Lo que viene después del final
El fin del mundo, quizás el fin en general, tiene algo especial, algo que nos fascina. Ejerce sobre nosotros una mezcla, a partes iguales, entre repulsión y atracción. Repulsión porque en nuestro raciocinio de diario no habituamos a ser conscientes de que las cosas tengan un final, de que algún día nuestra acomodada sociedad puede que salte por los aires en mil pedazos y nunca se recomponga. Atracción (y no dejando de ser una atracción más bien incómoda) ya que, una vez nuestra maravillosa mente es sacada de su letargo y llega a divagar sobre el tema, la imaginación humana nos insta a preguntarnos qué habrá después de ese aparente culmen sin marcha atrás. Obviamente, tras un final absoluto, una hipotética muerte térmica del Universo, con la entropía a su máximo nivel, no habría nada más, pero bien es cierto que pueden darse muchos otros posibles finales antes de ese. La muerte de la sociedad avanzada contemporánea, al menos tal y como la conocemos. La muerte de la raza humana. Incluso, y esto sí va a pasar, la muerte del planeta Tierra, dentro de algo más de 1400 millones de años, cuando el crecimiento de nuestra estrella solar termine por engullir nuestro preciado mundo, obligando a lo que quede de los homo sapiens (o de sus sucesores, sean quienes sean) a migrar de planeta y colonizar las estrellas.
La Biblia es el primer gran ejemplo de la imaginación humana volando más allá de sus límites (que me disculpen los católicos, este artículo no pretende poner en tela de juicio las creencias de nadie), especialmente en su colofón, el Apocalipsis de San Juan. El también conocido como el Libro de las Revelaciones, a partir de un simbolismo sin igual, presentaba un fin de los tiempos a la visión de la época. Tan grandioso como desesperanzador y con toda la férrea cólera del Creador cayendo sobre los cinco continentes. Actualmente, la ficción nos ha presentado casos igualmente grandilocuentes a la par que pavorosos. Es imposible que el nombre de Roland Emmerich no ronde nuestra cabeza, especialmente con sus infames producciones El día de Mañana y 2012. Pero no sólo de predicciones mayas y el abuso de los efectos especiales viven las producciones cinemáticas apocalípticas. En la efectiva y agradablemente visual Melancolía, de Lars von Trier, donde a la Tierra le aguarda la colisión inevitable con un astro gemelo, la hecatombe se nos presenta desde una perspectiva mucho más personal y cercana, pero igualmente desalentadora y, obviamente, utilizando la esperada redundancia, melancólica. En la otra cara de la moneda, Juerga hasta el Fin ofende hasta a los inofendibles con su desternillante y macarra humor barriobajero, sus diablos sodomizadores y su caótica presentación, con un Seth Rogen y un James Franco que mimetizan totalmente su papel con su personalidad real. La destrucción del mundo es soportable si ocurre junto a tus colegas y le echas un poco de buen humor, parece decirnos valientemente desde la producción estadounidense. En cualquier caso, quienes quizás más se acercaron a captar ese misticismo que destilaba el caos y el tremendismo del Apocalipsis clásico visionado por Juan de Patmos fueron los integrantes del estudio de animación japonés Gainax, quienes encabezados por el director Hideaki Anno en 1997 confundieron a medio mundo con The End of Evangelion. La serie original ya dejaba suficientes enigmas, símbolos inexplicables e incógnitas por resolver, pero fue este filme el que desató todo el potencial de la franquicia. La primera parte de la obra era un genial ejercicio de explosiones y raudas escenas de acción, como una película de Michael Bay, mientras que la segunda se sumergía en densas metáforas, brillante filosofía existencialista y con una buena ración de metafísica como amalgama.

