El racismo en campaña

Hace unos días, conocí a una chica del norte de África en Compostela. Vive en Santiago con su familia desde que tiene 11 años. Sus familiares y ella hacen su vida a su manera, como todos; trabajan, estudian, pagan facturas, se preocupan por la crisis y se informan sobre política aunque no haga más que traerles disgustos… Como a cualquier chica de su edad, le preocupa su ciudad, su familia y su vida personal. A ella le gustaría estudiar Políticas para entender cómo funciona el mundo, y la animo a que lo haga como un servidor. Su vida está totalmente inmersa en Santiago y sus círculos de amigos son, además de los locales, los que la inmigración desplazó también. En su carnet de identidad no pone España,  porque como es habitual en el día a día de los inmigrantes, pese a estar más integrados que muchos en la ciudad, no pueden solicitar la nacionalidad española todavía. Seguramente, para algunos permitir que gozasen de tranquilidad por derecho sería avivar el efecto llamada, y eso sí que no lo podemos permitir. Los de fuera primero tienen que ganárselo.  Al fin y al cabo, ¿habían venido a España para trabajar, no?

"A mí los inmigrantes me dan mucha pena..." | ©El Roto

“A mí los inmigrantes me dan mucha pena…” | ©El Roto

Estuvimos hablando del proceso de adaptación. Del lenguaje, la cultura, y sobre la dificultad de estar a miles de kilómetros de tu hogar sabiendo que una parte de ti se quedó allí. En lo religioso, ella se declara musulmana, concretamente sunita. Me confiesa que antes solía ir todas las semanas con amigos y amigas al centro de oración de Compostela, pero como cualquier religioso, cada vez va menos por falta de tiempo. Le pregunto qué tal lleva ser musulmana después de los atentados de París y, con naturalidad, me responde que esas personas no tienen nada que ver con el islam, y que al margen de eso, ser musulmán en Europa nunca ha sido fácil. No obstante, ahora empieza a ponerse más feo.

Fue entonces cuando me contó algo que me paralizó. Un día cualquiera, después del atentado, su abuela fue víctima de la humillación racista e islamófoba en Compostela. Cuando estaba a punto de sentarse en el bus, con su velo árabe (hiyab) sobre la cabeza, un malnacido comenzó a señalarla. Alertó a todo el mundo cuando empezó a gritarle: “¡Terrorista! ¡Fuera de aquí! ¡Bájate de este bus!”. Inevitablemente, le pedí perdón. ¿Cómo era posible que esa actitud fascista hubiese llegado hasta aquí? ¿No eran otros los que votaban a radicales como el Frente Nacional, los que decían este tipo de locuras? El dolor que sintió esa mujer en ese momento, no nos lo podemos ni imaginar. La vergüenza que deberíamos sentir como ”nacionales”, sí. Le tuve que pedir perdón para ese hombre, aunque en realidad para quien lo estaba pidiendo, era para mí.

Viñeta de 2008. A día de hoy sigue limpiando. | ©El Roto

Viñeta de 2008. A día de hoy sigue limpiando. | ©El Roto

A menos de una semana para que sean las elecciones, me aterra ser consciente de que no he oído las palabras racismo, xenofobia o discriminación religiosa en ninguna campaña política. Y lo hemos permitido. Llevamos meses viendo morir a la tolerancia, y años viendo cómo la humanidad de Europa se marcha en barco por el Mediterráneo, entregándose a una suerte que no termina de llegar. Somos todos cómplices de la inmensa hipocresía colectiva de estar viendo un problema durante meses, sino años, para luego fulminarlo instantáneamente en la campaña. ¿Quién va a explicar a las personas que son racistas sin darse cuenta? ¿Qué líder tendría el valor de decir que realmente el racismo tiene DNI y nombre españoles? Si lo pienso, hasta parece tener sentido no afrontar la realidad durante estos 15 días. Debería haberle pedido perdón por esa hipocresía.

De esos nadies, que más que personas son partes de una realidad que nos incomoda por injusta y sobrecogedora, nadie hablará ya. Ya no muere la infancia de los inmigrantes y refugiados y refugiadas en el mar. Son condenados al olvido por más tiempo cuanto más se acerca el día de la democracia. Para cuando los recordemos, ya habrán desaparecido. Pero llega ese día en el que nuestro sistema y sus derechos cogen aliento. ¿Aliento para quién? ¿De dónde extraen ese aliento? Puede que esa misma respiración que la democracia toma, se la haya quitado de los pulmones a esa abuela y a todos y todas los que no llegaron. A los más de 3.671 que lo han intentado ya, pero que perdieron la respiración en mitad del Mediterráneo. O puede que ese aliento nos falte a nosotros a la hora de gritar contra esta discriminación.

Debería haberle pedido perdón por adelantado, por todo esto y todo lo que vendrá. Porque el peligro acecha en la frontera, recuerden. Para eso está aquí su Gobierno. Si hubiese algún efecto llamada que avivase ese peligro, no se preocupen, nadie cogerá el teléfono al otro lado. Hace ya tiempo que dejamos de responder. Debería haberle pedido perdón. O más bien, que me prestase un poco de ese valor para pelear por cambiar esta injusta realidad. Para que el día de mañana esta chica no tenga que volver a contar historias de este tipo, acompañándolas al final, como fue en este caso, de un: “ya estamos acostumbrados y acostumbradas a este tipo de cosas…”.