La emoción de los Goya
Los Goya inundaron el fin de semana pasado el panorama audiovisual español. No es nada nuevo. Las redes sociales, con Twitter en cabeza, y la retransmisión en TVE dieron buena cuenta de ello. Desde la alfombra roja hasta la ceremonia, pasando por las entrevistas y los chistes, hasta la entrega de los premios y los polémicos discursos y agradecimientos. Sin duda, todo un despliegue mediático para no perder ni un detalle de los presentes. La emoción de los candidatos a llevarse la estatuilla en carne viva en los hogares de todos los que sintonizaron TVE. Una retransmisión sin parangón… ¿Retransmisión o espectáculo? No enumeraré fuentes en las que se divague sobre el sentido técnico, económico o cultural de esta gala. Por si acaso. Y si os pica la curiosidad, aquí se comentan algunos aspectos a mejorar. Esté o no esté de acuerdo, hay algo que por suerte todavía se escapa (o eso quiero creer) a los problemas del directo: la emoción de los discursos tras recoger al nuevo miembro en la familia.
Una semana da para mucho. Una semana de reflexión. Una semana evitando que las reflexiones ajenas contaminen la mía. Una semana en la que la web se ha llenado de artículos y réplicas de todo tipo: recopilación de los ya famosos memes, análisis de los los looks, reacción del presentador a sus críticas, debates sobre la apertura … Un paréntesis, por favor. No voy a seguir en esa línea. No voy a caer en la recopilación. Voy a hablar, ahora sí, de la emoción. Una semana más tarde, sigo con el mismo sentimiento al recordar a un premiado. A Miguel Herrán al recoger su premio a mejor actor revelación por su papel en A cambio de nada (Daniel Guzmán, 2015).
“Has conseguido que un chaval sin ilusiones, sin ganas de estudiar, sin que le guste nada, descubra un mundo nuevo y quiera estudiar, quiera trabajar y se agarre a esta vida nueva como si no hubiera otra. Me has dado una vida, Daniel. Gracias”.
Esas son las palabras con las que el joven y novel actor recogía su premio. ¿Mi sentimiento? La identificación. Quizás por la proximidad en la edad o por la vida que proclama querer vivir. Una vida recién descubierta: la del mundo del cine. Una nueva vida. Siempre se suele decir que dedicarse y vivir del cine es complicado. También dicen que la esperanza es lo último que se pierde, que vivir de ilusiones es vivir de rentas que pronto desaparecerán y dejarán ver la cruda realidad. ¿Dónde ha quedado la magia, la emoción, vivir? No la magia del cine, la magia de soñar, de aferrarse a unas metas. A lo mejor es que las palabras de Herrán llegan en un momento crítico para muchos estudiantes, al poco de recibir notas fatídicas o maravillosas, motivadoras o desesperanzadoras, y de ahí la identificación: las ganas de seguir luchando. Luchando por unas metas, sean realistas o no.
Ahora, otra revelación. Personal. Estudio Comunicación Audiovisual y el discurso de Herrán ha calado hondo. ¿Por qué no nos dicen palabras tan motivadoras el primer año de carrera? No quiero una vida dedicada al cine. O al menos, no es una decisión que ya haya tomado. No me importaría, y sé que no es fácil. El discurso de un joven desilusionado ha conseguido devolverme parte de la ilusión que había perdido en el mundo audiovisual. ¿Por qué tanto hablar de talento, suerte o competencia? Sé que fuera la realidad del mundo audiovisual no es fácil. Pero, ¿por qué seguir despellejando los sueños de jóvenes estudiantes desde los primeros días? Somos conscientes de la realidad, no necesitamos vacías repeticiones del futuro con el que nos podemos encontrar. Necesitamos mantener la alegría del día en que decidimos cual sería nuestro futuro fuera del instituto. Necesitamos palabras como ilusión, estudiar, trabajar, vida.
Imagen destacada: © ecartelera.com