de todo el territorio de la comunidad autónoma. A los campos de estos veinte clubes, la mayor parte de ellos en un estado precario dada la desatención de sus Concellos (gran parte de los campos son infraestructuras públicas de propiedad municipal), no viajan expediciones de periodistas ávidos de sensacionalismo. De la experiencia de un servidor como periodista a través de los campos del noroeste de la Tercera División se extrae un rectángulo cuyos vértices no marcan exactamente los 90 grados, pero cuyos lados conectan, empezando y terminando en el mismo punto.
17.01.2016 (García Calvo, Negreira)
Los nervios de vivir una primera experiencia radiofónica se pasan mejor si la lluvia distrae tu atención. El campo de fútbol Municipal Jesús García Calvo se encuentra en la periferia de Negreira, un municipio que apenas sobrepasa los 7000 habitantes, y acoge los partidos de la Sociedad Deportiva Negreira, equipo recién ascendido del Grupo Norte de la Preferente Autonómica, aunque todo un clásico de la categoría. Llego al campo dos horas antes del arranque del encuentro que enfrentará a los locales al Silva S.D., que vive su segunda temporada consecutiva en Tercera y se ha convertido en un equipo asentado de media tabla. Soy el primero en llegar, sólo precedido por el hombre encargado de abrir el campo.
– ¿Es o da radio? – me espeta, a través de las rejas, tras ver el maletín que transporto.
– Sí.
– A cabina a tes aí arriba.
Con un golpe de llave me abre las puertas y así, de golpe y de frente, me subo a mi primera cabina de retransmisión para narrar un partido de fútbol de Tercera. La cabina de radio del García Calvo se esconde tras la tribuna, una pequeña parcela de la única grada del campo reservada para los encargados de los equipos y para los personajes ilustres del lugar. Tras instalarme, me acerco a la cantina, un clásico de los pequeños campos de fútbol de Galicia. Los aficionados más fieles al equipo empiezan a llegar, mientras también lo hacen los jugadores, que aterrizan en el campo tras la rutinaria comida familiar de los domingos. Es lo bueno de las distancias cortas y de las divisiones inferiores. No interrumpen tu vida ni la manipulan. Pido un café, más útil para mis manos que para mi paladar.
De vuelta a la cabina, me encuentro con el delegado del campo, que rápidamente me ofrece las alineaciones de ambos equipos. Soy el único periodista en el campo, y me da la sensación de que a ellos les importa realmente que yo esté allí. Realmente creen que mi función es importante: la de contar a toda Galicia lo que hace su equipo, que normalmente no sale en las noticias ni en los programas deportivos. De entre los personajes ilustres de Negreira que comienzan a copar los puestos de la tribuna emerge la figura del Decano, periodista jubilado de barba blancuzca y enjuto, con una especie de sombrero playero sobre su cabeza y un enorme puro entre sus labios. Se me acerca, interesado, y me comenta alguna que otra cosa entre carcajadas nerviosas.
– Aí, nesa silla… ¡Ay nesa silla na que estás! ¡Dezasete anos! ¡Dezasete anos dando ó Negreira no García Calvo! Xa podes cantar os goles…
Alrededor de 200 personas terminan por llenar las reducidas gradas del García Calvo y el partido se convierte en todo un acontecimiento. Tras una primera parte trabada, los locales desatascan el marcador en la segunda y me permiten cantar dos goles. Diego y Angelo marcan y el Negreira se impone por 2-0 al Silva, alejándose del descenso. La noticia, sin embargo, pasa por la caída de un espectador por las escaleras al término del partido. Los servicios médicos llegan rápido y todo queda en un susto. Toca esperar quince días para volver a estar, todos juntos, viendo al Negreira jugar en el García Calvo. Para ver de nuevo al periodista, tras la tribuna, cantando los goles.
31.01.2016 (A Pedreira, Mugardos)
Entre mi primera y mi segunda incursión en el mundo de las retransmisiones radiofónicas hay dos denominadores comunes: el clima – lluvia, claro – y la Sociedad Deportiva Negreira. Dos semanas después de narrar su victoria en el García Calvo ante el Silva, los chicos dirigidos por Xosé Manuel Pose me llevan consigo hacia la costa ferrolana. Concretamente vamos a A Pedreira, un pequeño campo con vistas al Atlántico y perteneciente al municipio de Mugardos. En él juega sus equipos como local el Galicia de Mugardos, equipo con convenio de filial con el Racing de Ferrol.
