Tarde de fútbol en San Lázaro
Me personé en San Lázaro con el desgarbo habitual que provocan en mí los domingos, día de catarsis espiritual por antonomasia. La desidia y el C2 me arrastraron hasta Fontiñas, y tras un breve trayecto llegué al estadio sin excesivo convencimiento de a dónde tenía que dirigirme. Me abrí camino entre los coches que deambulaban por las inmediaciones de aquella estructura ovalada y me acerqué a un hombre que, amablemente, me indicó dónde se encontraba la puerta 16, lugar de entrada para la prensa.
El sol brillaba con un tono níveo que de tan fulgente era doloroso, y unas escasas nubes blanquecinas servían como ornamento a un cielo azul claro. La temperatura, agradable en demasía para encontrarnos a estas alturas del año, terminaba por configurar un tándem climatológico idóneo para asistir a un partido de fútbol. Unos escalones con exceso de suciedad me condujeron a las gradas, desde las que observé el terreno de juego, de un verde resplandeciente, en el que algunos jugadores realizaban ciertas rutinas de calentamiento. El público comenzaba a ubicarse en sus asientos mientras yo descendía hacia el campo, moviéndome torpemente debido al oneroso trípode que se balanceaba tras mi espalda. Tras un obtuso recorrido conseguí llegar al terreno de juego sin dejar víctimas por el camino.
Hice gala de mi sublime ineptitud a la hora de montar el trípode mientras se dibujaba en mi mente la posibilidad de salir en Deportes Cuatro como el reportero gráfico más incompetente de la historia, pero finalmente encontré algo de resiliencia en mi ser y recompuse mi inutilidad como buenamente pude. A las cinco de la tarde, el balón echó a rodar.
Lo cierto es que la atmósfera que cubría San Lázaro era más intensa de lo que yo había previsto. El partido comenzó como lo hacen los derbis: con un juego brusco y con múltiples interrupciones, ambiente propicio para acrecentar la tensión. Los cánticos de la afición del SD Compostela y la respuesta de los del Racing de Ferrol crearon un clima competitivo y un tanto hostil. Yo había optado por ubicarme cerca de una esquina del terreno de juego y captar instantáneas desde allí, donde viví en mis propias carnes la solitaria labor del fotógrafo deportivo.
Llegó el descanso con el 0-0 imperando en el marcador y con los santiagueses en inferioridad numérica. El cielo, otrora azul, se había tornado de un tono más oscuro, y el frío otoñal hizo acto de presencia tan pronto como el sol se ocultó tras el horizonte. De cara a la segunda parte decidí recoger el trípode y desplazarme alrededor del campo, moviéndome con más libertad por el perímetro del mismo. Mis desnudos e inermes dedos sucumbían ateridos ante la baja temperatura; siempre he disfrutado quejándome y es un vicio que no estoy dispuesto a abandonar a estas alturas.
La resistencia santiaguesa se perpetuó hasta el minuto 74, momento en el que el Racing inauguró el marcador con un excelso lanzamiento de falta.
El último cuarto de hora los capitalinos buscaron el empate por eso de la heroicidad ingénita a la localía, pero fueron incapaces de materializar su inercia ofensiva. De hecho, fueron los visitantes quienes sentenciaron el partido en una acción al contragolpe. Cuando el árbitro señaló el final del encuentro, ya era noche cerrada en Compostela.