Personajes literarios: Don Cayo y la victoria sin estrategia (V)
“Que nosotros, los listillos de la ciudad, hemos apeado a estos tíos del burro con el pretexto de que era un anacronismo y… y los hemos dejado a pie”.
“El disputado voto del señor Cayo”, Delibes
Si en aquella despiadada batalla Goliat hubiese ganado a David, no habría dado pie a una gesta. Cuando vence el que tenía todas las papeletas, la lucha se convierte en un mero trámite que confirma lo que ya se sabía. Algo parecido sucede cuando un equipo modesto gana un gran título o, en fin, derrota al gigante. Esa grandeza del modesto es la que empapa las páginas de “El disputado voto del señor Cayo”. Delibes tenía la osadía de escribir de forma sencilla, una afrenta que no siempre se gana en literatura y con esa técnica el literato parió a uno de los personajes más sencillos y a la vez fascinantes de los que pueblan sus libros. Don Cayo. Así de fácil. Con todo el empaque implícito en el “don” y con toda la sencillez, que no simpleza, del “Cayo”. En esa novela en la que prima la reflexión dialogada, además de la historia literal, se cuenta otra mucho más literaria y no menos real. En este libro queda reflejado uno de los tópicos más recurrentes de nuestra historia, el de las dos Españas.
Votos, son solo votos, pensaban los que presumían de demócratas
Lali, Rafa y Víctor son tres jóvenes de la Transición que tras la dictadura franquista se implican en política. Son universitarios, urbanitas y tienen una visión grandielocuente de sí mismos. Casi parecen seguir la estela de una misión. En plena campaña deciden ir a ganar votos a pequeños pueblos para poner su granito de arena al “cambio”. Antes de embarcarse en tal aventura preparan una estrategia, como si de una batalla se tratase. El quid de la cuestión radica en su actitud, que revela desprecio y hasta cierta superioridad hacia esos pueblerinos que quieren convencer. Total, piensan, serán unos pobres analfabetos, desconocedores de los más elevados debates que a ellos les quitan el sueño.“Los paletos llevarán media hora en la plaza aguardando a sus ilustres visitantes”, decían. Votos, son solo votos, pensaban los que presumían de demócratas.
Nada más llegar don Cayo les plantea un viejo dilema: la España rural, conservadora de los secretos del campo enfrentada a la nueva España universitaria. El viejo hombre es un magnífico ejemplo del tópico del Beatus ille. Don Cayo vive sin demasiadas comodidades y sin demasiada prisa. El ritmo de su ajetreo lo marcan los animales y el sol, no las agujas de un reloj. Suelta el refrán apropiado en el momento apropiado. Sabe para qué sirven todos los frutos de la tierra sin haberlo leído en ningún libro, aunque las lecciones de una vida de trabajo duro han quedado escritas en su piel gastada y torneada por el sol. No se deja impresionar por la palabrería. Desconfía. Trabaja, sobre todo trabaja. Y quizá sea ese trabajo duro el que le confiere una dignidad inmaculada. El hombre viejo del pueblo menguante accede a escucharlos sin demasiado entusiasmo, el primer varapalo para los que venían dispuestos a sorprender a su público. Al final, los que esperaban ser recibidos como agua de mayo son los sorprendidos por los conocimientos valiosos del señor Cayo:
“−¡Joder! En este pueblo todo sirve para algo.
−Natural− replicó el señor Cayo reanudando la marcha− todo lo que está sirve. Para eso está”.
Esa generación de jóvenes universitarios es, muchas veces, esa generación que desprecia el trabajo que sus antepasados soportaron en la espalda para que ellos pudiesen ir a la universidad
Don Cayo es un hombre que, sin saberlo, nos entrega un valioso consejo: no podemos levantar la cabeza hacia el cielo sin tener bien sujetas las raíces. Al final, esos jóvenes que pretendían construir un nuevo país, querían obviar sus cimientos, su historia, la sabiduría colectiva sedimentada por los años. La generación de jóvenes universitarios muchas veces es esa generación que desprecia el trabajo que sus antepasados soportaron en la espalda para que ellos pudiesen ir a la universidad. Los chicos de ciudad encuentran en la voz pausada de don Cayo un discurso mucho mejor que el que venían a traerle. El viejo les gana la batalla dialéctica sin siquiera proponérselo. Tras hablarle de temas que ni le importan ni le incumben don Cayo les pregunta por qué debería votarlos, qué van a hacer por él. Y los jóvenes que venían a “modernizar” España y a “mejorar” la vida de sus gentes no tenían respuesta a tan simple cuestión. Porque el país que ellos conocen no es ese, es el de la actualidad política y la efervescencia. Y entre tanto circo mediático se olvidaban de la mano que los alimenta para que ellos puedan divagar, de las manos agrietadas de don Cayo. Desconocedores de la España rural de la que provienen, sus propuestas para la gente del campo no van más allá de decir que en la ciudad se vive mejor. Con problemas que desconocen, las soluciones se les escapan.
Don Cayo es un hombre que debería conocer toda una generación para quitarse la pátina de superioridad intelectual que invade su actitud. Para conocer su discurso siempre podemos sumergirnos en las páginas de Delibes en ese libro que al principio reafirma todos los tópicos para después romperlos uno a uno. Pero Don Cayo no es el único, como él hay muchos dentro y fuera de la literatura. Afanémonos en conocerlo y nos conoceremos mejor a nosotros mismos.