Y se hizo la Luz
Los vecinos la bautizaron como ‘A fábrica da luz’, sin pararse demasiado en explicaciones sobre la generación de energía hidráulica. Inaugurada a principios del siglo XX, la pequeña central recogía el agua de un canal situado monte arriba y la devolvía transformada en luz. Fue la época en la que los embalses afloraron en la Ribeira Sacra, cuales mimosas en primavera. En el caso de esta central, eran las aguas del Mao las encargadas de pronunciar el Fiat Lux. Gracias a ellas, la central de Barxacova, Parada do Sil, dio luz y trabajo a gran parte de las familias de esta zona, dedicada al cultivo de la vid y de la fruta. Hasta que llegó el día en el que la luz se apagó.
Afloraron entonces las silvas, el musgo, la maleza y los grafittis. La vieja fábrica (de la luz, que no de la mermelada) se transformó en un lugar más propio de una cuenta de Flickr dedicada a lugares abandonados que de una guía de turismo de la vanagloriada Ribeira. El progresivo abandono de las instalaciones se convirtió en una constante a lo largo de lo que otro día fue territorio Fenosa. Sin embargo, algo aquí provocó un notable cambio en el patrón habitual. De repente, las luces volvieron, sólo que en formato lucecilla de Navidad. Algunas de ellas trajeron incluso tuas de colores. Un columpio con una rueda colgando de un árbol, mesas de madera, un perro pululando… Y una cantina, y un albergue donde antes sólo habitaba el silencio.
La vieja fábrica se transformó en un lugar más propio de una cuenta de Flickr dedicada a lugares abandonados que de una guía de turismo de la vanagloriada Ribeira.
En el pueblo de al lado hablaban de un concierto de jazz, aunque una vez allí la cosa sonaba a blues. A diferencia de otros enclaves, meramente turísticos, la Fábrica sí ha logrado atraer a la población local. A medida que los pueblos se han ido vaciando, los bares han ido desapareciendo. Por ello, para los pocos autóctonos que resisten, esta nueva-vieja Fábrica ha sido como un oasis en medio de la terrible situación de abandono que sufre esta zona del rural ourensano. El complejo cuenta con una oferta de ocio en la que destaca el barranquismo, las rutas BTT o Kayak y las jornadas de educación ambiental. El ciclo de conciertos que ha arrancado este verano ha refrescado el flujo de visitas, llenando de gente diferente las mesas de la cantina cada fin de semana. El buen tiempo invita, además, a disfrutar del espectacular entorno, como los bosques de castaños o la pasarela que bordea el río y que empieza justo en la Fábrica.
El ciclo de conciertos que ha arrancado este verano ha refrescado el flujo de visitas, llenando de gente diferente las mesas de la cantina cada fin de semana.
Los pedantes lo llamarían gentrificación, póngale usted el nombre que quiera. Como ya hemos explicado alguna vez, todo se resume en el poder que tienen los jóvenes artistas -hippies, bohemios, pero, sobre todo, hipsters- a la hora de rehabilitar espacios en decadencia. Normalmente, este fenómeno se asocia con la regeneración de espacios urbanos, pero en este caso se presenta como una alternativa de desarrollo rural. En tiempos de abandono, éxodo y “feísmos” un espacio recuperado no sólo para turistas, sino para disfrute de los vecinos, se convierte, de pronto, en tendencia. En este caso, hablamos de una iniciativa municipal llevada a cabo a título privado. Durante la pasada década, la Ribeira Sacra vio nacer Paradores en monasterios y casas de turismo rural en antiguas rectorales. Con la reapertura y transformación de la Fábrica se abre la puerta a un nuevo nivel de recuperación.
Durante la pasada década, la Ribeira Sacra vio nacer Paradores en monasterios y casas de turismo rural en antiguas rectorales. Con la reapertura y transformación de la Fábrica se abre la puerta a un nuevo nivel de recuperación.
Sin aclararse todavía si de jazz o de blues se trata, los vecinos ocupan sus sitios en torno al grupo invitado. El guitarrista comprueba el amplificador, la cantante toma asiento. Los visitantes acercan sillas y los camareros no dan abasto. “Os las dejo por aquí y ya vosotros repartís”, anuncia una de ellas mientras vascula en una mesa botellines y latas. El perro de la casa reclama mimos. En el columpio, un niño moderno con camiseta de Misfits pide que le empujen más fuerte. Las luces del cable brillan desde sus tulipas mientras la música se eleva. (“-Que te lo digo yo, ¡que esto es blues! -Pues en el anuncio ponía que era jazz”). Y así, poco a poco, la noche va cayendo. En este rincón ourensano oscurece. Sin embargo, aquí, al fondo, se vuelve a ver un poco más de luz.