Energía nuclear: seguridad y perspectivas de futuro
El uso de la energía nuclear ha ido decayendo con el tiempo a escala global. Sucesos como el de Fukushima han puesto en duda su seguridad y rendimiento económico. El mundo parece estar preguntándose si merece la pena decantarse por este tipo de energía, y poco a poco el “no” va calando más hondo. ¿Es este movimiento global racional? ¿Son los riesgos de la energía nuclear tan elevados? ¿Qué hay de sus costes? O como diría Homer Simpson: ¿Es el trabajo del futuro… pero hoy? Para tratar de responder a estas cuestiones primero conviene aclarar por qué tenemos esa percepción de riesgo cuando hablamos de este tipo de energía.
Probablemente, la mayor confusión en torno a lo nuclear, la radiación y todo lo que le rodea es qué significan exactamente los niveles de seguridad. Tras Fukushima, cualquier persona con televisión o Internet ya está más que acostumbrada a la frase “que exceden los niveles permitidos de radiación”. Dicho así, parece un evento cataclísmico en el que morirán todos los seres vivos de la zona y tras generaciones de desdicha alguien erigirá un monumento para recordar los horrores de la radiación.
Ante todo, decir que hay un buen motivo para esto. La radiación, al contrario que el fuego o un buen golpe con un remo, no duele. No duele, no se nota, y no avisa. Para cuando te das cuenta, han pasado cuatro años y tienes leucemia. O si realmente se te va la mano, se te deshacen los intestinos tras unos nueve días. Así que toda precaución, por conservadora que sea, está más que justificada. Es muy, muy fácil liarla.
Pero precaución no significa paranoia. Si una lección hemos de sacar de todo esto, es la siguiente. Tras miles de mensajes de “niveles de radiación máximos excedidos”, Fukushima ha provocado en cuatro años un único caso de cáncer certificado. Y Louis Slotin estaba trabajando enfrente a un reactor de fisión. Da igual con qué tasa de mortalidad lo comparemos, fuego, electricidad, explosiones en minas. Parece que es mucho menos probable morir por la radiación tras un accidente nuclear que al ir a hacer la compra en coche. ¿Acaso nos mienten los medios sobre los niveles permitidos?
Como tantas respuestas, depende. El BOE (Boletín Oficial del Estado) nos indica amablemente que el límite de dosis máximo para el público general, que es el que utilizan los medios normalmente, son 15 milisieverts por año. ¿Esto es mucho? ¿Poco? También nos dice que para trabajadores del sector, el límite se sube a 150 mSv (y también dice que cualquier aparato que genere radiación con un voltaje de más de 5 kV ha de ser incluido, lo que puede hacer que tu viejo televisor de tubo sea una máquina letal de radiación ilegal). La pregunta es obvia, ¿acaso mi vida vale menos si trabajo en una central nuclear? (¿O si estudio la carrera de Física?)
No, claro que no. La NRC (United States Nuclear Regulatory Commission) aclara este término. Hasta 100 mSv no existe correlación con el cáncer. De hecho, en palabras del mismo organismo, “los trabajadores crónicamente expuestos a niveles de radiación bajos pero por encima del fondo no han mostrado efectos biológicos adversos” y “el riesgo es mayor para dosis mayores”. Incluso por encima de los 100 mSv, los efectos no son fácilmente detectables hasta que llegamos a dosis medias, del orden de 500 mSv anuales. Es decir, cuando nos asustan con que se han superado los niveles máximos permitidos (y omiten que se refieren a los del público general), nos podemos encontrar con que fácilmente todavía son entre diez y cien veces más bajos que los que tan siquiera pueden provocar cualquier tipo de cáncer. Y aún si llegan a esa altura, el riesgo sigue siendo muy bajo.
¿Es muy bajo realmente muy bajo? Todo depende de a quién le preguntemos. Los lobos de Chernóbil están en la auténtica flor de la vida. Claro, cuando la radiación mata a una de cada cien crías que tienes, poco te importa si las actividades del ser humano están matando a una de cada tres. Sin embargo, para nosotros uno de cada cien es un nivel inaceptable de mortalidad infantil. Idóneamente, siempre queremos reducir estas estadísticas a cero. En la realidad, es muy difícil – aún más con tabaco y comida procesada compitiendo por desatar el caos dentro de nosotros. Pero con Fukushima causando un sólo caso, después de semejante estropicio mediático, podemos asumir que no lo estamos haciendo tan mal.
