Sábado de Resurrection: ¿El Águila de San Juan?
El último día de un festival siempre está cargado de cierta melancolía. Sabes que aún queda el arrebato final, la andanada terminal, repleta de espectáculo y grandes grupos, pero al mismo tiempo te da pena porque también sabes que, a la mañana siguiente, solo quedará recoger y un montón de despedidas. En cualquier caso, si todas las despedidas de festivales son como las que ofreció el Resu ese sábado 18 de julio, gustoso se queda uno de haberlas vivido.
El primer grupo al que vi en la tarde fue Der Weg Einer Freiheit. Pese a que aún era demasiado temprano, congregaron a bastante gente frente al Chaos Stage con su duro black con influencias progresivas y con un sonido fantástico en las guitarras. Coincidían en horario con Forus, a quienes me dio tiempo de visitar en el tramo final de su actuación, y que no lo hicieron del todo mal, salvo por la impresión dejada de que el vocalista podía hacerlo mucho mejor.
Me vais a permitir citar a Pep Guardiola, por mucho que no sea santo de mi devoción, para la siguiente actuación. Monuments fueron los putos jefes, los putos amos. Especialmente, su vocalista Chris Barretto. Desde Phil Anselmo el año pasado, no se había visto a otro frontman capaz de meterse al público en el bolsillo con tanta facilidad, pero mientras el cantante de Down lo logró con su imponente presencia y sus aires de pretenciosa grandeza (vale, así como por su legado con Pantera), Barretto lo hizo simplemente con energía y simpatía. No en vano tras su actuación se quedó entre el público para que cualquiera que quisiera hablar con él pudiese hacerlo sin más problemas (un servidor no pudo resistir la tentación de palpar su frondosa y envidiable cabellera). ¿Musicalmente? Unos monstruos. Pese a que el sonido no era lo más nítido o definido posible, la habilidad y técnica de estos músicos (y sus temazos) está fuera de toda duda, quienes se coronaron como uno de los mejores grupos de la jornada sin apenas esfuerzo. Señores de la organización, que vuelvan, por favor.

Der wein, no, Der Frei, no, Arbeit macht Frei… tampoco. Los black esos, anda. © H. D. Fabuena
Contra la actuación de Dawn of the Maya (quienes coincidían con In Mute y su waifu cantante) podrían decirse muchas cosas peyorativas, pero yo me quedo con que la simpatía y cercanía que mostraron en las sesiones de firmas (a las que fuimos porque, oye, daban Monster gratis, y ya es algo) fue de remarcar. De Carnifex, por otro lado, ya estaba hasta las narices antes de verlos en directo y tras su actuación mi impresión no mejoró lo más mínimo. Flojos (todo lo flojo que puede ser un grupo de deathcore), repetitivos y con unos extraños sonidos graves pregrabados que soltaban de vez en cuando (se supone que para sonar más duros o algo) y no quedaban demasiado bien. Menos mal que poco después llegaba Syberia para arreglar el percal de la hora de la siesta. Para haceros a la idea, aunque son algo más duros, suenan parecido a Toundra, tanto que podrían llamarse Taiga. No sé si lo pilláis. Toundra. Tundra. Taiga. La taiga que hay en Siberia, al sur de la tundra. Regiones biogeográficas y esas cosas.
Skindred arrasaron. Da igual que no te guste el nu metal (algo normal, por otro lado). Da igual que te reviente que versionen fragmentos de Metallica de cuando en vez. Como si te da repelús el original atuendo de su cantante, Benji Webbe. Los galeses dieron toda una lección, una clase magistral, de lo que debe ser un concierto. Ni más ni menos. Empezar con un bombardeo, como es Kill the Power, ya era toda una declaración de intenciones y, canción tras canción (como con Trouble o Warning), se ganaron a todos y cada uno de los asistentes. Ya no solo es que su mezcla extraña de metal y reggae casase estupendamente y animase a cualquier adormecido, es que aún encima todos los integrantes de la banda desprendían un carisma brutal, y era imposible no dejarse contagiar por su energía y buen rollo. ¿Alguien ha dicho mejor actuación del festival? Pues ahí queda eso. Ni Korn ni leches, Skindred, sobradamente, se comieron con patatas fritas a todos y cada uno de los demás grupos del escenario grande.

