Viernes de Resurrection: El asalto nuclear y las almenaras de Gondor
Madrugar en verano es algo que no todo el mundo lleva bien, ni aunque estés de festival. Cuesta, claro que cuesta, eso lo sabemos todos. Por eso mismo, un alma caritativa anónima se ofreció el segundo día a alegrar la mañana a todo el camping (y quizás a los vecinos de los pueblos cercanos, dado el volumen que le metía ahí, con el subwoofer a tope, neng) poniendo en su coche True Survivor, el inolvidable nuevo éxito de David Hasselhoff (a quien, por cierto, bien podrían traer la próxima edición, que seguro que arrastra hasta Viveiro a más gente que los circenses de Slipknot). Por si eso no fuese poco, otro elemento solitario pululaba esperpénticamente entre las tiendas, cual espíritu en pena, gritando “WRRRESHURRRRÆKSHION FEEEEEEEEEEIST” cada pocos segundos, hasta quedarse más afónico que un ganso en celo. El viernes, en cualquier caso, fue el día de la vagancia, al menos a principios de la tarde. Los primeros grupos no prometían nada demasiado espectacular, salvo Dagoba y su eficiente groove metal y unos Iron Reagan cargados de energía, al menos para la hora que era, con lo que hubo que tomarse estos inicios con bastante calma.
Guillermo Izquierdo cometió un gran error el año pasado. Angelus Apatrida es, con diferencia, uno de los grupos que más años consecutivos ha tocado en el Resurrection, pero la pasada edición dijo que “a ver si superamos a Madball la próxima vez”. No. Vaca sagrada, Guillermo, Madball no se tocan. Tú y tu grupo os quedáis fuera del cartel este año. Por pasarte de listo. O eso debieron pensar todos. Pero, contra todo pronóstico, el audaz vocalista (que había ido igual a Viveiro, por la costumbre, a ver si colaba) se salió con la suya y apareció en el escenario Chaos, como Pedro por su casa, a colaborar en un tema de Dr. Living Dead, quienes actuaban entonces. Ahí la lleváis, Madball. Tras los saltimbanquis con caretas (y bastante solventes musicalmente) había que apurarse y coger sitio para Kadavar. Este trio germano desplegó su rock psicodélico con tintes stoner con una seguridad alucinante. Son buenos. Son realmente buenos. Por ponerles una pega, al principio la voz no estaba demasiado bien ecualizada y sonaba algo baja de volumen, pero se fue solucionando el tema mientras avanzaba el concierto y, una vez finalizado, no sería descabellado decir que pese a tocar tan pronto, y pese a venir después conjuntos con mucho más nombre, fueron de lo mejorcito del día.

Los de Kadavar presumiento de tengo-una-melena-más-guay-que-tú / © H. D. Fabuena
El brillante pelo de Joel Grind refulgía cual tesoro de los enanos y podía discernirse a kilómetros de distancia, como las almenaras de Gondor. Era la señal para el inicio de Toxic Holocaust. El conjunto de Oregón dio toda una lección de thrash metal durante la media hora de la que dispusieron, comenzando a animar a un público cada vez más numeroso. A Anti Nowhere League los vi de refilón y al final, pero los tres temas que pude escuchar tenían la misma progresión, ritmo y casi melodía que Let it Be, de los Beatles, así que poco juzgaré al respecto. Backyard Babies venían como uno de los bombazos de la jornada, pero qué queréis que os diga, se me hicieron infumables. Y eso que los suecos tiraron de clásicos desde el primer momento, como Th1rt3n or Nothing o Minus Celsius. No digo que tocasen mal, que no lo hacían, pero se me antojaron como la viva imagen de la decadencia. Y eran gamberros, sí, no lo negaré, pero pretenciosamente gamberros, como un papel ensayado y no un verdadero sentimiento o forma de ser. Para gamberrada la de D.R.I. Pese a que al principio sonaron como un poco inconexos, Dirty Rotten Imbeciles demostraron que tienen tanto punch y tantas tablas que terminaron por hacernos botar a todos, sin excepción, con su mezcla de thrash y punk clasicote.
