Creed: La despedida del mito
Paralelamente al movimiento popular formado en las redes sociales que clama por el Óscar al mejor actor para Leonardo Di Caprio en base a que “el pobre se esfuerza mucho y nunca se lo ha llevado” (¿cómo podría no llevarse el premio un actor que gesticula tantos aspavientos y chilla siempre de esa manera ante la cámara?), ciertos sectores están comenzando a hacer bastante ruido, utilizando el mismo argumento, el de “se lo merece tras todo este tiempo” para que Sylvester Stallone se alce con la estatuilla al mejor intérprete de reparto en esta edición.
‘Creed: La leyenda de Rocky’ semeja en primera instancia una tentativa vaga para recuperar una saga otrora exitosa y ya caída en el olvido del imaginario colectivo. Tras un par de entregas absurdamente deleznables, Stallone se había puesto por completo a los mandos en 2006 para dirigir la sexta película de la serie, ‘Rocky Balboa‘, un trabajo que bordeaba peligrosamente la línea de lo hortera pero que, lejos de caer en ello, demostraba estar hecha con tanto cariño, tanto respeto por el mito, que terminaba coronándose como un final más que digno para el Potro Italiano. Una nueva entrega parecía algo innecesario, una mera excusa para aprovecharse del nombre y llenar los bolsillos con los dólares de los crédulos espectadores, pero lo cierto es que ‘Creed’ es mucho más que eso. Es un epílogo para nuestro querido boxeador tras su anterior colofón, es un punto de partida para un nuevo personaje y es, desde luego, uno de los mejores dramas deportivos de los últimos años.

Rocky será el maestro del hijo de su antiguo amigo y rival, Apollo Creed / ©Moog
La película se influencia bastante en el primer ‘Rocky’ de la saga, pero siempre desde una perspectiva elegante, con sentido para la trama e intentando generar sensaciones opuestas en el espectador. El punto de partida es bastante básico y sencillo: Adonis Johnson, hijo ilegítimo de Apollo Creed, el legendario rival de Balboa, intenta convencer a aquel que destronó a su padre del título de campeón para que le entrene, y así pueda subir al Olimpo del boxeo actual, aún a costa de luchar contra el apellido de su progenitor y el legado que eso conlleva. Precisamente, la lucha entre la forja de un camino propio y la importancia de la fama de tus ancestros es algo que está muy presente a lo largo de todo el metraje, llegando a resultar una pesada losa para la motivación de Adonis. Y eso amplía en varios enteros la dimensión del personaje. La personalidad del nuevo protagonista contrasta enormemente con lo que el público estaba habituado a esperar de Rocky. Adonis es impulsivo, voluble, y con una gran facilidad para dejarse llevar por sus emociones positivas y negativas. Pero si algo lo conecta con el estoico y campechano campeón italoamericano es su determinación, su mentalidad de luchar contra todo, de nunca rendirse, de encarar la adversidad, abrazarla en todo su desasosiego y dominarla, someterla hasta prevalecer.
Michael B. Jordan no es un mal actor. Es más que justo perdonarle los típicos patinazos de la juventud, como el reciente reboot de los 4 Fantásticos, gracias a convincentes interpretaciones como la de ‘Fruitvale Station’ y porque, bueno, de la desastrosa ‘Fant4stic’ no se salvaba ni siquiera Milles Teller, que ya es decir. Pero, por muy correcta que resulte su actuación, aquí queda eclipsada, aunque parezca mentira, por la de Sylvester Stallone. Seamos justos, primeramente, Stallone es uno de los grandes ejemplos del sobrepoblado cine de acción de mediados y finales de los 80. Schwarzenegger, Van Damme, Seagal, Chuck Norris… las pantallas estadounidenses estaban copadas de hombres rudos, sudorosos, que mostraban sin cesar sus apolíneos músculos esculpidos en acero. Algunos de estos surtidores de testosterona lograron tarde o temprano su redención, como Bruce Willis o Mel Gibson, gracias a su carisma y a ciertas producciones de corte menos explosivo. Otro icono de la masculinidad de tiempos pasados como es Clint Eastwood se descubrió, apenas unos pocos años después de disparar a diestro y siniestro como ‘Harry el Sucio’, como uno de los grandes directores de nuestro tiempo con la magistral ‘Sin Perdón’ en 1992 (camino que ya nunca abandonaría), pero lo cierto es que la gran mayoría de actores encasillados en papeles de acción no han sido capaces de salir del peligroso nicho. Stallone lo consigue con creces.

