El discreto encanto de la justicia
“¿Cómo van a escuchar la verdad por encima del clamor?”
Chicago (2002)
Como en esos espectáculos de circo que terminan con el público invadiendo la pista, el caso Asunta ha rematado esta semana con el veredicto del jurado popular. Se clausuran así dos años de un show que ha tenido a Ana Rosa de maestra de ceremonias y a la prensa escrita anunciando el pasen y vean. En la mayor puesta en escena que se recuerda desde que el Circo del Sol actuó en el Multiusos do Sar, en los juzgados de Fontiñas se han sucedido números circenses de toda clase: Porto haciendo malabares con sus cambios de declaración, Vázquez Taín contando chistes sobre niñas voladoras, Aranguren y Hospido ejecutando coreografías milimétricas, el fiscal bailando en la cuerda floja de la prueba indiciaria e incluso el “hombre del semen” participando como estrella invitada.
La Voz de Galicia, que se toma muy en serio el solemne pronunciamiento constitucional de que la justicia emana del pueblo, publica hoy una encuesta de Sondaxe en la que se pregunta a los gallegos su opinión acerca del veredicto de culpabilidad. Parece que nueve miembros del jurado eran pocos y era necesario saber lo que piensa una muestra aleatoria de 500 personas de ambos sexos de 18 o más años empadronada en Galicia con un nivel de confianza del 95’5% (dos sigmas). Solo queda lamentar que, en aras de la democracia y la transparencia, el juicio no se retransmitiese los jueves por la noche y la audiencia votase mandando un SMS con las palabras ‘CHARO CULPABLE’ al 27450. Ojalá la sentencia pudiese decretar que Porto cumpla su condena privativa de libertad en la casa de Guadalix de la Sierra o que Basterra comparta en MasterChef la receta de sus famosas albóndigas.
Parece que nueve miembros del jurado eran pocos y era necesario saber lo que piensa una muestra aleatoria de 500 personas
En este caso ya es un lugar común culpar a los medios del repugnante espectáculo que ha rodeado el asesinato de Asunta y el posterior proceso. Sin embargo, las culpas son cuando menos compartidas. Me gustaría preguntarle al lector si desde agosto ha sabido algo más del crimen de Moraña. Ya sabe, el caso del padre que asesinó a sus dos hijas con una radial para intentar suicidarse luego, enfrentándose probablemente a la primera condena de prisión permanente revisable. El suceso tiene todos los ingredientes de un cóctel periodístico letal, pero, ¿sabe usted el nombre de la madre? ¿Ha visto fotos de las niñas? ¿Y del amante del padre?
La discreción de los medios con el crimen de Moraña, actualmente en fase de instrucción, contrasta con nuestra omnisciencia sobre la vida de Asunta, de la que conocemos desde las actividades extraescolares a las que asistía hasta las conversaciones de Whatsapp con sus amigas. Una rápida búsqueda en Google, como ejercicio de sociología pedestre, nos muestra que los términos ‘crimen Asunta’ devuelven 372.000 resultados, mientras que ‘crimen Moraña’ solo 34.600. Si los medios de comunicación son los mismos y las circunstancias del caso son igual de morbosas, podemos concluir que la ausencia de espectáculo se debe a la elogiable discreción del fiscal y de la jueza de instrucción que investigan el crimen. Su prudencia probablemente contribuirá a que el jurado y el magistrado presidente lleguen menos contaminados al momento del juicio oral, salvaguardando así la presunción de inocencia del acusado y la intimidad de los familiares. Vázquez Taín y demás jueces estrella podrían tomar ejemplo y aprender que la justicia trabaja mejor en silencio.
La ausencia de espectáculo alrededor del crimen de Moraña se debe a la discreción del fiscal y la juez de instrucción
Desde Ana Karenina sabemos que todas las familias felices son tediosamente iguales, lo que provoca que nos apasione diseccionar la particular infelicidad de las familias marcadas por la tragedia. Puede que sea mucho pedir que los medios de comunicación no alimenten estas bajas pasiones, pero jueces y fiscales deberían hacer todo lo posible para que no se haga de un crimen un show. El encanto (y la eficacia) de la justicia residen en su discreción.
Caricatura: Loiro