Sobre méritos y culpables

Que el atletismo español no está pasando por su mejor momento es algo palpable y en cierto modo coherente si tenemos en cuenta la situación minoritaria y precaria en la cual se encuentra este deporte en del ámbito nacional. Salvo contadas excepciones (Gran Bretaña, Alemania o Polonia), la participación europea en el Campeonato Mundial de Atletismo que se está disputando en Pekín se está saldando de forma escasamente fructífera en cuanto a número de metales conseguidos. Nada que se escape de las previsiones, de todos modos.

Actualmente parece complicado percibir algún atisbo de aquellos mundiales en los que el botín cosechado por el equipo español era relativamente cuantioso (las cinco medallas ganadas en Atenas 97’ y en París 03’, o las cuatro en Sevilla 99’), pues en los últimos tiempos las aspiraciones del combinado nacional se han visto reducidas a uno o dos puestos en el podio. De hecho, en Pekín, la previsión inicial indicaba únicamente dos posibilidades de medalla: la de Miguel Ángel López en 20 kilómetros marcha y la de la veterana Ruth Beitia en salto de altura. Precisamente los dos atletas que consiguieron los dos únicos metales para la selección española en Moscú hace dos años.

Miguel Ángel López cumplió, y de qué manera, con las expectativas auguradas, imponiéndose en la marcha corta y consiguiendo el primer oro nacional en este mundial. Lo hizo con una carrera táctica, manteniéndose siempre en las posiciones delanteras, a la espera de movimientos de sus rivales y atacando en el momento propicio para dar un gran golpe a la carrera. La marcha es una competición que siempre ha dado grandes alegrías al atletismo español, con varias medallas conseguidas durante las últimas décadas, de la mano de marchadores como García Bragado o Paquillo Fernández. Además, es actualmente una de las pocas disciplinas atléticas de fondo que no se ve sometida ante el abrumador dominio de los atletas africanos, pero eso no debe hacernos perder la perspectiva: el mérito del joven marchador murciano es mayúsculo, más todavía en esta época de éxitos exiguos para el atletismo nacional.

Sin embargo, también hay que valorar positivamente la actuación del resto de los deportistas españoles en este mundial. Si bien es cierto que los resultados globales han sufrido una evidente desmejora, no se pueden exigir triunfos cuando no se hace nada por potenciar este deporte. La medalla de Miguel Ángel es casi un milagro, una genialidad del marchador fruto de su propio talento y trabajo, pero al fin y al cabo un caso aislado. Los resultados han empeorado, pero no porque los atletas sean ahora peores: en España hay deportistas con una agudeza y una capacidad física y mental magníficas, pero la federación no contribuye a impulsar y desarrollar el crecimiento del atletismo de élite. De este modo, es muy difícil que el atletismo nacional vuelva a conseguir los éxitos del pasado. Será complicado alcanzar grandes resultados a nivel mundial mientras haya campeones de España que no se puedan dedicar plena y únicamente al deporte porque su fuente de ingresos principal, las becas federativas, son irrisorias e insuficientes para subsistir. No hay que caer en el error de culpabilizar a los atletas, sino aplicar un punto de vista crítico que enfoque a los cargos federativos, a los que deben velar por que los atletas gocen de unas condiciones óptimas para preparar estas competiciones. Es la asignatura pendiente: cuando esto suceda, los resultados volverán a mejorar.

Fotografía de portada: © RTVE