La gran apuesta; sacudiendo la realidad

El talento para la comedia de Adam McKay siempre ha estado fuera de toda duda. No podría ser de otro modo ante el creador de uno de los universos más delirantes del cine norteamericano del siglo XXI: el de Ron Burgundy y su extravagante equipo de reporteros (especialmente hilarante el Brick Tamland interpretado por Steve Carell). Sin embargo, se está convirtiendo en una tendencia cada vez más generalizada que cineastas tradicionalmente relacionados con el ámbito puramente cómico se expandan hacia nuevos géneros, sin perder, eso sí, de vista su identidad.

Con ‘La gran apuesta’, McKay da ese gran salto hacia adelante que se esperaba de él. Muestra esa madurez que se le venía exigiendo y que ha cumplido ya no con solvencia, sino con una brillantez pasmosa. Manteniendo la comedia como vigoroso elemento narrativo, este realizador de Philadelphia dirige y escribe (firmando el libreto junto a Charles Randolph) una cinta aguda e incisiva que pretende, sobre todo lo demás, hacer comprender al espectador medio qué ocurrió exactamente entre 2007 y 2008 en la banca americana, buscando contextualizar al máximo posible las causas y motivos que pudieron desencadenar el estallido de la burbuja inmobiliaria, a la postre consecuencia de la crisis económico-social que todo el mundo occidental ha vivido desde entonces y en la cual sigue inmersa a día de hoy.

Consciente de que el relato de todos estos acontecimientos es todo un reto por el nivel de complejidad conceptual que requiere, McKay toma la sabia decisión de darle la vuelta a la situación y mostrar la realidad vivida a través de cuatro miradas diferentes, de cuatro perspectivas completamente alejadas entre sí, intercalando su discurso con frescas y sencillas explicaciones (introducidas de forma extraordinariamente cómica por personalidades del mundo del espectáculo) de los principales términos económico-financieros clave para poder pisar firme sobre las arenas movedizas de la especulación y la inversión.

Su ágil y agudo guión es una de sus grandes bazas | ©Sensacine.

Su ágil y agudo guión es una de sus grandes bazas | ©Sensacine.

El relato más simple, es decir, el principal hilo narrativo a través del cual fluye el film, viene dado por la voz en off de Jared Vennett (discreto pero efectivo Ryan Gosling), un comerciante de Deutsche Bank que actúa como nexo entre los mecanismos bancarios y los actores externos. De la voz de Vennett recibimos la información fundamental, la que nos ubica en la historia y nos hace comprender toda la sucesión de acontecimientos que tienen lugar ante nosotros. Su rol, aunque exento por completo de dramatismo, es básico y sobre él se sostiene toda la narración de la cinta.

Del personaje del Dr. Michael Burry, fantásticamente interpretado por el camaleónico Christian Bale, extraemos la información necesaria para comprender los motivos por los cuales la caída del mercado inmobiliario era ya un hecho años antes de producirse, además de exhibir el carácter excéntrico y offbeat que se otorgaba a todas aquellas personas que buscaban apostar contra las claras tendencias económicas dadas en el momento. Un ejemplo clarificador de lo inútil que puede llegar a resultar luchar contra un status quo plagado de fraude y engaños. Tirando del hilo nos encontramos con el trío conformado por Brad Pitt, John Magaro y Finn Wittrock, quienes terminan por destapar al completo los elementos clave del desplome de la economía mundial, mostrando además de forma incluso ridícula los altos niveles de hipocresía y autoengaño con los que se trabajaba en los bancos de mayor entidad de los Estados Unidos.

El personaje de Carell aporta el componente humano al film | ©Sensacine.

El personaje de Carell aporta el componente humano al film | ©Sensacine.

Finalmente, y con el objetivo de aportar el inevitable y necesario toque moralista a la historia, se nos presenta a Mark Baum (extraordinariamente encarnado por Steve Carell) y su equipo, miembros de una gerencia de fondos de cobertura que, conscientes de la situación, tratan de subvertirla al máximo nivel posible, encontrándose con el resistente muro de la indiferencia y la desidia por parte de los órganos de gobierno de las entidades bancarias. Una historia de frustración y desarraigo, de la comprensión de aquello de que las olas siguen derribando árboles por mucho que nadie trate de evitarlo.

Si bien es cierto que los personajes carecen casi por completo de cualquier carga dramática a nivel emocional (con excepción de la gratuita historia personal de Carell, uno de los pocos elementos innecesarios del film), esta se ve trasladada de forma efectista al relato y a la realidad vivida, de modo que el espectador logra sentirse airado y decepcionado a partes iguales, mientras mantiene en su paladar el regusto dulce provocado por la punzante ironía que habita el guión de McKay y Randolph. Una mezcla de sensaciones bañada por una dirección absolutamente impecable y un montaje posterior que convierte a la película en una sucesión frenética de información y acontecimientos.

‘La gran apuesta’ es una película, en esencia, de denuncia. De denuncia hacia lo inamovible de los mecanismos de poder, en primer lugar, y, además, a la incompetencia de aquellos que se hacen cargo de ellos. Un grito de rebeldía en una sociedad que te invita, de un modo más o menos amable, a permanecer en silencio pese a todo lo que te rodea. Una invitación a no mirar para otro lado cuando el engaño es flagrante, y a encontrar refugio en la integridad cuando todo se desmorona. Y, si no llegaseis a entenderlo, siempre podría explicároslo Margot Robbie desde su bañera.