De repente, apareció un montón de gente, atestando el recinto por diestro y siniestro como una marabunta. Gondor había pedido auxilio poco antes y Rohan había respondido con la caballería. No en vano llegaba por fin el turno de Motörhead, quizás la banda más grande, al menos por nombre y relevancia, que ha pisado el festival. La faz de Lemmy era realmente un poema, aunque aún son desconocidos los motivos. Quizás salió demasiado perjudicado al escenario, quizás le dieron una mala noticia momentos antes o quizás simplemente quedó decepcionado con la juventud de hoy en día. Los primeros acordes de We are Motörhead probablemente rompieron los tímpanos de más de un incauto, pues nunca antes se había alcanzado semejante barbaridad de volumen en el evento. Damage Case y Stay Clean, una vez superada la sorpresa inicial, constataron lo que ya es sabido en conciertos recientes del grupo. Lemmy y compañía van mayores. Siguen siendo una pasada a nivel de sonido, y sus temazos harían palidecer a cualquier otra banda del festival pero, salvo Mikkey Dee (un verdadero animal a la batería), se les nota desconectados y faltos de energía. Ace of Spades, tocada sin avisar, esperando que fuese como un cañonazo, tuvo el efecto contrario. Sonó desganada, a una velocidad ridícula. Eso sí, Overkill fue realmente bestia, dejando un buen sabor de boca al final de un concierto gris, cargado de nubes y claros

Las firmas de discos congregaron multitudes. Aquí la de In Flames / © H. D. Fabuena
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Nuclear Assault nunca han sido santo de mi devoción pero su actuación fue realmente soberbia. Cualquiera que se hubiese acercado a verlos habría quedado totalmente magnetizado por la energía, técnica y velocidad, sobre todo velocidad, que le imprimieron a sus temas. Con Critical Mass ya fue un apaga y vámonos, los neoyorkinos acaban de asegurarse la victoria como banda más en forma del día. Que estos tipos tienen 50 años y no aparentan ni la mitad. Imprescindibles. Children of Bodom, por su parte, tuvieron un problema. Y no me refiero a que Alexi Laiho sea cada vez más brasas (el síndrome de Zakk Wylde, amigos) y que esos teclados que intentan meter con calzador en todos los temas suenen más horteras que McNamara y Almodóvar vestidos con un kimono cantando una versión flamenca de Dragostea din Tei, sino que Motörhead les había saboteado. Probablemente no fue algo voluntario, pero el tremendo aluvión de sonido de Lemmy y compañía debió saturar los altavoces laterales, y los fineses experimentaron serios problemas acústicos durante toda su actuación (al igual que el resto de bandas del escenario grande a partir de entonces), sonando escasos, ahogados y faltos de potencia en casi todos sus temas
Terror son los Metallica del hardcore. Con sus charlas genéricas sobre la escena y todo eso, pero los Metallica del hXc. Los Metallica actuales, aclaro, no sé si captáis el símil, con lo que un servidor aprovechó para cenar y descansar un rato, al menos hasta que llegase el turno de In Flames. Los suecos eran una de las bandas más esperadas por un servidor, pero, pese a abrir con uno de sus mejores temas, Only for the Weak, la sensación inicial era realmente negativa. Aquello era una cacofonía sónica sin pies ni cabeza, donde era imposible distinguir siquiera el bajo de la guitarras, y Anders parecía asfixiarse cada vez que intentaba mantener una nota durante más de un segundo. Por suerte, poco a poco la cosa fue remontando, y a partir de Deliver Us, a mitad de concierto, comenzaron realmente a sonar a ellos mismos. Como siempre, no tocaron apenas nada de sus primeros álbumes (un servidor lleva años esperando por Moonshield en directo, pero sabe que nunca tendrá esa suerte) pero dedicación y buen hacer no les falta, y la revolución que causaron en el público cuando subieron a un afortunado a cantar con ellos (y diría que mejor que ellos) una apoteósica Take this Life fue digna de recuerdo.
Exploited comenzaron a dar caña en el escenario mediano pasadas las dos y media de la madrugada, pero a este redactor se le cerraban los ojos y tuvo que abandonarlos en la lejanía, intentando guardar energías para el último día, que pronto tendréis relatado aquí, y que esperaba que fuese igual de satisfactorio que los dos ya pasados.