Juro ante un tribunal que The End of Evangelion (y esta imagen) tiene sentido. De verdad / Neogaf
¿Y más tarde? ¿Qué ocurre después de que nuestra asimilada comodidad se termina? Muchos escritores y cineastas han apostado por mostrar el después, el futuro al colapso. Cuando ya no existe un cálido hogar en el que refugiarse ni botellas de Pepsi que beber y el mundo, en general, se ha vuelto más hosco, más frío y mucho más peligroso. Desde hace unos años está muy en boga el tema de los muertos vivientes, por lo que es inevitable tratarlo. Infames cadáveres que vuelven a la existencia con la única misión de devorar ávidamente a los que una vez fueron sus familiares, amigos o simplemente habitantes de su misma ciudad y, frente a ellos, un superviviente o un grupo, que intentará mantener sus valores sin fenecer cuando todo se ha venido abajo. Guerra Mundial Z, el bestseller de Max Brooks (que luego terminaría siendo adaptado en una espantosa película protagonizada por Brad Pitt), plasmaba perfectamente el fin de nuestra vida cotidiana a manos (o más bien, a mandíbulas) de hordas de zombis ávidos de carne fresca, incansables e imparables. Tras esa premisa tan básica se abre un sinnúmero de posibilidades que han sido aprovechadas con mayor o menor éxito en todos los medios posibles, ya sean los cómics, con la estupenda The Walking Dead de Robert Kirkman, el cine (esa deliciosa comedia llamada Bienvenidos a Zombieland), la literatura (Soy Leyenda) e incluso los videojuegos, de los que The Last of Us representa su colofón en este campo, al presentarnos una historia tan cruda como conmovedora, que dejaba por los suelos a casi cualquier producción cinematográfica de su estilo. La sobreexplotación del género Z ha dado lugar hoy en día a una saturación de mercado casi insostenible que, al igual que la de los superhéroes, terminará haciendo que todo el tinglado caiga por su propio peso. Pero eso no va a impedir que sus hordas de fans disfruten todo lo posible de cada nuevo producto relacionado con esta temática. El género ha dado lugar a infinitas revisiones y planteamientos basados en esta premisa, aunque con sutiles variaciones, sea intercambiando a los no muertos por extraterrestres (la Oblivion de Tom Cruise o la serie Falling Skyes) o incluso por gigantes caníbales (Shingeki no Kyojin).

Joel y E̶l̶l̶e̶n̶ ̶P̶a̶g̶e̶ Ellie marcaron con The Last of Us un punto de inflexión en los videojuegos de zombis / P-Games
Fuera de los cadáveres ambulantes, las catástrofes a gran escala por desastres naturales siempre fueron otro gran punto de partida para una obra postapocalíptica. Sí, ha llegado el momento de hablar de Waterworld. Corría 1995 y Kevin Costner estaba en su mayor apogeo. Tras triunfar a lo grande con la taquillera El Guardaespaldas, la infravalorada Un Mundo Perfecto y esa obra maestra que fue Bailando con Lobos, al bueno del actor y director californiano no se le ocurrió otra idea que presentar al mundo un proyecto que parecía empecinado en intentar demostrar que la ausencia de un guión sólido (o, siendo realistas, la ausencia de guión en absoluto) no era algo significativo para el resultado final. La crítica lo vapuleó hasta en el carnet de identidad, y el público general tampoco se mostró muy conforme, pese a que la acuática película tenía sus virtudes (pocas, pero las tenía, de verdad).
Nos aterra esa negrura, la oscuridad del “se ha terminado”, el impacto del “The End” rutilante sobre la pantalla
Los escarceos de Costner con los mundos destruidos no cesaron ahí y apenas dos años después, sin aprender la lección, The Postman (conocida en nuestro territorio como Mensajero del Futuro) se estrelló en las taquillas norteamericanas Al menos salía Tom Petty. La premisa de The Postman, el fin del mundo tras un holocausto nuclear o, en general, la autodestrucción de los humanos, ha sido usado de forma casi tan innumerable como la sobrepoblación de zombies. Desde la clásica el Planeta de los Simios a la violenta saga de Mad Max (cuya última entrega, Fury Road, ha resultado ser una clase magistral de cine), pasando por todos los videojuegos de Fallout o incluso la serie de animación Hora de Aventuras. Incluso en ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?, del maestro de la ciencia ficción Philip K. Dick, se dejan entrever, entre todo el suspense, la ironía de los animales mecánicos y la historia de Deckard y la caza de los replicantes, ciertos pasajes que explican que realmente el mundo llegó a un colapso, debido a la Guerra Mundial Terminal y el progreso desmedido, y que sólo los más nostálgicos y los menos pudientes deciden quedarse en el planeta.

