¿Por qué existe la guerra?
El peor miedo de todos. Peor que el miedo a perder un hogar, que el miedo a perder la vida. El miedo a un mundo sin esperanza. El miedo, como decía Bob Dylan, de traer niños a un mundo en guerra. Desde que el hombre es hombre ha habido tiempos de guerra. Un tiempo salvaje y despiadado. Un tiempo que arranca del corazón del ser humano las últimas lágrimas de esperanza y las entierra junto con sus hijos. Un tiempo antinatural.
La guerra. La mayor parte de las guerras no han sido concebidas como un fin per se, sino un medio para conseguir un determinado fin. La guerra debe ser considerada como una herramienta -además, una herramienta que sale rentable para alguna de las partes-, y no como el objetivo en sí. Pero si esto es cierto, entonces necesariamente la guerra es una solución ex post ineficiente. ¿Por qué? Una guerra es costosa para ambos bandos. Si las partes simplemente pudiesen “repartirse la tarta” -el objetivo que ambos persiguen- de acuerdo al resultado esperado de la guerra, entonces necesariamente se llegaría al mismo resultado sin incurrir en los daños que genera una guerra. Pero… ¿Es la guerra inevitable o podremos alcanzar algún día una paz permanente? ¿Por qué a lo largo de la historia se han elegido las guerras como solución a un desacuerdo y no la negociación?
El mundo académico ha trabajado durante décadas en este problema, y se han propuesto diversas soluciones. Incluso en un “mundo” tremendamente simplista y con agentes racionales, el desacuerdo sobre la división de la “tarta” no es suficiente razón como para llevar a una guerra. Como he dicho, una solución es simplemente negociar un reparto de acuerdo al resultado esperado de la guerra. ¿Cuál es la razón, entonces? La respuesta radica en lo que se llama un fallo de negociación del acuerdo, cuyas causas pueden ser múltiples.

Ranking de muertes por cada cien mil habitantes en sociedad sin Estado (arriba) y con Estado (abajo).
La primera es pensar que los agentes no son racionales y que las negociaciones no son posibles. Este puede ser el caso por ejemplo de las guerras religiosas -pensemos en las cruzadas, la guerra de los 30 años o el conflicto Palestina-Israel-, de la guerra por venganza -la guerra de Troya es el perfecto ejemplo- o las limpiezas étnicas. Si bien la guerra por una venganza puramente emocional es completamente irracional, el caso de las guerras religiosas o étnicas pueden seguir perfectamente lógicas racionales, aunque no lo parezca. Pero si asumimos que las partes son racionales -como parecen serlo en la mayoría de conflictos-, ¿qué nos queda?
Una motivación es la posesión de información asimétrica entre las partes sobre los potenciales costes y beneficios de la guerra. Si ambas partes tienen información muy diferente con respecto al resultado esperado de la guerra -ambos son exageradamente optimistas, tienen creencias erróneas sobre las fuerzas enemigas (esta es una de las motivaciones por las que existen las demostraciones militares) o creen que la otra parte es irracional-, es posible que el resultado de la negociación no sea satisfactorio para ningún país o grupo y no quede más remedio que entrar en guerra.

Número de cabezas nucleares de EEUU y la URSS, 1950-2010. Pueden ser vistas como un ejemplo de demostración militar. Fuente: Robert S. Norris and Hans M. Kristensen, “Global nuclear stockpiles, 1945-2006”
Otra razón es la inconsistencia con el compromiso. La posibilidad de falsas promesas y la falta de confianza entre países pueden llevar a la lógica de “el que golpea primero golpea dos veces”. Si ambas partes tienen fuerzas muy diferentes, la amenaza de una represalia a romper el acuerdo una vez firmado o cuando uno de los implicados ha cumplido su parte puede no ser suficiente para frenar la guerra. Esta lógica también lleva a guerras preventivas para evitar que el enemigo se vuelva más fuerte con el tiempo, o a la visión de las guerras como una “forma de negociación” progresiva en el tiempo, ya que el 70% de las guerras no acaba con la destrucción completa del enemigo. Una motivación extra sería la lógica del “todo o nada”. Si el recurso es indivisible, entonces la negociación sobre su reparto no sería posible -a no ser que el otro grupo o país esté dispuesto a aceptar otro recurso divisible como compensación-. Cabe decir que esto apenas si se produce en la realidad.
Otra razón es la que sigue la canción arriba expuesta de Bob Dylan con su Masters of War. Cuando los que toman las decisiones sobre la negociación tienen preferencias diferentes a las de su país o grupo -puede esperar gloria, riquezas o no afrentan los mismos riesgos que sus conciudadanos-, entonces este sesgo puede llevar al fracaso de la negociación y a la guerra. Como dijo Herbert Hoover, “It is the youth who must inherit the tribulation, the sorrow…that are the aftermath of war”. No sólo esto, sino que también significa que los países pueden escoger a un líder sesgado que pueda alcanzar un mejor trato. De hecho, los líderes democráticos necesitan una coalición mayor para apoyar la guerra que sus equivalentes no democráticos. Esto significa que para ellos perder una guerra es más costoso -perderían más rápido el apoyo-, lo que los hace menos dispuestos a entrar en una.

Proporción de ciudadanos del mundo viviendo bajo diferentes sistemas políticos (el mundo se ha democratizado).
La última motivación es la del fracaso de la negociación múltiple. Un ejemplo muy simple lo deja claro. Supongamos que hay tres países igualmente fuertes y con los mismos recursos. Si dos de ellos se alían para acabar con el tercero, entonces puede no existir un resultado de la negociación que acabe en paz.
Pero si bien dicen eso de que “la guerra nunca cambia”, lo cierto es que el número y gravedad de los conflictos sí lo ha hecho, y aparentemente el mundo se está volviendo más pacífico. Una de las razones para ello es precisamente el surgimiento de mayores regímenes democráticos que se ven menos atraídos por las guerras. Otras consideraciones que hay que tener en cuenta a la hora de hablar del surgimiento de guerras es su duración -si se espera que una guerra va a durar treinta años, entonces las decisiones de los líderes serán diferentes a si dura tres- y el funcionamiento del propio poder -decisiones sobre cuánto y cuándo armarse, el escalamiento del armamento (ver el gráfico arriba sobre las cabezas nucleares en EEUU y la URSS) o la posibilidad de tomar represalias o entrar en guerra en el futuro-. La evolución del conflicto armado a nivel global es un asunto complejo que depende de muchos factores intrínsecos a cada país.

Muertes globales en conflictos desde 1400. ¿Una tendencia a la baja?
Una cosa queda clara. La guerra es una solución ineficiente, pero bajo algunas circunstancias inevitable. Hasta qué punto podemos modificar esas circunstancias para aumentar la paz en el mundo está por ver, pero es un objetivo que merece la pena perseguir. Todo sea por evitar el mayor de los miedos del que nos hablaba Bob Dylan, el miedo de traer niños a un mundo en guerra.
Portada: ©Horst Faas.