La joya de la corona británica
Para el aficionado al tenis común, es muy difícil hacer referencia a grandes torneos y competiciones sin mencionar al casi omnipresente trío conformado por Roger Federer, Novak Djokovic y Rafael Nadal. Una terna de jugadores que, a todas luces, están ya, aunque en activo, entre los diez tenistas más laureados de la historia del deporte. Entre los tres se han repartido, viviendo cada cual épocas de bonanza y épocas de flaqueza como la vivida esta temporada por el manacorí, la mayoría de triunfos de importancia de la última década. Entre ellos se ha generado una rivalidad a tres bandas que jamás se había visto en la historia del tenis.
Sin embargo, a la sombra del éxito de suizo, serbio y español ha ido forjándose la leyenda de un tenista incansable, un rival siempre picajoso y, sobre todas las cosas, un hombre sencillo que nacía en Dunblane, Escocia, el 15 de mayo de 1987. Sobre que Andy Murray vaya a retirarse habiendo sido considerado un hombre de segunda fila todavía queda mucho por decir. Lesiones aparte, el británico suma ya una década en la élite. Sin descolgarse jamás. Devolviendo la gloria tenística a uno de los países en los que este deporte se comenzó a practicar.
Si se repasa su palmarés, se puede comprobar que los éxitos de Andy Murray están a la altura de los de los cualquier tenista que haya pasado a la historia como un auténtico campeón. El escocés suma 35 títulos ATP en toda su carrera, colocándose como el cuarto jugador en activo con más triunfos y por encima de todo un antiguo número uno como el australiano Lleyton Hewitt, quien detuvo su cuenta en 30 y se retirará el próximo mes de enero. De entre los trofeos obtenidos por el británico destacan sobremanera cuatro. El último de ellos, logrado el pasado fin de semana en la ciudad belga de Gante.

La victoria de Murray en la edición de 2013 de Wimbledon hizo historia en Gran Bretaña | ©Julian Finney / Getty Images.
El que podríamos denominar como el mejor tramo de la carrera de Andy Murray comenzó en el verano de 2012. El escocés llegaba a los Juegos Olímpicos de Londres, en los cuales sería el absoluto centro de atención y la única esperanza local, con apenas cuatro Masters 1000 ganados y cuatro finales de Grand Slam perdidas en su palmarés. En Londres, el cambio de Murray fue radical. Exhibiendo un juego impecable, el tenista británico se impuso con contundencia a Djokovic en las semifinales y barrió de la pista a Federer en la final para proclamarse campeón olímpico. Apenas un mes después, ganaría su primer Grand Slam en el US Open al derrotar de nuevo al serbio en la final.
Sin embargo, sus dos grandes éxitos como profesional hasta la fecha vendrían a continuación. Al menos, los que más trascendencia histórica han tenido. En julio de 2013, Andy Murray se convertía en el primer tenista británico en 77 años en ganar el torneo de Wimbledon tras otra apoteósica final ante Novak Djokovic. Dos años después y una grave lesión de espalda mediante que trabó su desenfrenado crecimiento, el escocés ha batido otra marca llevando al equipo británico de Copa Davis a llevarse su primera ensaladera en 79 años. Casi ocho décadas desde que Fred Perry, el hasta ahora mejor jugador de tenis de la historia de Gran Bretaña, ganase Wimbledon y la Copa Davis, Andy Murray lo ha hecho. Ubicado, además, en la época en la que combaten por el trono tres de los mejores tenistas de la historia del deporte de la raqueta.
Pese a todo ello, la grandeza de lo conseguido por Andy Murray el pasado fin de semana en Gante va más allá del dato histórico. Y es que el escocés ha ganado una competición por equipos como la Copa Davis prácticamente solo. De los doce triunfos conseguidos por el equipo de Gran Bretaña en su camino hacia el título, once han corrido a cargo de su estrella, formando pareja con su hermano Jamie en tres de ellos. El único punto conseguido por los británicos que no cayó en el saco de Murray fue, sin embargo, fundamental para lograr el pase en octavos de final ante Estados Unidos, cuando James Ward se impuso a John Isner contra todo pronóstico en un partido maratoniano (el quinto set terminó con un espectacular 15-13 favorable al inglés).
Lo conseguido por Andy Murray en esta Copa Davis no tiene ningún tipo de precedente en la historia del tenis. Es difícil calibrar qué victoria (entre Wimbledon y Davis) celebró con mayor grado de furia el escocés. Lo cierto es que en ambas rompió con la historia de forma casi visceral. Paradójico para un tenista al que muchos han calificado de inexpresivo, plano y lejano al público. Nada más lejos de la realidad. En la era mediática, sin embargo, no llevar el deporte al mayor grado de espectacularización ya significa ser una persona inexpresiva. Poco pareció importarle esto a Andy Murray el pasado domingo cuando, tras batir a David Goffin, líder del combinado belga, en sets corridos para proclamar a Gran Bretaña campeona de la Copa Davis, se desplomó sobre la arcilla para celebrar con rabia el fruto de un año de trabajo.
Más allá del fuera de toda duda extraordinario talento tenístico de Andy Murray, queda claro que han sido su capacidad de superación y su ética de trabajo las que le han permitido lograr dos de las victorias más trascendentes de una década tenística que ha pertenecido a otras tres personas. Puede que en, en las estadísticas, el británico esté lejos de sus tres rivales, pero lo que está claro es que, tras tan brutal hazaña, nadie, jamás, se olvidará de Andy Murray. Ni de su doble par de calcetines, ni de su humildad, ni de su humanidad. Tardarán años las islas británicas en parir a un tenista que pueda llegarle a los talones.