El Juicio del Mono

Charles Darwin en su vejez | ©Lacasadelahistoria

Charles Robert Darwin, natural de Shrewsbury, Inglaterra, nació el 12 de Febrero de 1809 en el seno de una familia acomodada, siendo el quinto de seis hermanos. Desde niño, su pasión por el mundo natural se hizo patente, llevándole a curiosear y estudiar más en profundidad el medio que lo rodeaba. Aunque comenzó sus estudios de Medicina, pronto los abandonaría, centrándose en el estudio de invertebrados marinos. Destacado geólogo y naturalista, el viaje en el HMS Beagle y su diario de viajes le proporcionó mucha fama y prestigio. Los datos que recopiló en esta travesía serían el germen del libro El Origen de las Especies.

Los principales puntos de la teoría de Darwin eran totalmente opuestos a las teorías antiguas, aún imperantes en la época del gran científico inglés. Los catastrofistas, liderados por Cuvier se enfrentaban, con uñas y dientes, a los evolucionistas, seguidores de las hipótesis de Lamarck. Esta férrea contienda fue eclipsada por las ideas darwinianas, más avanzadas que las lamarckianas, en la explicación de la diversidad de especies y su relativo parecido en algunos aspectos morfológicos. Pero, ¿fueron definitivas las ideas de Darwin? Claro que no.

Primera portada de El Origen de las Especies |©Educ.ar

Es aquí donde empieza el auténtico Juicio a las hipótesis evolucionistas. Después de la muerte de Charles, la Teoría de la Evolución se fue apagando, en parte motivada por las discusiones internas de la comunidad científica que no acababan de aceptar todos los principios darwinianos. Uno de sus puntos flacos era el explicar el origen de la variabilidad. Darwin nunca oiría la palabra mutación ni cambio genético, ya que en su tiempo la genética era una ciencia inexistente. Los trabajos de Gregor Mendel fueron los pilares de esta nueva ciencia donde se postulaban los cambios en los hijos, con respecto a sus padres, mediante mutaciones puntuales. La selección natural de Darwin era, hasta aquel momento, un ente abstracto muy parecido a Dios. El descubrimiento del proceso de mutación reavivó las discusiones y, con ellas, la Teoría de la Evolución siguió viva.

 La selección natural de Darwin era, hasta aquel momento, un ente abstracto muy parecido a Dios

En los años 30, un grupo de investigadores liderados por Mayr, Dobzhansky y Simpson, redefinieron la teoría darwiniana con las ideas mendelianas. Así nació la Teoría sintética de la Evolución o Neodarwinismo. Theodosius Dobzhansky llegó a afirmar lo siguiente: Nada tiene sentido, en biología, si no es a la luz de la evolución. Esta declaración fue rotunda y contundente, rechazando definitivamente las nuevas ideas que afloraron en los años 20 y 30: Los neolamarckistas y catastrofistas modernos tuvieron que rendirse a las hipótesis revisadas de Darwin.

Theodosius Dobzhansky | ©Biografíasyvidas

Por si fuese poco, aunque la comunidad científica parecía hacer las paces y aceptar esta nueva visión evolucionista, muchos sectores sociales se negaban a pensar que “los hombres descendíamos del mono”. Esta afirmación no deja de ser una falacia. Los actuales humanos no descendemos de los monos; los actuales humanos y los actuales primates descendemos de un antecesor común, un organismo que evoluciono para dar lugar a todas las especies de primates, orden en el que estamos incluidos los humanos.

Este grupo social fue constituido por personas con profundas y radicales creencias religiosas que, incluso actualmente, no aceptaban estas hipótesis, creyendo que lo escrito en la Biblia era lo que realmente sucedió. El caso más impactante se produjo en Dayton, Tennessee, EE.UU. Un profesor de secundaria, Thomas Scopes, fue acusado de enseñar la Teoría de la Evolución de Darwin en la escuela, acto prohibido en aquella época, donde los maestros debían enseñar los argumentos bíblicos sobre la creación del hombre.

Thomas Scopes fue detenido por dos policías en 1925 por inculcar a sus alumnos las ideas darwinianas. El caso fue llevado a los tribunales, siendo muy polémico en su día. Los abogados de la acusación y la defensa eran hombres muy conocidos en el panorama político y cultural americano, dos visiones totalmente distintas y enfrentadas. William Bryan, defensor de los cristianos, y Clarence Darrow, defensor del profesor Scopes y de la evolución. El pueblo de Dayton pronto clavó su odio en estos dos hombres de ciencia, acusándoles de ateos y falsos cristianos. La contienda no se presentaba sencilla para los evolucionistas.

Pese a un discurso cargado de ataques contra los científicos, exaltación de los valores cristianos y una batería de citas bíblicas, William Bryan quedó en ridículo ante la nación. Al ser interrogado en el juicio, ya que era el mayor experto en la Biblia que residía en los Estados Unidos, Bryan no pudo responder, con rotundidad a una pregunta:

 – Señor Bryan, –comenzó Clarence Darrow– ¿cuántas horas duró el primer día que se narra en la Biblia? ¿24 horas, 30 horas?

–  No sabría lo que responderle… –el anciano abogado estaba perplejo ante esa pregunta–.

–  Entonces, ¿el primer día de la historia podría haberse prolongado cientos de años, incluso millones de años?

– Podría ser… –los ojos de Bryan recorrieron los rostros de los cientos de personas que se acinaban en la sala, perplejos ante esta respuesta–.

John Thomas Scopes, docente acusado de enseñar la teoría de Darwin | ©Law2.umkc

El resultado de este controvertido juicio fue el siguiente: Thomas Scopes fue declarado culpable (se sospecha que el tribunal actuó bajo coacción) y condenado a pagar una multa de 100 dólares. Bryan fue ridiculizado por la prensa y Darrow se convirtió en el abogado más conocido de todo Norteamérica. Aunque Scopes perdió el juicio, la evolución gano en el ámbito nacional. Desde ese momento, el gobierno abolió la ley que prohibía enseñar la Teoría de la Evolución en las escuelas, implementando con ello el desarrollo de las ciencias de la vida.

Aunque Scopes perdió el juicio, la evolución gano en el ámbito nacional. Desde ese momento, el gobierno abolió la ley que prohibía enseñar la Teoría de la Evolución

Charles Darwin murió en 1882, siendo el próximo 19 de Abril el 134º aniversario de su muerte. Durante más de un siglo, su teoría ha vivido, ha enfermado, ha cambiado, ha sido juzgada y, finalmente, aceptada por la mayor parte de la sociedad. 134 años de discusiones y cambio nos han dejado en legado una teoría que permite explicar cómo surgió la gran biodiversidad imperante en nuestros días. Probablemente, la teoría de este genio inglés ha sufrido el mayor de los juicios de la historia: el Juicio del Mono jamás terminará, ya que las nuevas investigaciones aportan datos nuevos para discutir, para retocar matices, para derribar antiguos principios, en un proceso cíclico que constituye el verdadero espíritu científico.