El principio de las limitaciones creativas

A la hora de juzgar si un filme, o en este caso un conjunto de ellos, es bueno o malo rara vez le prestamos atención a cómo está contada la historia. Sobre todo cuando se trata de blockbusters que se han convertido en auténticas películas de referencia para millones de personas en todo el mundo. En estos casos, los efectos visuales, repartos de renombre o las cifras de recaudación dejan, para la mayor parte del público, una buena o mala trama en segundo plano. Sin duda, dos de las más famosas trilogías del séptimo arte: ‘El Señor de los Anillos’ y ‘El Hobbit’ representan esta circunstancia. No es que Peter Jackson sea la panacea en esto de contar historias, pero la mayoría del público seguramente no estará de acuerdo con la opinión de quien estas líneas escribe a la hora de afirmar cuál de las dos es superior.

El primer paso que se debe dar para relatar bien una historia es crear un mundo reconocible

Naturalmente, para gustos hay colores y que surja el debate es positivo. Sin embargo, mi defensa de que la trilogía de ‘El Hobbit’ es mejor se apoya en lo que Robert McKee –autor del libro ‘El Guion: sustancia, estructura, estilo y principio de la estructura de guiones’, manual imprescindible para cualquier cinéfilo­– denomina “el principio de las limitaciones creativas”.

hobbit

Ⓒ Blogdecine.com

Me explico, el primer paso que se debe dar para relatar bien una historia es crear un mundo reconocible –Peter Jackson, después de seis películas, ya domina perfectamente la Tierra Media de Tolkien– y esto ayuda a que desarrolle la historia de la segunda trilogía en los confines de un mundo limitado, reconocible y abarcable. Si es abarcable es porque es un hecho que la saga de libros de ‘El Señor de los Anillos’ es verdaderamente extensa en comparación con la novela ‘El Hobbit’.

He de decir que no soy un incondicional de la manera de contar de Jackson que, por lo general, no me convence. La encuentro innecesariamente locuaz, ya que sus personajes suelen ser unos charlatanes, y excesivamente visual, abusando de los planos aéreos que te hacen perder el hilo de la historia o las acrobacias y piruetas de Légolas. Seguramente por el tono épico de estas aventuras. No obstante, el cariz de cuento infantil que adopta la trilogía de ‘El Hobbit’ lo hace más agradable de ver, sin dejar de ser trepidante –especialmente la última, con esa batalla que bate records de duración y el buen aprovechamiento del CGI– en todo su metraje e igualando la espectacularidad de las batallas que ya vimos en los filmes de los Anillos.

El mundo de una historia debe ser lo suficientemente pequeño como para que la mente de un artista sea capaz de rodear el universo ficticio y llegar a conocerlo con tal profundidad y detalle que nadie pueda plantear ninguna pregunta sobre ese mundo que él no pueda responder súbitamente. Precisamente por esto, Peter Jackson ha sido capaz de desarrollar el relato de ‘El Hobbit’ mejor que el de ‘El Señor de los Anillos’, saga de libros muy extensa, como argumentábamos, donde los acontecimientos suceden tan deprisa que atropellan la narración, dejando poco espacio para el desarrollo de los personajes. Prácticamente hasta la tercera película no ocurre nada realmente importante para la historia, sólo un par de batallas para satisfacción del consumidor de cine de evasión que tratan de ocultar unos personajes que no cambian.

hobbit1

ⒸWattpad.com

Nada de esto ocurre en ‘El Hobbit’, en ninguna de las tres, al darle protagonismo a los enanos, los cuales se revelan como verdaderos protagonistas de esta aventura. Especialmente Thorin, personaje que evoluciona gratamente a lo largo de las tres películas –siguiendo el camino del héroe, cayéndose y levantándose para aprender como vencer a su lado oscuro– y que aporta el toque más épico al conjunto. Por su parte, Martin Freeman ha conseguido un Bilbo mucho más humano, flexible y divertido de lo que nunca fue Frodo en la trilogía de ‘El Señor de los Anillos’, hecho que aplaudo, pues es el conductor del relato.

En definitiva, Peter Jackson consigue contar el relato de ‘El Hobbit’ de una forma bastante más eficaz que la de ‘El Señor de los Anillos’, sin dejar de caer en algunas de las trampas que han marcado ambas trilogías, como la subtrama romántica que parece metida con calzador y que lo único que hace es alargar innecesariamente el metraje –seguramente por tratarse de una superproducción–. Puede haber mucha paja en estas historias y puede gustarnos más o menos la forma de contarlas de Jackson, pero a la hora de juzgarlas, para ser justos, creo que debemos valorar positivamente ese principio de limitación creativa del que tan acertadamente habla Robert McKee en su imprescindible manual ‘El Guion’.