Maldita casta, maldita gente
La mayor expectación de la historia para la peor campaña que se recuerda.
Una campaña tan inútil como todas, pero más banal que ninguna. Un espectáculo pueril, concebido para alimentar los egos de los candidatos y darle pornografía al respetable como forma de olvidar su propia falta de respeto hacia sí mismo.
Una campaña en la que se han confudido los sueños húmedos de algunos con la esencia de nuestra democracia, hasta convertir unas legislativas en otras presidenciales, y así cargarse para siempre nuestro sistema representativo.
Una campaña en la que Galicia –y, por tanto, los problemas de la gente– ha quedado completamente excluida, y donde los mismos que excluyeron a los gallegos y a tantas otras realidades territoriales, sociales o políticas de su debate Atres (o cuatro) han lloriqueado por un cara a cara entre los dos únicos aspirantes a presidir el Gobierno. Un país cabe en un plató y en 140 caracteres, pero no en un combate entre dos partidos a los que hemos moldeado a nuestra imagen y semejanza hasta dejarlos deformes.
Una campaña que ha rayado el fraude electoral, pues nadie sabe a qué proyecto político se destinará su voto, crítica que hasta el más anti-PP debiera transformar en halago al partido del Gobierno. Suyo ha sido el mejor ejemplo de coherencia en medio de un inaceptable juego de trileros, del que también es justo salvar a los ya condenados: el BNG e IU, que no han conseguido presentarse con su propia marca pero sí con sus dogmáticos principios.
Una campaña donde los que sembraron el odio y la crispación han esbozado una sonrisa hipócrita y nos han pedido que sonriamos porque ahora ya no dan miedo.
Una campaña en la que el miedo ha cambiado de bando, aunque ya no haya rojos ni azules, pero haya que inventar “nuevos” y “viejos”. Y yo aún no sé en qué trinchera estoy, con la Guerra Civil en el Génesis, el Franquismo como Prehistoria y 23 años en el mundo, muchos más de los que los “nuevos” llevan en política y muchísimos menos de los que los “viejos” llevan en el Gobierno.
Una campaña con lo peor de la política asentada –no acepto lo de vieja, pues va a ganar las elecciones– y lo peor de la que aspira a asentarse para, algún día, llegar a sustituirla. Esa política que resulta tan nueva como las elecciones de EEUU y pretende ser tan moderna que se convierte en vintage, haciendo de la UCD del 77 y del PSOE del 82 sus proyectos de cambio.
Una campaña en la que el mundo entero se ha reído de España al contemplar la figura de Campo Vidal, hipérbole de todo y moderador de nada, mientres los otros dos “presidenciables” jugaban a tertulianos en ese Twitter hecho tele al que llaman La Sexta.
Una campaña en la que mucha gente de mi edad ha creído estar informada –¡y hasta formada!– sobre política, ficticia sensación para ocultar una falta de criterio a la hora de elegir sin más precedente que el de las señoras que regalaron la Transción a Adolfo y Felipe porque Carrillo y Fraga eran mayores y antipáticos. Podemos y Ciudadanos, Ciudadanos y Podemos: tanto monta, monta tanto. Todo sea por darle en las narices al Bipartidismo y subirse a la marea de moda. Pobre Albert, que ya no es trendy, mientras se han vuelto a agotar las entradas para el revival del ha dos meses acabado Pablo.
Ve a votar, sí, pero “vota con desilusión”, porque “no se puede”
Ayer fue el día de reflexión y esta es mi reflexión sobre las elecciones. Ve a votar, sí, pero “vota con desilusión“, porque “no se puede“. No se puede construir “un país contigo“, liviano elector. Continúa tomándote “España en broma” como lo has hecho hasta ahora. Sé que no te gusta lo que ocurre, que estás “por un nuevo país“, pero si ese país es éste yo lo que quiero es “menos España“. Necesitamos “un Gobierno para la mayoría“, estoy de acuerdo, para esa mayoría de iletrados en democracia que, 40 años después del fallecimiento de la antipolítica, aún nos persigue. Velaí “a debilidade do noso pobo“, unha vella rémora que só poderemos solucionar coa educación, ata conseguir que “a ignorancia non hai quen a pare” sexa o lema deses poucos que se resignan a mudalo todo para que nada cambie.
Seamos honestos y autocríticos por una maldita vez: tenemos los políticos que nos merecemos. Sí nos representaban los que estaban antes y sí nos representarán los que salgan ahora, porque siempre hemos gozado de la más absoluta libertad para elegir y ser elegidos. Esta campaña ha sido todo un descubrimiento de una nueva forma de hacer política, que al fin y al cabo es reflejo de lo que somos como pueblo. Pero no me parece que hayamos experimentado un gran avance: antes ya sabíamos que España era corrupta; ahora también sabemos que es morbosa, hedonista y hasta un poco frívola.
Maldita casta, maldita gente. Maldita fiesta la de hoy, que nos va a dejar una resaca democrática de las de Neobrufen, Aquarius y mucho, mucho arrepentimiento.