El primer día esto era un verde campo. Era. © H. D. Fabuena
Ne Obliviscaris venían sin bajista, pero son tan extremos y progresivos que ni se notó. No les hace falta bajo (también ayuda que llevasen algunas pistas grabadas, por si las moscas). A un servidor le dejaron convencido con sus fantásticos violines, alternancias de voces y auténticas obras de arte como And plague flowers the kaleidoscope. Y si no estuvisteis o no los escuchasteis, buscadlos y escuchadlos en casa, que para algo tenéis Internet, no solo para ver porno y hacer ciberactivismo en Tumblr, chavales. Heaven Shall Burn, por su parte, aburren hasta a las ovejas, musicalmente hablando, pero los tíos tienen energía y saben transmitirla. Los alemanes lograron coordinar al público al finalizar su actuación para realizar un colosal circle pit que rodeó la torre de sonido entera y en el que se metieron, a ojo, a casi las tres cuartas partes de los que asistían al Main Stage por aquel entonces. Alucinante a la vista. Tras ellos, Moonspell nos dejaban una dosis de deliciosa caspa metalera portuguesa que vino de perlas para ir a merendar.
Si apenas 24 horas antes los Backyard Babies e incluso Motörhead nos habían dejado con ganas de sentir el verdadero espíritu del rock and roll tras sus fallidos shows, Danko Jones se encargó de tomar el relevo de forma más que satisfactoria. El humor canalla y la ilusión que destilaba a mansalva por cada uno de sus poros el canadiense consiguió que su turno se convirtiese en otro de los puntos álgidos del día. Jones inundó el escenario con los sorprendidos y vivarachos chiquillos del Resukids, que bailaron y saltaron sus temas entre las carcajadas de los asistentes, mientras nuestro querido vocalista berreaba “come on motherfuck… oh, this is a family show“. Después era el turno de los Black Veil Brides. Vale, no, de Dark Funeral. Ya se sabe que no son Watain (ojalá lo fuesen), pero igualmente son tan, tan, tan blackers que su ignominiosa oscuridad mancha y deshonra con desesperanzador oprobio cualquier leve atisbo de bondad del ambiente, hasta banalizarla en un hediondo espanto, por los siglos de los siglos y la insoportable eternidad. Eso y que también se comerían a tu bonito hámster para desayunar.
Tras sacrificar a Strung Out para darle algo de alimento al estómago, la absoluta totalidad de los asistentes convergieron en una atronadora ovación para recibir a Korn, el grupo más esperado de la edición. Qué puedo decir. Sonar no sonaron del todo mal, y tienen algunos temas tan emblemáticos que no puedes chistarles nada al respecto, pero la actitud totalmente desganada de Jonathan Davis y la impresión general que daban de “nosotros hemos venido aquí a quedarnos con vuestro dinero, lo de tocar es secundario“, así como la evidente falta de punch en la sección rítmica (pese a que utilizaban artimañas pregrabadas como Carnifex), no jugaron precisamente en su favor. Otros gigantes que, al igual que Lemmy y los suyos, se quedaron en tierra de nadie y terminaron perdiendo la batalla contra bandas de, a priori, mucho menor nivel y fama.

“Dan-Cohones”, como él mismo se autodenominó / © H. D. Fabuena
Behemoth la liaron parda. Ya se sabe que son una de las bandas de black metal más en forma de la actualidad y su concierto, como casi todos los que suelen dar, no decepcionó en absoluto, pese al bajón que han dado en los últimos tiempos, desde la enfermedad de su vocalista Nergal. Pero lo que nadie se esperaba (botafumeiros aparte), era que sacaran una bandera de España a finales de concierto, serigrafiada con el fénix bicéfalo que utilizan como símbolo del grupo. La oscuridad y los litros de alcohol terminaron por obrar el fabuloso malentendido y más de uno (y más de dos, y de tres) vio ahí una apología del franquismo contenida en una abyecta Águila de San Juan… y los pitos, así como los gritos de “¡fachas asquerosos!” y “¡nazis asesinos!” se escucharon por doquier. Y los pobres Behemoth, supongo, con cara de no haber roto un plato tras sus máscaras, sin entender qué ocurría. Poco escuché de Fear Factory ante el cansancio que me acosaba y había que marcharse, pero de ellos me quedo con que fueron los pioneros en el uso del fuego en el escenario. ¿En serio a nadie se le ocurrió usarlo antes?
Se terminaba el festival. Un año más hubo que rendirse ante el esfuerzo de la organización por confeccionar un cartel a gusto de casi todos (menos de los trve hardcores, cada vez más desencantados con el metal creciente, pero bueno, qué se le va a hacer) y por ser capaces de orquestar un evento de tales características desde hace una década sin morir en el intento. ¿Una queja final? Los precios de las bebidas, que pese a seguir por debajo de lo que observamos en muchos otros festivales, se alzan a cotas cada vez más inaccesibles, sin que esto tenga pinta de remitir. Pero si esa es la mayor pega que se le puede poner al Resurrection Fest, estaremos encantados de regresar todos y cada uno de los años que dure. Y que sean muchos (de verdad, esto no es peloteo, os juro que no).
Imagen destacada: Forus durante su actuación – © H. D. Fabuena