Regulación, Mercados y bienestar: una historia de amor

El lector atento se habrá fijado en que en el título de este artículo he puesto Mercados con mayúscula. La razón es que quiero referirme específicamente a esa ambigua figura de los Mercados sobre los que tanta gente se queja y culpa de muchos males, a esos Mercados que parecen buscar siempre sus propios intereses, los cuales siempre son opuestos a los del resto de la sociedad. España es uno de los países de la Unión Europea más escépticos con respecto al capitalismo y la economía de mercado. Los españoles se oponen a lo que llamamos capitalismo de amiguetes, donde las empresas no compiten bajo las mismas reglas, sino que dependen de favores políticos y regulaciones abusivas, y donde hasta hemos acuñado el término “empresaurio” para definir el perfil de emprendedor explotador.

Lo cierto es que en realidad cuando la gente hace referencia a los Mercados está usando el término incorrecto. Los mercados son más antiguos que la agricultura y se remontan a nuestros ancestros cazadores/recolectores, y nos rodean incluso en ambientes en los que nunca habíamos pensado. Un mercado es eso que hay cuando vamos a comprar una manzana al mercado, pero también es la estructura y el mecanismo que hay cuando unos padres tratan de inscribir a su hijo en la escuela pública que más les conviene y lo que se esconde detrás de los trasplantes que salvan miles de vidas cada año.

Imagen típica de un mercado “clásico” como el de lechugas, pintura de Vaclav Maly. Fuente: Wikimedia.

Los mercados toman formas muy diferentes, y difieren tanto en las reglas de juego –horarios, tipo de competencia, tamaño y dispersión…– como en el objetivo que tienen. El mercado típico que normalmente todos tenemos en la cabeza existe con un objetivo claro: descubrir el precio a través del cual tanto los oferentes como los demandantes están felices de hacer la transacción. Pero muchos mercados funcionan con otros objetivos y mecanismos muy diferentes, tanto que en muchos de ellos el precio no es lo importante o el dinero ni siquiera entra en juego. Por ejemplo, en universidades como Harvard se reciben unas 700 solicitudes anuales para 30 admisiones finales.Uno podría pensar que la solución óptima sería subir las tasas –ya bastante elevadas para los estándares españoles– hasta que el número de solicitudes se iguale a los puestos disponibles. Pero esto no es así: Harvard desea tener un nivel de tasas que le permita cubrir los costes, pero lo que realmente le interesa es poder seleccionar a los 30 mejores potenciales estudiantes de esos 700 solicitantes. Por tanto la clave aquí no es el precio, sino la capacidad para poder emparejar a los mejores estudiantes con las plazas disponibles. Lo mismo sucede en otros mercados como el laboral: la empresa desea emparejar el puesto de trabajo con el mejor candidato posible, y por ello usa el salario para atraer a un número mayor de solicitantes en vez de imponer un salario tan bajo que sólo un trabajador esté dispuesto a coger esa vacante.

Pero hay ejemplos incluso más extremos, como el que le valió el premio Nobel a Alvin E. Roth, y que hace especial hincapié en la relevancia de la regulación a la hora de que los mercados funcionen adecuadamente. El mercado de trasplantes de riñones es uno en el que el dinero no puede ser usado para satisfacer al donante. Imaginemos la situación inicial: la persona (llamémosle “A”) que requiere del trasplante debe esperar a que surja un donante válido en el momento adecuado. Muchas veces acude un familiar o amigo dispuesto a donarle el suyo, pero acaban resultando incompatibles y el trasplante no es posible. Esto es tremendamente ineficiente. ¿Y si se pudiera emparejar al amigo/familiar de A dispuesto a donar con otro paciente válido B cuyo familiar/amigo también resultara válido para A? De esta forma tanto A como B estarían satisfechos, y se podrían salvar miles de vidas cada año. Pues bien, Alvin E. Roth es la persona que diseñó el mecanismo de emparejamiento que no sólo permite este tipo de enlaces entre A y B, sino que extiende las cadenas hasta incluir a más de una decena de trasplantes. Es una de las pruebas más evidentes de que una correcta regulación puede mejorar y mucho el bienestar de todos los implicados en el mercado y de que esa misma regulación puede ser diseñada de forma previa. Es decir, no es necesario pasar por el habitual proceso de prueba y error hasta encontrar un marco que funciona, sino que es posible diseñarlo sabiendo de antemano cuál será el mejor resultado.

Esquema del funcionamiento de la cadena de donantes de riñones. Fuente: Blood.ca

Es por ello que tanta importancia tiene el propio mercado como la regulación que lo estructura. De hecho, otro premio Nobel, Jean Tirole, recibió dicho premio debido a sus investigaciones en precisamente este campo, conocido en economía como Organización Industrial. La lección que extrae es que para que los beneficios que puede traer un mercado sean repartidos de forma socialmente óptima es necesario tener el marco adecuado. De nada sirve pedir que se nacionalice el sector de las eléctricas si no comprendemos cuál es la verdadera raíz del problema: no es el mercado, sino cómo se regula el mismo.

Una vez se comprende esto las conclusiones son muy diferentes de las originales. El problema de los abusos empresariales, la “explotación capitalista” y demás parafernalia no es una cuestión económica del propio mercado, sino regulatoria. Y la mayoría de las veces la regulación viene dada por política y lobbies, no por criterios técnicos. Los mercados adecuadamente estructurados generan una enorme cantidad de bienestar que puede repartirse de una forma socialmente óptima. Un claro ejemplo de ello es nuestro mercado laboral, con una enorme tasa de paro estructural inexistente en el resto de Europa. Asimismo, un mercado mal regulado conllevará apropiación de rentas por parte de los que tienen ventaja: insiders vs outsiders, las “grandes corporaciones eléctricas”, barreras a la entrada de nuevos competidores… Y no, esto no quiere decir que regular mejor sea desregular. Un mercado completamente desregulado puede ser tan perjudicial como uno regulado de forma incorrecta.

La diferente regulación del mercado condicionará los incentivos de los actores en el mismo, y por tanto llevará a diferentes resultados. Fuente: Dreamstime.

En este artículo he querido hacer una pequeña reflexión acerca de la estrecha relación de amor que existe entre los mercados, la regulación de los mismos y el bienestar social. Una correcta alineación de los dos primeros nos llevará –sin obviamente llegar a ser la panacea universal, pero sí con dimensiones muy palpables– al tercero. Ahora bien, para llegar a ese punto es necesario ponerse de acuerdo en la conclusión: el problema no son los Mercados, sino cómo los regulamos. Y eso está, al menos parcialmente, en nuestras manos.

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