El guerrero de Adelaida

Si pienso en cuándo me aficioné al tenis se agolpan los nombres en mi cabeza. Inmediatamente sobrevuela mi mente Juan Carlos Ferrero ganando aquella Copa Davis del año 2000, la primera de muchas para el combinado español. Vienen también Andy Roddick con su saque relámpago y Marat Safin con su talento desgarbado. Viene Andre Agassi, quien por aquel entonces ya había dejado de usar peluquín, y viene el que, desde hoy, es el único de todos ellos que sigue en activo: el suizo Roger Federer. Que Federer se convierta a partir del día de hoy en el único bastión alzado en honor a la memoria de mi infancia es consecuencia directa de la retirada de Lleyton Hewitt. Hewitt siempre estaba ahí. Precisamente fue el australiano quien cayó ante Ferrero en el 2000 en el encuentro decisivo de la Copa Davis. A mí me parecían veteranos del tenis, dos referencias, aunque lo cierto es que, por aquel entonces, ninguno de los dos superaba los 20 años.

De Hewitt recuerdo que era el número uno. Lo fue hasta que Roger Federer, aupado por su rivalidad con él, desplegó todo su arsenal y decidió dominar el circuito. Los partidos de Lleyton siempre eran los más entretenidos. Recuerdo estar clavado ante el televisor antes de ir al colegio para ver aquella final del Open de Australia de 2005 ante Marat Safin. Lo que por aquel entonces yo, con apenas diez años, no sabía, era que aquella sería la única final que el australiano llegaría a disputar en el torneo al que siempre dio más importancia. Su única final en el torneo que esta mañana, once años después, ha sido testigo de su última batalla. Tras ceder ante David Ferrer en segunda ronda (2-6, 4-6 y 4-6), Hewitt ha dicho adiós al tenis profesional tras 20 años en activo, tras 20 participaciones en el Open de Australia y dejando tras de sí la estela de una leyenda.

Con 20 años, Hewitt ganó Wimbledon y se convirtió en número uno | ©Daily Mail.

Con 20 años, Hewitt ganó Wimbledon y se convirtió en número uno | ©AP.

Antes de aquella final de 2005, aquel tenista nacido en Adelaida el 24 de febrero de 1981 ya lo había conseguido prácticamente todo, pese a su juventud. Lleyton Hewitt fue un tenista precoz. Tan precoz que a día de hoy sigue siendo el número uno más joven de la historia de la ATP. El australiano alcanzó el cetro de la clasificación masculina en 2001, con apenas 20 años y tras ganar el primer Grand Slam de su carrera en el US Open tras derrotar en sets corridos al héroe americano Pete Sampras, en lo que significó el fin de su reinado y el comienzo de una nueva era tenística. Un año más tarde, Hewitt ganaría Wimbledon tras vapulear a David Nalbandián en la fina del torneo londinense, y mantendría su liderazgo en el ranking durante un total de 80 semanas (décimo de la historia). Llegado a 2003, Lleyton Hewitt sumaba dos Grand Slams, un total de 19 títulos y dos ensaladeras de Copa Davis (1999 y 2003) en su palmarés. Era número uno y sólo tenía 22 años.

La carrera de Hewitt no siguió por el camino del éxito a partir del año 2004, pese a alcanzar dos finales de Grand Slam más en la edición de 2004 del US Open y la ya citada en Australia en 2005, además de mantenerse en el top ten hasta el año 2006. En ese momento, sus problemas de cadera se interpusieron en una de las carreras más prometedoras del universo tenístico. Cuando regresó, la figura de Roger Federer se había apropiado del bastón de mando y las cosas habían cambiado en la ATP. La aparición de Rafael Nadal y el boom del tenis físico hizo daño al estilo de juego de Lleyton Hewitt, carente de una virtud mayor que su perseverancia sobre la pista. Ya no era tiempo para guerreros, sino para el duelo saque-resto en el que no había hueco para los héroes.

Hewitt destacó por ser un competidor nato | ©Cameron Spencer / Getty Images.

Hewitt destacó por ser un competidor nato | ©Cameron Spencer / Getty Images.

Pese a todo, Hewitt no llegó nunca a separarse de la élite. Si algo caracterizó al australiano fue su capacidad para competir ante cualquiera y bajo cualquier circunstancia. Nunca le tembló el pulso a la hora de plantar cara a Roger Federer, otrora su rival por el número uno y, posteriormente, un astro lejano al universo terrenal de Lleyton Hewitt. Su lucha siempre fue la del cuerpo a cuerpo. Problemático y arrogante, su carisma le costó muchos detractores en una época de gentlemans por encima de chicos malos. Pese a no ser ninguna maravilla técnica, destacó especialmente sobre césped, siendo uno de los tenistas con mayor número de victorias y títulos sobre esta superficie. Su camaleónica versatilidad y su constancia en el esfuerzo le valieron el apelativo de El guerrero de Adelaida, un tenista al que nunca era fácil sobrepasar.

Da la sensación de que la primera parte de la carrera de Hewitt es la única que se recuerda en estos días de compartir anécdotas y éxitos, aunque lo cierto es que el grueso de su carrera pasó lejos de los focos de su juventud. Desde los 25 años, el australiano se convirtió en un tenista de segunda línea, navegando siempre entre el puesto 15 y el 25 del ranking ATP, llegando incluso, por culpa de las continuas lesiones, a abandonar el top 100 en alguna ocasión entre medias. Lejos de ser este un hecho que reduzca la importancia de su figura, lo cierto es que es digno de admirar que, pese a no haber sabido adaptar su tenis al modelo imperante en su época, Hewitt siga siendo recordado como uno de los más grandes deportistas de la raqueta de la historia.

El australiano dijo adiós en su casa, donde nunca pudo reinar | ©Quinn Rooney / Getty Images.

El australiano dijo adiós en su casa, donde nunca pudo reinar | ©Quinn Rooney / Getty Images.

Lleyton Hewitt, sobre todas las cosas, amaba al tenis. Era algo que se notaba en cada intercambio. Se notaba en su mirada llena de rabia, en su intensidad, en su incapacidad para controlar sus instintos. Esta mañana, en su despedida ante David Ferrer, todos esos intercambios han sobrevolado el aura de la Rod Laver Arena. Para Hewitt no será fácil dejar de practicar e deporte que tanto le ha dado y al que él ha dado tanto. Para nosotros, los seguidores más devotos del tenis, tampoco lo será. Lleyton Hewitt siempre ha estado, desde las televisiones de tubo a las pantallas LED. Desde Pete Sampras a Novak Djokovic. Lo que parece obvio es que su firma ha quedado grabada con letras de oro en la historia del tenis.

De cara al futuro, Hewitt no abandonará el tenis. De hecho, ya tiene plan. A efectos inmediatos, Lleyton se convierte en el capitán del equipo australiano de Copa Davis. Un combinado que vivió una época dorada de su mano y que ahora, con la llegada de nuevos talentos Nick Kyrgios, Thanasi Kokkinakis, Jordan Thompson u Omar Jasika promete brindar nuevos éxitos a la grada aussie. Y qué mejor forma de hacerlo que guiados por la mano de la persona que encarna al espíritu australiano. De la mano de El Guerrero de Adelaida.

Gracias y buena suerte, Lleyton Hewitt.