Eres estúpido

La esquizofrenia que ha producido la irrupción de los nuevos partidos en la sociedad española está superando todas las expectativas, incluso las de los que siempre habíamos pensado que la nuestra era una cultura política atrasada que no iba a soportar nada bien el cambio. Hace ya tiempo que el debate público perdió el sentido del ridículo, si es que alguna vez lo había tenido, pero ahora estamos perdiendo el sentido de la realidad. Y eso sí que es realmente preocupante en términos democráticos. Hemos pasado de la desinhibición al trastorno, confundidos por una arrogancia tan infundada que nos hace apreciar gran experiencia en nuestra condición virginal.

Especialmente grave es el diagnóstico de los jóvenes, y no porque seamos propensos a votar a los nuevos partidos –nada hay de malo en ello, aunque algunos crean que, per se, ya tiene que ser bueno–, sino por el proceso que lo motiva. A cada día que pasa me encuentro un caso más de esa dolencia que algunos creen que está pervirtiendo la democracia, cuando en realidad lo está haciendo al conjunto de la sociedad, que es el sustrato que la mantiene en pie. Pero el descubrimiento de hoy pulveriza todos los récords, como si de una competición por la irracionalidad se tratase. Y, claro, ahí siempre pierde el que destila coherencia.

Un buen amigo me acaba de mandar un Whatsapp con un “acabo de ver en Facebook”, seguido de un texto inverosímil. Me pongo en guardia y busco el comentario al que se refiere, que por algo el cotilleo 2.0 no es cotilleo. Efectivamente, ahí está: aquel ex compañero de clase, el mismo que procede del más rancio abolengo de una ciudad rancia, el mismo que se fue a estudiar a la privada a Madrid, el mismo que pasa los domingos entre la misa –de postureo, claro– y el club de campo, el mismo cuya madre es una “pija” y cuyo hermano acudía a los mítines del PP, ese mismo, está comentando en el muro de Pablo Iglesias para felicitarlo por el segundo aniversario de Podemos. ¡Dos años ya! Qué rápido degenera todo. 

Tal es la ideología de este hombre que si se cruzase por la calle con algunos de los diputados de Podemos tendería a apartarse, ya por jicho, ya por rastas, ya por negra. Quizá por eso los vota, o quizá por eso estemos trastornados

Lógicamente acudo a mi amigo, que lo conoce mejor que yo, para purgar mis prejuicios en sus sabios recuerdos, pero sus palabras no pueden ser más desalentadoras. Efectivamente, el chaval no escatimaba –ni escatima, al parecer– comentarios ostensiblemente conservadores, por decirlo de una forma muy respetuosa y hasta políticamente correcta. Tal es la ideología de este hombre que si se cruzase por la calle con algunos de los diputados de Podemos tendería a apartarse, ya por jicho, ya por rastas, ya por negra. Quizá por eso los vota, o quizá por eso estemos trastornados.

El suyo no es el primero ni será el último caso que conozca de una persona “de derechas” que vota a Podemos, pero sí es el que más me ha hecho reflexionar sobre el fenómeno social que se encuentra detrás de semejante contrariedad. A este paso, los del “Comando L” de mi residencia también van a ser para Pablo, previo regalo de los partidos de siempre. Aquellos compañeros, a los que les guardo un especial cariño, tenían un gran interés por la política, pero también un problema grave a la hora de entenderla como una actividad basada en la legítima discrepancia, la pluralidad y el respeto.

El ambiente de camaradería en el que se desarrollaban los apasionantes debates del sábado noche –“previa” de una buena juerga en la que todos dejábamos de lado nuestras ideologías– no podía ocultar la ausencia de valores cívicos, republicanos y, por lo tanto, democráticos, que presidía las intervenciones de algunos de ellos. Me llamaban “rojo”, “indepen” o “amigo de los gays” –aunque he de reconocer que ahí sí estaban acertados, puesto que tengo algunos buenos amigos homesexuales– simplemente por defender cuestiones tan razonables como que cualquier ciudadano tiene derecho a enterrar dignamente a sus muertos, que en Cataluña existe un problema político que conviene resolver democráticamente o que nadie debe ser discriminado por ningún tipo de razón, ni mucho menos por su condición sexual, que es algo que atañe única y exclusivamente al ámbito más privado e íntimo de una persona.