Dado que la mayoría de los futbolistas del Negreira residen en Santiago de Compostela – al igual que un servidor -, concretamos que sean ellos los encargados de desplazarme hasta Mugardos desde la capital. Algo así como una hora y media de viaje con los futbolistas cuyo encuentro voy a narrar. Nos citamos en San Lázaro dos horas y media antes del encuentro, y cuando llego allí todos están esperándome ya, repartiéndose entre los coches disponibles con el objetivo de ahorrar la máxima gasolina posible.
– ¿Quién lleva al de la radio?
– Creo que Rendo y la novia tienen sitios libres.
– Vale, vas con Rendo.
El de la radio, es decir, yo, se sube al coche de Rendo, lateral derecho del equipo, dispuesto a compartir el viaje a Mugardos con él, su chica y una amiga de ésta que viaja para acompañarla en la grada durante el partido. Mientras Rendo conduce en silencio, su compañera me hace preguntas con cierto sarcasmo del perfil de “¿De verdade vas ter cousas que contar destes mataos?”, alternándome como interlocutor con su amiga, a la que le relata con todo tipo de detalles el último lío que hubo con la encargada de la tienda en la que trabajan. Rendo sigue, mientras tanto, conduciendo en silencio.
Llegamos a Mugardos apenas una hora antes del partido y me pongo en busca de la cabina. Tras un vistazo rápido, intuyo que mi búsqueda va a ser fútil. Me acerco al hombre de las llaves y le pregunto si él sabe dónde se coloca el periodista que suele venir en mi lugar, a lo que él me responde con una leve indicación hacia la esquina superior izquierda de la grada. Efectivamente, allí se encuentra el hogar del periodista en A Pedreira. En la grada junto a los aficionados, con el Nómada conectado a una toma de teléfono que prácticamente cuelga del techo. Hace frío y me acerco a la cantina a por otro café para mis manos. La gente tiene ganas de fútbol, y es que el Galicia de Mugardos se juega mucho. Ambos equipos pelean por la permanencia.
El partido resulta ser vibrante pese al mal estado del terreno de juego, algo encharcado y con el césped levantado. Rodri adelanta al Negreira y Dieguito firma el empate para los locales, todo ello en la primera mitad del juego. Desde la grada escucho a la novia de Rendo animar a su equipo. Realmente no sé si la escucho tanto porque es la única persona a la que conozco o si el motivo es que de verdad es la que más grita. El único que se le compara soy yo, que grito cantando los goles al micrófono mientras todos a mi alrededor me miran incrédulos, con una expresión que reza algo así como que qué hace alguien tan joven dando a su equipo por la radio.
El encuentro se salda con un empate pasado por agua y Rendo es el primero en ducharse. Sale contento, dice, pese al empate. El viaje de vuelta es notablemente más animado que el de ida, quizá porque Rendo ya no está tan concentrado o porque ya hemos hecho la digestión. Una hora y media más tarde, me depositan, como a un equipaje, en la puerta de mi casa. Ni más ni menos. Tras el cristal veo marcharse a Rendo, con una tarde de fútbol y lluvia a sus espaldas, un empate y una sonrisa en su rostro.
28.02.2016 (San Lázaro, Noia)
Tras pasar más de un mes desconectado de los campos de Tercera, vuelvo a ellos al filo del término del mes de febrero. El Municipal San Lázaro de Noia, que acoge al equipo de la localidad bañada por la ría homónima, se encuentra en una zona verdaderamente hermosa que conecta océano y montaña. Más que las instalaciones de un campo de fútbol, parecen las de un parque fluvial. El tono paradisíaco se lo da, quizá, el brillante y gélido sol que brilla en el cielo. El equipo local, sumido en el descenso, recibe a otro equipo en horas bajas, el Ribadumia, que llega desde el municipio pontevedrés con ganas de alejarse de los puestos de peligro.
En la entrada me veo incluso obligado a buscar a alguien a quien notificar que sí, que yo soy el de la radio, aunque en A Pedreira les pareciese que quizá soy demasiado joven para serlo. En el San Lázaro sí tienen cabina, y una bien grande además. Lo que no tienen, sin embargo, es toma de teléfono, dado que la línea no llega hasta el campo. Ello complicará mis labores radiofónicas, no cabe duda. Mientras despliego toda mi parafernalia de cables habitual, los encargados del campo del Noia van desfilando por mi puerta, saludándome amablemente, entregándome las alineaciones habituales en hojas apaisadas y señalando, como si yo no fuese consciente de ello, el hecho de que soy el nuevo. Curiosa en particular es mi conversación con un joven que parece ser miembro del equipo técnico del San Lázaro y que viaja cargado con una enorme cantidad de material de campo.
