La explotación de las carreras populares
Es un proceso lógico que ya ha sucedido muchas veces y seguirá ocurriendo en el futuro: cuando algo se populariza y atrae la atención de una gran masa, no son pocos los que ven en ese algo una ventana de explotación comercial. En el ocio hay negocio. Es natural, coherente y lícito.
En los últimos años, como ya tantas veces se ha comentado, el ámbito de las carreras populares se ha expandido, experimentando un crecimiento frenético y desmedido difícil de prever. Los motivos que han generado esa popularidad son numerosos, pero no es de eso de lo que trata este artículo, sino de la comercialización exhaustiva de ese deporte comúnmente conocido como running, que no atletismo, aunque en ciertos debates la línea divisoria entre ambos se torna difusa e inapreciable.
El caso es que de la popularización a la explotación hay sólo un paso, que además cada vez se tarda menos en recorrer. Existen varios eventos de este tipo que llevan décadas celebrándose (caso de la Pedestre compostelana o de la San Martiño ourensana), si bien en líneas generales son proyectos recientes, la mayoría originados en el siglo presente. La tendencia, lejos de decaer, aumenta vertiginosamente, y en el último lustro el crecimiento ha sido exponencial, dando lugar a un calendario plagado de carreras atléticas durante las 52 semanas que componen un año natural.
Mientras en la mayoría de localidades pequeñas existen carreras populares a precios bajos, en las grandes ciudades, donde tienen lugar competiciones multitudinarias, el coste por inscripción está al alza
Una parte de estos eventos de creación reciente, especialmente aquellos que pertenecen a poblaciones o localidades pequeñas, tienen un carácter más cercano y familiar, y evidentemente son menos multitudinarias. Sin embargo, las carreras “de renombre”, las que se realizan en grandes ciudades y que acogen a un elevado número de participantes, muestran unas características diferentes.
Es obvio, claro está, que organizar una carrera en una ciudad con decenas o cientos de miles de habitantes conlleva un trabajo previo mucho mayor, pues se requieren varios permisos para cortar determinadas calles y avenidas durante varias horas, una mayor ayuda de la policía local, ambulancias, etc. Sin embargo, no son eventos que conlleven un alto coste. No hay grandes gastos organizativos más allá del sistema de cronometraje, los premios económicos o las camisetas que se regalan con la inscripción, pues habitualmente es sencillo encontrar algún establecimiento o tienda que colabore con la bebida y la comida, y todas las personas que colaboran a que la carrera se desarrolle según lo previsto acostumbran a ser voluntarios.
A pesar de esto, vemos como los precios se disparan de una forma desmesurada, llegando en algunos casos a cantidades tan altas que es imposible no plantearse si los organizadores pretenden reírse de la gente. Hace unos meses se anunció una carrera que discurriría por los últimos de 10 kilómetros del Camino de Santiago, que teóricamente se disputaría el pasado 4 de octubre, pero que misteriosamente desapareció del mapa. El coste de inscripción era de 30 euros, cifra a todas luces exagerada, más todavía si tenemos en cuenta que en el mes de abril se disputó la MediaSan, una media maratón (21 km) que recorre el último tramo del Camino, y cuyo precio era de doce euros. También podemos comparar el precio de ese engañabobos de carrera con el de la Pedestre santiaguesa, prueba de 12 kilómetros y con un muy asequible coste de tres euros.
Muchas organizaciones tratan de aprovechar el auge de las carreras populares para aumentar su fuente de ingresos y conseguir más visibilidad
El caso es que hay mucho listillo que quiere aprovechar el boom de las carreras populares para hacer caja. El problema, quizás, radica en que antes, cuando este deporte no ofrecía esa suculenta rentabilidad, eran aficionados al atletismo los que se esforzaban por sacar adelante estos eventos y así fomentar su práctica. Ahora, en cambio, son personas u organizaciones ajenas a este deporte los que invierten en él, atraídos por el olor del dinero fácil.
Aunque hasta ahora me he referido únicamente a carreras populares ubicadas en Compostela, esta explotación de las carreras populares es algo global y palpable en cualquier parte del mundo. Los precios de inscripción para ciertos eventos aumentan, pero no sucede de forma homogénea: mientras algunos organizadores inflan deliberadamente la cuantía de la inscripción, hay muchos pueblos que realizan carreras gratuitas o muy baratas. La diferencia, evidentemente, es el afán recaudatorio de los primeros.
De todos modos, el rendimiento económico del atletismo popular no termina ahí. En los primeros compases del auge de este deporte, se decía que estaba creciendo porque no requería ningún gran desembolso. Y no lo requiere, pero es una industria que empuja a sus consumidores a la compra compulsiva de una gran variedad y diversidad de artículos, la mayoría de ellos de dudosa utilidad real.
No hay que olvidar que este deporte tiene una particularidad: su popularidad viene dada por el gran número de practicantes. Está en nuestras manos decir hasta dónde estamos dispuestos a llegar, pero dejar que nos ninguneen no debería ser una opción.
Imagen de portada: El Economista