Una pena que jamás habláramos de economía, pues quizás así se dieran cuenta de que yo no militaba en la extrema izquierda, como ese partido al que, visto lo visto, algunos de ellos habrán podido llegar a votar. Quizá ese constituya el verdadero problema de nuestros representantes y sus representados, ya que todos nos hemos acostumbrado a perder el tiempo con anécdotas y discusiones estúpidas que solo nos excitan en vez de reflexionar seriamente sobre el país que queremos; nos hemos resignado a hablar de oídas y a no escuchar nada más que las habladurías. Así es la cultura política made in Spain: primero viene la estupidez y, solo después de ella, el cainismo.

Reconozcámoslo: creemos que lo sabemos todo y necesitamos demostrarlo votando por quienes creen saberlo todo

Al calor de este mal, tan extendido en nuestro país desde la Guerra Civil –y mucho antes– hasta nuestros días, se han acuñado frases como “lo pone el periódico”, “lo ha dicho la radio” o “ha salido en la tele”, argumentos incontestables que ahora se reproducen a golpe de tuit. Apenas la arrogancia media entre la generación de nuestros abuelos y la nuestra, fruto de una socialización política que, tan presupuesta en la teoría como coja en la práctica, nos impide asumir lo manipulables que somos con la naturalidad con lo que lo hacen los que nos precedieron.

Reconozcámoslo: creemos que lo sabemos todo y queremos demostrarlo votando por quienes creen saberlo todo. Necesitamos exteriorizar nuestra arrogancia a través de otros, y así lo hemos hecho, galvanizados por un ruido mediático que nos dice que controlamos más que nadie de política para alimentar nuestro ego. Pensamos, o nos han hecho pensar, que quien critica goza de espíritu crítico, que quien se informa posee criterio y que, si nosotros somos los que más criticamos el sistema y los que más informados estamos, las reglas de la lógica se pueden tirar a la basura. ¿Quién quiere argumentos cuando ya existen prejuicios? 

Efectivamente, este Parlamento es más representativo que nunca y por eso es el peor Parlamento que nunca hemos tenido. La representatividad de las ideas se antoja más plural, pero eso a nadie parece importarle; lo que trasciende es la representación teatral de las actitudes, la obsesión por imitar a los votantes a costa de todo. Y esto, además de llamarse populismo, supone el mayor paso atrás que hemos dado en cuarenta años de democracia. Algunos protagonistas de nuestro sistema político han renunciado a su tarea de formar al pueblo en los valores cívicos que pueden ayudar a mejorarlo y han preferido teatralizar en sus escaños los déficits democráticos del respetable, que son precisamente los que lo han ido degenerando: la estupidez, la maleabilidad y, en el caso de los más jóvenes, la arrogancia intelectual de no reconocerlas.

La próxima vez que me encuentre con él le diré lo que pienso: “Eres estúpido, porque te conozco y lo vi en Facebook. O, siendo benévolo, no tienes ni idea de política”

No existe mayor resignación que la que representa Podemos, y quizá por eso muchos conservadores opten por el partido de Pablo Iglesias. Su máxima aspiración política es que el Congreso de los Diputados sea una fotocopia de lo que ocurre en las calles, que se manifieste como se manifiesta “el pueblo”, único capacitado para tomar decisiones. Pero la política es todo lo contrario, es poder tomar decisiones para transformar lo que ocurre en las calles –a veces con oposición en las plazas– gracias a la legitimidad que el pueblo te ha conferido como su representación en el Congreso de los Diputados.

En la “antipolítica” de Podemos lo importante es generar el tuit, pero en una democracia de calidad el tuit es el reflejo y no la motivación de una determinada forma de actuar. Sin embargo, muchos votantes jóvenes le compran el discurso a Pablo Iglesias, ingenuos, pues lo que ven en las redes les parece condición suficiente para formarse una opinión, como lo es para otras generaciones lo que leen en “el periódico”. Para ellos, votar se ha convertido en una tendencia, y ya sabemos que para ir a la moda lo único importante es parecerte a la mayoría que te rodea, igual que hacen sus representantes cuando eligen peinado, juramento o chaqueta.

Todo voto merece el máximo respeto, pero la próxima vez que me encuentre con él le diré lo que pienso: “Eres estúpido, porque te conozco y lo vi en Facebook. O, siendo benévolo, no tienes ni idea de política”. Cómo estará el país, que le va a joder más lo segundo. Eso sí, la lección que se van a llevar todos estos “niños bien” cuando vean qué hace Podemos con los impuestos de sus “papis” , y ya no digamos cuando se los empiecen a quitar a ellos, no se les va a olvidar en la vida. Las risas que me voy a echar yo, tampoco. Dios nos conserve la arrogancia al menos hasta la disolución de las Cortes.