¿Hemos de concluir que podemos despreocuparnos? Tampoco. La radiación no se ve, y las fuentes permanecen. Por eso preferimos estar seguros y pedir a empresas del sector nuclear e institutos de investigación que mantengan sus actividades por debajo de inyectar 15 mSv a la gente que las rodea – de tal modo que cuando la pifian, como en Fukushima, las consecuencias no se disparen a escalas catastróficas.
Pero eso no es todo. De acuerdo, los riesgos y protocolos que se mantienen con la energía nuclear son bastante seguros. ¿Pero qué hay del resto de aspectos? ¿Está el mundo equivocado y deberíamos mirar a la energía nuclear como la energía del futuro? Lo cierto es que desde un punto de vista económico la situación es del todo menos simple de evaluar. No sólo requiere un análisis del coste relativo que supone comparado con otras formas de obtención energética, sino que también hay que tener en cuenta la seguridad y el cada vez más acuciante problema del cambio climático.

Producción de energía eléctrica nuclear en el mundo: 1990-2013. Fuente: Vox
Resulta muy difícil establecer con precisión cuál es el coste de cualquier sistema de producción eléctrica: hay que considerar el plazo de tiempo, cómo se descuenta el futuro, los costes de gestión de los residuos, los efectos de las externalidades, la incertidumbre sobre escenarios extremos como Fukushima e incluso la región donde se miden. Pese a ello, la medida que se suele usar a nivel internacional es el coste nivelado de la electricidad (LCOE), que no es más que el ratio del coste total medio a lo largo de su vida entre la electricidad total que ha generado en la misma. El problema es, obviamente, cómo se computa esa generación eléctrica (¿es lo mismo si lo hace de forma continuada que si lo hace a determinadas horas?) y el gasto (¿debemos tener en cuenta los costes de las externalidades? ¿cómo las medimos?). La siguiente imagen resume la comparativa media en un plazo de treinta años para Estados Unidos:
Cabe aclarar que en estos cálculos se han incrementado los costes de las energías intensivas en gases invernadero para tratar de hacerlas más comparables. La energía nuclear es bastante competitiva, pero sale perdiendo con respecto a las centrales de ciclo combinado. Además, se enfrenta a mayores problemas de incertidumbre (que no se ven recogidas en esta medida), lo que puede explicar parte de la caída en su uso a nivel global. No sólo esto, sino que hay que tener en cuenta que formas de producción alternativas como la solar están volviéndose más competitivas de forma rápida, lo que aumenta los riesgos de una inversión tan enorme como es una planta nuclear.
Pero también hay dos factores esenciales que suelen causar rechazo. Por una parte, la posibilidad de riesgos extremos: el ser humano es averso al riesgo, y ello hace que debamos tener mucho cuidado a la hora de tener en cuenta la probabilidad de un accidente como el de Fukushima, por pequeña que sea. De hecho, en Estados Unidos el gobierno limita la responsabilidad de los seguros por este tipo de sucesos, ya que pueden llegar a ser demasiado caros hasta para las compañías de seguros. Por otra parte, también se debe considerar el manejo de sus residuos, que requiere de centenares de años para ser devueltos a niveles estables. La cuestión en este caso no es tanto por el coste (que se estima en un 10% del coste total), sino por el dilema de la seguridad a tan largo plazo y por el problema ético de dejar la responsabilidad generaciones venideras. La respuesta, de nuevo, no es simple.
Se puede decir por tanto que la energía nuclear, si bien todavía es competitiva, se enfrenta a dos grandes problemas: por una parte, la rigidez y riesgos a los que se somete debido al tipo y a la magnitud de su inversión, que es de largo plazo y se ve amenazada por otras formas de producir cada vez más competitiva, y por otra debido a las cuestiones de aversión al riesgo y éticas que suponen los casos extremos como el de Fukushima y el manejo de sus residuos. No existe una respuesta fácil a este dilema al menos en el corto plazo, y la acción tomada depende en última instancia de las preferencias sociales y cuestiones de tipo regional. Lo que parece claro es que la respuesta se sitúa más en una gama de grises que en el blanco o negro que muchos otros nos quieren hacer ver.
Realizado por: Santiago Codesido y Javier Sánchez.
Fotografía de portada: ©physicsfrontline.aps.org