Crónica de una noche bizarra

El bar Internacional II | © Ada Seoane Alló
El Internacional II es un bar típicamente coruñés. Al fondo, las banderas del Dépor cubren la barandilla de la segunda altura, mientras, por las paredes, se suceden los pósters y la vitrina de trofeos. En la carta ofrecen bocadillos y hamburguesas simples, con queso o con bacón. Si le piden bacón al camarero –por las risas-, lo más probable es que les mire extrañado, ustedes tengan que redimirse y acaben pidiendo beicon. Con todo, fríen un beicon de lo más aceptable. Este resquicio de localismo coruñés se encuentra al bajar unas escaleras asesinas en la calle Rubine, entre Plaza de Pontevedra (la del instituto, la del Manhattan, la que orienta a los que no son de allí) y la playa de Riazor.
La playa de Riazor, donde Riazor, donde el Playa. Científicos de todo el mundo investigan aún qué llegó antes ahí. Y ahí nos encontramos, tras salir del Internacional II con que, a pesar de ser las 11, la puerta está cerrada. Colegueo entre desconocidos, “¿se entrará por otra puerta?”, cosas por el estilo. De repente, los porteros empiezan a ceñir la fila con vallas (“cuántas más vallas te pongan, más importante eres”- Sabela de Agoraphobia dixit). Total, que entre el bacón, las vallas y las risas, el concierto se retrasa bastante. La noche bizarra no ha hecho más que empezar.

Pantis | © Ada Seoane Alló
El evento, organizado por Javier Becerra, conmemora los ocho años de funcionamiento de su blog, Retroalimentación. Comienza con la actuación de Pantis, cantautor poseído por los ritmos de la electrónica. Desde el minuto en el que sale al escenario, Pantis no para de bailar y de saltar, mientras aporrea las teclas de su teclado y se desgañita con cada una de sus letras. Mención especial a la pegatina del colectivo Porno, que asoma en la esquina de dicho teclado recordándonos que no habrá más Discos Porno nunca más. Al principio de su actuación, al mirar hacia atrás –pero cuánto daño has hecho, Amélie Poulain-, las caras reflejan una mezcla entre curiosidad, entusiasmo contenido, cerveza fría y “que venga Triángulo ya”. Sin embargo, a medida que actúa, Pantis va conquistando con su entrega. Conquista porque lo pasa bien, porque lo vive, porque lo suda. Por momentos, parece que te mira a los ojos. Es probable que este chico dé mucho que hablar. Interesados, dense el gusto de rebuscar en su Bandcamp. Si le buscan en Youtube, se perderán en un mar de tutoriales sobre cómo arreglar unos leotardos (a.k.a pantis) con esmalte de uñas y cosas así.

Isa Cea de Triángulo de Amor Bizarro | © Ada Seoane Alló
Tras Pantis sale Triángulo de Amor Bizarro. La -hasta ahora- tranquila primera fila se revoluciona por completo. Aparece un huracán rubio platino que no medirá más de metro sesenta, pero que basta para dar comienzo a un amago de pogo que alcanza momentos verdaderamente intensos. Indies prototipo de corta -y no tan corta- edad se suman, empezando a codazos voladores al lado de gente que intenta apañárselas para sobrevivir con un gran angular en la mano. De entrada parecen unos capullos, pero cuando el segurata los echa, acaba dando pena. Mientras, en el escenario -que de eso hemos venido a hablar-, Isa Cea y compañía echan el resto. “Jesús ordena faldas más cortas, Jesús ordena medias más rotas, Jesús ordena flequillo Cleopatra, Jesús ordena fuego en la discoteca”, que dice la canción. Viernes noche, Playa Club. La voluntad del Señor se cumple. A lo largo de cada canción, banda y público no dan tregua. Los temas de Salve Discordia se mezclan con pistas de discos anteriores. Nuevos o viejos, todos suenan más que bien en un directo sin pausas. Otros prefieren pararse entre tema y tema, contarte su vida, contarte un chiste. Triángulo de Amor Bizarro toca. Y punto. Y de qué manera.

Rafa Mallo y Rodrigo Caamaño de Triángulo de Amor Bizarro | © Ada Seoane Alló

Zippo en los teclados de Triángulo de Amor Bizarro | © Ada Seoane Alló

Público en el pogo durante el concierto de Triángulo de Amor Bizarro | © Ada Seoane Alló

Isa Cea de Triángulo de Amor Bizarro | © Ada Seoane Alló
Así, entre pogos, bailes y snapchats de desconocidos -como siempre, móviles de más- se va la noche. Un comando con sirena incorporada pulula por el local. Traen Jäger de regalo y polaroids de propina. Por el puesto de merchandising asoman caras conocidas. Algunos miembros de la banda salen a saluda y a mezclarse con la gente de cara a la fiesta posterior. Pese al plan inicial, mucha gente abandona. En Riazor, la noche está clara y serena. Nada más salir, los oídos empiezan a pitar -ah,los conciertos en salas pequeñas-. El equipo Compostimes vuelve a Compostela. La noche tiene que seguir en alguna parte. Por autopista, un disco reproduce versiones extrañas de temas antiguos. En castellano empleamos mal la palabra bizarro –pues no significa “extraño”, como en inglés, sino “valiente”-. Con todo, qué más da. Qué bizarrada de noche.

La luz que nos lleva al Jägermeister | © Ada Seoane Alló