Tranquilos todos, Independance Day llegó al año siguiente e hizo que Waterworld pareciese decente / Filmclub
En muchas ocasiones, lo verdaderamente importante no es tanto la causa del desastre o el destino de la sociedad como las vivencias de la gente que intenta sobrevivir, en su sentido más próximo. Hijos de los Hombres y The Road son dos enfoques divergentes con mucho en común. Mientras que la película de Alfonso Cuarón (basada en una novela aún más maravillosa de P. D. James) trata la personificación de la lucha del protagonista Theo Faron por encontrar una esperanza, una luz que ilumine la oscuridad a la que aparenta destinada la especie humana (pero siempre de forma emocional, próxima y, efectivamente, humana, lejos del abuso de la espectacularidad de otras producciones de moda), The Road, por otro lado, aboga por apuntar ese faro a un punto de inicio mucho más íntimo, el de un padre y un hijo que vagan por los caminos, condensando todo el catastrofismo en una pequeña unidad familiar, todo el terrible destino del mundo en la psique de un hombre y su descendiente, que vagan por un mundo mucho más devastado. Y no obstante ambas resultan, vistas en conjunto, igualmente trascendentales y complementarias.

El apartado visual y la composición de planos de The Road resultó por momentos apabullante / DailyGrindHouse
¿Y si entendemos el Apocalipsis como algo mucho más grande, quizás a nivel planetario, como mencionaba antes? Insterstellar, que pese a sus delirios de grandeza puede que sea una de las mejores producciones de Christopher Nolan, trataba concienzudamente el éxodo humano, huyendo de una Tierra moribunda para intentar asentarse en un nuevo planeta, con todas las dificultades que eso conlleva. ¿Y más allá? Bien es cierto que en muchas historias de ciencia ficción se habla de una sociedad que ha superado ya el abandono de nuestro astro azul, como la Fundación de Asimov, pero muy pocos autores se han atrevido con el trabajo de pensar en un después.
Quizás es que aún, en pleno siglo XXI, nos aterra esa negrura, la oscuridad del “se ha terminado”, el impacto del “The End” rutilante sobre la pantalla de cine, de la muerte de lo que creemos inmortal. En cualquier caso, y continuando con el citado genio ruso, La última pregunta, un pequeño relato publicado en 1956 se convirtió en una de las primeras tentativas de explicar un final absoluto (y que 40 años después sería magistralmente adaptado por otro sabio llamado Alan Moore en la breve novela gráfica Wildstorm Spotlight: Majestic). Un verdadero término, un desenlace sin vuelta atrás. A lo largo de los eones, el sofisticado ordenador Multivac y sus sucesores, cada vez más actualizados y exponencialmente más potentes, intentan llegar a la Respuesta. Con mayúscula. La Respuesta a la pregunta más importante y más tenebrosa a la que nos hayamos enfrentado jamás. Todo principio, indefectiblemente, conduce hacia un final. El día lleva a la noche. La vida lleva a la muerte. El orden lleva al caos. ¿Puede revertirse el final? La solución al dilema queda en este artículo, a diferencia de en el relato, flotando en el viento. Tal vez se pueda dar marcha atrás después del fin, quizás sea posible un nuevo comienzo, quizás no, pero muchas veces, como afortunadamente nos han enseñado muchas de las obras aquí comentadas, lo realmente importante no siempre es el desenlace, sino el ser capaces de disfrutar el fantástico viaje que nos lleva hacia él.
(Imagen destacada de The Road, por cortesía de Nickcave.com)