Las puertas de Malta
If the doors of perception were cleansed, every thing would appear to man as it is, infinite
William Blake
“Fíjate en las puertas”. Eso fue lo que me soltaron en casa cuando comenté que me iba a Malta. Yo esperaba un “ten cuidado”, “no bebas mucho”, “pórtate bien”, “aquello tiene que ser precioso”, o hasta un animado “¡eh, que les metimos 12!”, pero me equivoqué. La terquedad e insistencia de mi madre llegó a ser tan irritante, que, por no jugarme el pellejo con alguna frase vocinglera, me limité a asentir con la cabeza. Sin embargo, es sabido que los consejos materno-filiales son como boomerangs: parecen que van descarriados y que no van a atinar en el blanco, pero de repente pegan un giro y, cuando menos te lo esperas, te meten un linternazo criminal (es una técnica milenaria que se desarrolló a la par que el lanzamiento de zapatilla).
Hace tiempo leí, en este mismo periódico, un bizarro artículo de Aida González que se titulaba “Llamando a las puertas del cielo” y hablaba del barrio santiagués de San Pedro. En Compostela, el final de un camino —y más aún de un camino sacro—, parecía del todo coherente que hubiera una puerta (o una escalera) al cielo —no discutiré si la razón estaba de parte de Bob Dylan o de Robert Plant—. Ahora bien, lo sorprendente es que en Malta, en concreto en Vittoriosa, uno vaya paseando y se encuentre con esto:

El rótulo no deja lugar a dudas, a esta puerta le cantó el bueno de Robert Allen Zimmerman | ©panoramio.com
Podría haber dejado que este imponente hallazgo se perdiese por alguno de los senderos de mi memoria, sin concederle mayor trascendencia, pero, en el fondo, deseaba averiguar si aquella era realmente la puerta que conducía al cielo y si en Santiago no había más que una burda falsificación. Como en el acertijo de los guardianes que flanquean dos puertas, en el cual uno siempre miente y el otro siempre dice la verdad, necesitaba encontrar la pregunta adecuada para saber a qué lugar conducía cada una.
Tras unas cuantas tórridas noches en vela, se me aparecieron como el maná las palabras de un buen hombre de Úbeda: “al infierno se va por atajos, jeringas, recetas”. Ahí hallé el punto de apoyo para un razonamiento bastante cabal: si al infierno se va por varios caminos, ¿por qué con el cielo iba a ser diferente? Así pues, movido por el deseo de convencerme (o engañarme), finalmente concluí que las “puertas” de entrada al cielo debían de ser varias (sino la misma repetida, que Dios es todo un bromista).
Resuelta la cuestión metafísica, vamos con algo más terrenal, pero sin dejar las puertas de lado. Porque quizá la importancia de las puertas de Malta no reside en el sentido literal… Recordemos que una puerta es una vía de acceso, un umbral, y Malta ha sido históricamente un enclave inmejorable para el comercio y la guerra, tal y como lo avalan las rutas marítimas de los pueblos de la antigüedad o episodios bélicos como los sitios de Malta: uno a manos de los turcos en el siglo XVI y otro a cargo de las Potencias del Eje durante la Segunda Guerra Mundial.
Posiblemente la hazaña histórica más enarbolada por el catolicísimo pueblo maltés fue la que tuvo lugar en el siglo XVI, cuando se logró frenar el avance del imperio Otomano, que amenazaba con invadir Europa. El valor de las gentes del lugar no cayó en saco roto, ya que, gracias a tal hazaña, el emperador Carlos V cedió a los caballeros hospitalarios de la Orden de San Juan el archipiélago maltés bajo el arrendamiento de un halcón al año (el halcón era una cuantía fija de dinero, lo de Humphrey Bogart es otro cuento). Por aquel entonces dio comienzo la era de los caballeros, a los que sucederían el dominio bonapartista, la posterior “liberación” inglesa, (con su correspondiente ocupación), y, en 1964, la independencia de Malta.
En la esfera gastronómica se percibe la huella de los vecinos del país con forma de bota, ocupando la comida empanada un puesto destacado entre los platos típicos. Por otro lado, en lo que se refiere a la lengua maltesa, aunque el sustrato base procede de la familia del árabe, cuenta con una innegable romanización, ya en lo que atañe a la grafía (se escribe con caracteres latinos), ya en la entonación, en la que se percibe algún dejo italianizante.
En el terreno monumental, acapara la atención del visitante el contraste entre la antigua y la actual capital de Malta. La primera es Mdina, cuyo significado en árabe es ‘ciudad amurallada’, en la que se aprecia fácilmente el influjo árabe, recordando su arquitectura a la del norte de África.
Actualmente la capital es La Valeta (il-Belt en maltés), construida en el siglo XVI y cuyo nombre deriva de un gran maestre: Jean Parisot de la Valette. Esta ciudad responde a un urbanismo relativamente moderno, como se puede apreciar en el diseño de sus edificios y en el trazado de sus calles, dispuestas en perfectas cuadrículas.
Sin duda es en el plano paisajístico donde Malta despliega sus mejores galas. Celestes, turquesas y añiles circundan los acantilados y escarpadas costas del archipiélago maltés. La Blue Lagoon de Comino, la Blue Grotto, la Blue Window (no todo iban a ser puertas) o Saint Peter’s Pool son auténticas maravillas naturales, que hacen justicia a la consigna que los responsables de las barcas turísticas repiten sin cesar: “very blue, very nice”.
Alguien dijo una vez que la belleza está en los ojos de quien mira. Yo he intentado compartir con vosotros la subjetividad más objetiva que tengo, pero todo relato es una construcción personal, mientras que la realidad está al otro lado de la puerta. Por eso es por lo que hay que fijarse en las puertas, porque nunca se sabe lo que puede haber detrás.
Imagen destacada: ©journeyaroundtheglobe.com
Fotografía de la puerta maltesa azul: ©sarahexplores.wordpress.com