Descifrando a Tarantino: Los odiosos ocho (IX)

Russell representa la firmeza, L. Jackson la astucia | ©Diario de Ibiza.

Russell representa la firmeza, L. Jackson la astucia | ©Diario de Ibiza.

Poco ha tardado Quentin Tarantino en volver al redil desde su última obra maestra Django desencadenado. Tras un único año en blanco, el inconfundible realizador norteamericano ha regresado a la dirección tras las cámaras que filman Los odiosos ocho. Su octava cinta, novena si tenemos en cuenta su participación en el díptico Planet Terror junto a Robert Rodríguez, al cual contribuyó con la más que meritoria Death Proof. Con ya 52 años a cuestas, la madurez de Tarantino alcanza en este film su máxima expresión, pero sin por ello perder ni un ápice de su frescura original. Curiosamente, Los odiosos ocho aúna características que la convierten en similar a todas y cada una de sus producciones previas. El director de Tennessee vuelve a hacer un compendio de su propia trayectoria cinematográfica y, cómo no, vuelve a acertar.

El planteamiento argumental y la tesis de la historia muestran una clara y obvia similitud con su primera película, Reservoir Dogs. La cinta comienza con un larguísimo plano móvil sobre una estatua de Jesucristo bañada por la nieve y con los créditos iniciales sobreimpresionados. Una buena dosis de ironía para empezar que no será precisamente circunstancial. A continuación, aparece la figura del Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), quien es recogido por una diligencia a bordo de la cual un cazarrecompensas de nombre John Ruth (Kurt Russell) lleva a la sanguinaria Daisy Domergue (una extraordinaria Jennifer Jason Leigh) a ser ejecutada al pueblo de Red Rock. En su camino a través de la ventisca recogen también a Chris Mannix (Walton Goggins), miembro de una familia de soldados renegados que asegura haber sido nombrado nuevo Sheriff de Red Rock. La ventisca, sin embargo, les impide llegar al pueblo y les obliga a detenerse a medio camino, concretamente en la Mercería de Minnie.

Allí, lo que se encontrarán será un panorama sombrío marcado por la ausencia de la propia Minnie y la presencia de cuatro extraños. El resto de la película transcurrirá por completo en la mercería, en la que descubrirán que quizá el traslado de Daisy a Red Rock no sea tan sencillo como a priori pudiese parecer. La similitud en el planteamiento con Reservoir Dogs es evidente: una serie de personajes en un único escenario y secretos por desvelar. Un escenario completamente teatral al más puro estilo Agatha Christie. El personaje de John Ruth, además, establece un claro paralelismo con el Sr. Blanco: duro y sin piedad, pero con un firme código de honor.

Jackson protagoniza uno de los momentos más memorables de la cinta | ©Cinemanía.

Jackson protagoniza uno de los momentos más memorables de la cinta | ©Cinemanía.

El diseño de los personajes y, especialmente, la redacción del guión, sin embargo, recuerdan mucho más a Pulp Fiction. El diálogo es, de forma constante, el vehículo a través del cual Tarantino avanza en la historia. La mayoría de los personajes no tienen apenas ataduras emocionales y su carácter está fuertemente curtido en el arte de la violencia. Ocho asesinos encerrados en una mercería del siglo XIX. La ironía y la sorna son elementos constantes en las conversaciones entre los dos bandos que, de forma progresiva, se van conformando dentro del habitáculo. El constante bombardeo de impresiones hace que el ritmo del film sea tan fluido que sus tres horas de duración no suponen en absoluto un escollo para ningún perfil de espectador.

El personaje del Mayor Marquis Warren recuerda, de forma inevitable, a otra de las grandes creaciones de Tarantino, el Jules Winnfield también interpretado por Samuel L. Jackson. Dos personajes verborreicos y con una moralidad peculiar pero interesante. Que el intérprete sea el mismo ayuda, sin duda alguna, a que la similitud entre ambos roce el ridículo. Aunque si algún personaje de Los odiosos ocho recuerda a otro de la filmografía de Quentin Tarantino ese es Oswaldo Mobray, una reinterpretación del Dr. King Schulz de Django desencadenado en la piel de Tim Roth (precisamente, uno de los dos Reservoir Dogs que participan en la cinta, junto a Michael Madsen).

Precisamente Django es una de las referencias estéticas de Los odiosos ocho. La predilección por los planos largos, la pulcritud y la sobriedad de la ambientación y el tono a Spaghetti Western son características compartidas por las dos últimas cintas de Tarantino, si bien entre ellas también es posible encontrar una cierta evolución en la dirección de fotografía con reminiscencias de los hermanos Coen y en un espléndido y armonioso montaje de los planos que funciona a la perfección en consonancia con el ritmo frenético del guión. Todo ello bañado por la extraordinaria banda sonora original compuesta por un genio como Enio Morricone, el mayor maestro musical para western de toda la historia de cine.

La complicidad entre Russell y Jason Leigh es otro triunfo de Tarantino en la dirección de los actores | ©La Vanguardia.

La complicidad entre Russell y Jason Leigh es otro triunfo de Tarantino en la dirección de los actores | ©La Vanguardia.

La semejanza de Los odiosos ocho con Jackie Brown tiene una doble ramificación. Por un lado, de ella y de Django toma la referencia del blaixplotation, es decir, de los conflictos raciales como elemento de desarrollo para la sociedad americana. Los personajes de la cinta son, prácticamente en su totalidad, profundamente racistas y no tienen ningún complejo a la hora de admitirlo. Por otra parte, tanto de Jackie Brown como de Kill Bill, especialmente de su Volumen II, aprehende el concepto de la mujer como personaje de relevancia principal, como eje conductor de la historia alrededor del cal se suceden los acontecimientos y bailan los personajes que componen la historia. La sanguinaria Daisy Domergue es una versión demonizada de The Bride dotada del descaro dialéctico de la propia Jackie Brown, si bien no así de su fuerte componente sexual.

Finalmente, la relación de la última cinta de Tarantino con Malditos Bastardos reside esencialmente en su concepción de la violencia. Mientras que en la mayoría de las cintas del director natural de Tennessee la sugestión prima sobre el impacto visual y visceral de la violencia, tanto en su reinterpretación de la II Guerra Mundial como en este cruce entre Agatha Christie y spaghetti western esta brilla por lo explícita que es. En este sentido destaca el trabajo del departamento de maquillaje, el cual cuenta con el mismo director que la serie The Walking Dead, siempre asesorado por la firme mano de Tarantino.

En definitiva, en Los odiosos ocho, Quentin Tarantino recoge toda su filmografía previa y la deposita dentro de la Mercería de Minnie. Coloca dentro de ella a ocho personajes y deja que, a través de largos monólogos y ácidas conversaciones con frecuentes dobles sentidos morales (como, por ejemplo, el momento en el que Oswaldo Mobray realiza un soliloquio alrededor del valor del honor), la violencia más brutal se acabe desencadenando. Todo ello en un frenético ascenso que termina en el pico más alto, entre sangre y carcajadas. Se puede decir que Tarantino ha alcanzado tal nivel en su producción que ya apenas le resulta necesario buscar fuera de sí para encontrar referencias. Le basta con encerrarse con sus nueve películas para crear una nueva obra de arte. A ocho odiosos personajes en una odiosa y extraordinaria película.