Como durante gran parte de la película, Stallone en segundo plano, rehuyendo el protagonismo, cediendo el estrellato / ©Cineforever
Ya en ‘Rocky Balboa’ había dejado de ser el héroe, “el puños”, el guerrero indomable, para convertirse en un hombre anciano en busca de su último momento de gloria bajo los deslumbrantes focos del éxito antes de quedarse en un mero recuerdo condenado a desaparecer. Aquí Rocky se aparta, sabe que sus días se han terminado y permanece en un plano mucho menos preponderante, motivando al protagonista sin alardes, intentando hacer honor a una antigua amistad. Esta vez no se trata de colocar al personaje en el pedestal de un Dios grecorromano, o de componerle una epopeya épica, sino de conseguir que, de la manera más digna posible, se haga a un lado, permita el paso a las nuevas generaciones. Stallone consigue que esto ocurra de manera inolvidable y eso hace mucho más grande a su personaje que si hubiese ganado el combate final de ‘Rocky VI’. Sly nunca ha sido un actor de grandes recursos, nunca ha tenido rango interpretativo y, desde luego, nadie se lo había tomado en serio jamás para un papel dramático, pero el neoyorquino sorprende a propios y extraños con un Balboa decadente pero complejo, lleno de matices, de evolución y madurez. Su actuación es delicada pero le basta para, ante los ojos del respetable, robar el protagonismo de la cinta en todas y cada una de sus apariciones, lo que le ha valido ya un más que merecido Globo de Oro.
La combinación entre B. Jordan y el director Ryan Coogler ya había dado sus frutos con la citada ‘Fruitvale Station’, donde el cineasta californiano se revelaba como una de las más grandes promesas del cine actual, capaz de contar historias aparentemente sencillas con gran potencia y carga emocional. En Creed vuelve a ocurrir lo mismo. Bien es cierto que la visión de Coogler a veces se excede y esto se traduce en momentos que rozan la vergüenza ajena, como la innecesaria trama de romance con la vecina de Adonis o ese terrible momento de footing de nuestro protagonista en plena calle, rodeado de motos y quads haciendo trompos y diversas cabriolas. El guión tampoco es nada del otro mundo, pese a que se aleja de las manías de Stallone e intenta, al menos, demostrar personalidad propia. Pero, fallos aparte, es prácticamente imposible que el director no conquiste a su público tras la primera pelea medianamente seria del protagonista, rodada en un alucinante plano secuencia que es capaz de transmitir todo el vértigo, la opresión y la vertiginosa violencia que puede vivir un boxeador dentro del ring. Para otros momentos, la cámara deja menos constancia, en una perspectiva mucho más clásica y menos rompedora, pero despegando visualmente para homenajear de forma magistral a las pasadas películas de la saga en los planos y enfoques intercalados de la pelea final. En la conclusión, Adonis y Rocky subiendo de nuevo las famosas escaleras de Filadelfia, uno grácilmente, el otro con sumo esfuerzo, sentenciando irónicamente que “desde aquí puedes ver tu vida entera“. Eso es grandeza.
‘Creed’ es el triunfo de la nostalgia, como lo fue no hace mucho ‘El Despertar de la Fuerza’. Una película que, distando mucho de ser perfecta, funciona porque está hecha por un verdadero fan. Por una persona como Coogler (como J. J. Abrams) que creció con la franquicia, que bebió de la evolución de la saga y que ahora, acude al rescate para traerla, más viva que nunca, de nuevo ante nuestros ojos. Puede sonar hipócrita pedir que Stallone se lleve el Oscar cuando al comienzo de este mismo artículo se ha ironizado con Di Caprio, pero los Premios de la Academia, a fin de cuentas, son galardones que deberían premiar lo excelso, lo magistral, y que un hombre de su corte, un verdadero macho-man pasado de vueltas, perdido en un mundo que ha cambiado demasiado rápido, sepa reinventarse de esa forma a sus 69 años… Si eso no es magistral, que baje Dios y lo vea.
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