– ¡Hola! ¡Qué tal!
– Hola, encantado, soy Adrián.
– ¡Oh! Eres el que da los resultados de la Preferente, ¿no eres?
– Soy, soy. Me reconociste rápido, ¿eh?
– Pues claro, escucho Galicia en Goles todos los fines de semana.
Más tarde descubriría que a ese hombre en concreto ya le habían dicho que yo, el nuevo, era el que retransmitía los partidos de Preferente, no es que hubiese reconocido mi voz a la primera frase. Pero en el momento me acojoné. Seguía teniendo la sensación de que, allá a donde iba, la gente realmente se interesaba por mi trabajo. Los niños, sentados delante de mi cabina, me observan curiosos, como si lo que ocurriese detrás del cristal tuviese algún tipo de componente místico y ajeno a ellos.
El partido lo marca el terreno de juego, totalmente desatendido por el Concello de Noia. Con el césped completamente levantado y el bote del balón totalmente irregular, ambos equipos se resguardan, con más miedo a perder que ganas de ganar. Un gol del mítico Changui para el Ribadumia en el descuento decide el partido y hunde a los locales. Su entrenador, Iago Iglesias – un tipo sumamente interesante con trayectoria en el mundo árabe -, me atiende, abatido, al término del encuentro. Sentado en un banco al pie de la montaña y al borde del río veo marcharse, lleno de júbilo, al autobús del Ribadumia, mientras los jugadores del Noia toman sus coches apesadumbrados. Es curiosa la forma de sentir el fútbol de aquellos que lo practican única y exclusivamente porque les gusta. El sol se pone tras la ría, pero el frío permanece en Noia toda la noche.
06.03.2016 (Vistalegre, Ordes)
Mi rectángulo por los campos de Tercera División del noroeste gallego se completa con la primavera a punto de llegar. Para mi viaje a Ordes vuelvo a requerir los servicios de futbolistas que puedan transportarme. En este caso es Mario, guardameta de los locales, quien se encarga de llevarme hasta el campo de Vistalegre. En el coche nos acompaña César, atacante del equipo, y entre los tres hacemos cábalas sobre las posibilidades que tiene el equipo de escapar de la quema de los descensos por arrastre que puedan motivar las posibles caídas desde Segunda B de Celta B y Compostela. Realmente les dolería abandonar la Tercera División. Y es que si el salto entre la Segunda B y la Tercera es abismal, el vacío entre Tercera y Preferente no se queda corto.
El viaje se hace corto y pronto me encuentro ocupando mi última cabina, quizá en el campo con mejores instalaciones y un césped en mejor calidad de todos los que había visitado. A Vistalegre llega como visitante As Pontes, un equipo ubicado en la zona tranquila de la clasificación y sin presión en sus talones. La lluvia torrencial y el sol se alternan como si fuesen de la mano, curiosos y nerviosos ante el partido que estaba a punto de comenzar. Vuelvo a ser el único periodista. A mi lado se sientan los chicos de megafonía, los cuales me piden las alineaciones y las hojean interesados, comentando las ausencias que les sorprenden y las presencias que no esperaban.
El partido es de ida y vuelta, frenético y lleno de oportunidades, pero sin goles hasta que Alvarito rompe la balanza a favor de los locales en el tramo final del partido. La sensación de la grada resulta ciertamente similar a la vivida dos meses antes en el García Calvo a través del humo del puro de el Decano. En Tercera División da mucha, muchísima rabia perder, y quizá por ello es que ganar sabe tan bien. Mario tarda algo – bastante – más que Rendo en ducharse – quizá por aquello de celebrar la victoria en el vestuario entre amigos antes de irse a casa, otro de los clásicos del fútbol modesto -, pero finalmente sale junto a César, con una sonrisa dibujada en la cara y el pelo húmedo.
C. – Menuda mano mete ahí Mario en la última, ¿eh? ¡Pro-vi-den-cial Mario!
M. – (Entre risas) ¡Calla tú!
El viaje de vuelta a Santiago junto a Mario cierra mi rectángulo, pese a que yo todavía no lo sé. Lo hace, además, de un modo sigiloso pero acertado, hablando sobre aquello que se ha perdido en el fútbol de élite. Comentamos lo difícil que es para jugadores que, desde pequeños, se han visto inmersos en una espiral de frenesí mediático y de fama, mantener los pies pegados al suelo y la consciencia de la realidad en la que viven. A fin de cuentas – asegura -, el fútbol lo juegan personas, y todo aquel que no lo entienda, o no lo quiera entender, no quiere ver fútbol. No está viendo fútbol.