El dolor y la aceptación
“Si esta fuese una emotiva historia de amor, este sería el momento en el que un nuevo sentimiento naciese en mí y de repente estaríamos enrollándonos locamente con la fuerza y el fuego de mil soles. Pero esta no es una emotiva historia de amor.” – Greg Gaines.
El cine suele ser un potente espejo reflector de la realidad y, como tal, contiene numerosas piezas sobre el cáncer. El cáncer se ha tratado fílmicamente desde la mayoría de las perspectivas posibles. Así a bote pronto, pensando en cintas acerca de la jodida enfermedad, se nos pueden venir a la mente la durísima Mi vida sin mí de Isabel Coixet o las lacrimógenas Un paseo para recordar y Bajo la misma estrella, ambas desafortunados acercamientos al tema que prácticamente rozan lo frívolo.
Desde una perspectiva más liviana y paradójicamente realista (obviando el crudísimo y exquisito realismo de la obra de Coixet) nos podemos encontrar con películas del tipo de Ahora o nunca, bonita alegoría hacia aquello de “exprimir cada instante de la vida” o 50/50, una pequeña joya del cine independiente que versa acerca del cáncer a edad temprana y la forma en la que obliga a reinterpretarse a sí mismo a aquel que la padece.
Sin embargo, estoy bastante seguro de que no me equivoco al afirmar que nunca se había enfocado al cáncer, más entre adolescentes, de la manera en que lo hace la espléndida Yo, él y Raquel (‘Me and Earl and The Dying Girl’, 2015). Con estética desenfadada y pulcra y colores vivos, el director norteamericano de origen mexicano Alfonso Gómez-Rejón ha adaptado al cine la exitosa novela de un Jesse Andrews que, además, también es el encargado de firmar el libreto de la cinta.
Yo, él y Raquel parte de la premisa habitual entre la nueva hornada de películas acerca de adolescentes: nos presenta a Greg Gaines (interpretado por un Thomas Mann a quien probablemente recordéis por su trabajo en Project X), un chico inadaptado, escuálido y de personalidad huraña y sociópata que intenta sobrevivir a su último año de instituto siguiendo sus propias normas. Greg, convexo y retraído hasta la extenuación, comparte una relación disfuncional con Earl (RJ Cyler), quien sin embargo muestra un perfil muy diferente al de su compañero. Earl, a diferencia de Greg, representa la plena exposición emocional y la franqueza llevada a su máxima expresión. Toda la inmadurez de nuestro protagonista viene contrapuesta a la perfección por su álter-ego, un personaje que juega algo así como un papel de conciencia racional sobre Greg Gaines.
La vida de Greg y Earl no se podría definir como normal, aunque sí como rutinaria. Entre ambos suman ya 42 remakes alternativos de cintas clásicas realizados a partir de reinterpretaciones absurdas de sus títulos. Hacen el idiota y suman una enorme cantidad de desajustes emotivos pero parecen felices. La abstracción, sin embargo, tardará poco en pasar a mejor vida. Al comienzo de su último año de instituto, Greg se entera de que a Rachel (Olivia Cooke), una compañera suya, le ha sido diagnosticada leucemia. Instado por su madre, accede a ofrecerle su compañía.
A partir de ese momento, la rutina de Greg Gaines se verá trastocada por un ser frágil y misterioso a partes iguales, una Rachel que lo absorberá por completo y despertará en él un extraordinario instinto protector. El retraído Greg dejará de serlo sin dejar de ser él y nos asegurará que todo irá bien. Pero ya se sabe que, con el cáncer, las cosas no suelen acabar como si de un libro de Nicholas Sparks se tratase. Pese a todo, Greg nunca perderá la esperanza y, junto a él, nosotros tampoco lo haremos.
El triunfo de Yo, él y Raquel reside en diversos factores: un guión frenético, inteligente y mordaz; una puesta en escena dinámica y limpia como pocas; una construcción puntillista de los tres personajes principales y un dibujo eficaz de secundarios como la madre de Rachel o el profesor McCarthy encarnado por Jon Bernthal. Sin embargo, su grandiosidad trasciende lo fílmico, reside en el acceso directo a esa llave que consigue abrirte en canal para sentir cosas de verdad, más allá del lagrimón de rigor. Del propio Greg se extrae empatía pura, compasión, transparencia y comprensión. De su vínculo con Earl se percibe pureza. De su unión con Rachel se traslada aprecio, dulzura, incluso amor en ciertas ocasiones sin caer, como él mismo repite en numerosas ocasiones, en ser una de esas estúpidas y ñoñas historias románticas postproducidas del Hollywood contemporáneo.
Yo, él y Raquel trata sobre el cáncer pero dista mucho de ser una película sobre él. Empleando la comedia con rigurosidad, jamás cae en el absurdo o la frivolización, y su comedida apuesta escénica conjuga a la perfección con el universo trastocado del asocial de Greg Gaines. Todo ello en plena conducción hacia una secuencia final en la que el film implosiona por completo y se convierte en poesía acompañada por la genial banda sonora de Brian Eno. La cinta de Gómez-Rejón es una película de aprendizaje vital.
Decía antes que el papel del cine, en ocasiones, es el de aportar un enfoque diferente acerca de problemáticas reales que afectan al ser humano con la intención de que, bueno, el ser humano aporte otro enfoque a su propia realidad. Yo, él y Raquel no es una película con final feliz hollywoodiense pero, a decir verdad, se me hace difícil recordar un trayecto cinematográfico que haya logrado mantener una sonrisa dibujada sobre mi cara con tal nivel de constancia. Y supongo que, a nivel de enseñanzas, esta puede ser una de las más bonitas que nos puede ofrecer el cine.