Jueves de Resurrection: Calculando algoritmos

El Resurrection Fest cumplía 10 años este verano y las expectativas que se había creado en torno al evento durante los meses pretéritos no fueron, en lo más mínimo, decepcionantes. Nosotros ya os avanzábamos no hace mucho las 7 razones para acudir a tal cita, pero es que nos quedamos cortos, los motivos se contaban por docenas. Más de 54.000 personas atestaron el pequeño pueblo costero de Viveiro durante los tres días del espectáculo y un enorme porcentaje de ellas salieron de allí tremendamente satisfechas con lo visto y oído. El que era, quizás, el elenco de grupos más variado que hemos podido ver en el Resu desde su creación y la presencia de verdaderos pesos pesados como Korn o Motörhead, hacían esperarse algo grande. Y fue algo grande, sí, pero quizás no por lo que todo el mundo esperaba, los actores principales, sino por unos segundos (e incluso terceros) espadas que estuvieron colosales durante los tres días de festival.

Los prolegómenos, por desgracia, no eran demasiado esperanzadores. Meteogalicia anunciaba chaparrones primero para el sábado y luego una lluvia ligera para el domingo por la mañana, a lo sirimiri. Ni una ni otra. Nos asamos a fuego fuerte durante la mayor parte de los conciertos, salvo el viernes, que sí llovió. Será que desde que se jubiló Pemán no tienen a quien copiarle las predicciones y tienen que fiarse de si a la abuela del cuarto le duelen los juanetes. El overbooking en el camping gratuito fue notable pero, a grandes contratiempos, ingeniosas soluciones, como la de unos listos que por poco acamparon en medio de una rotonda. Otro problema más era la negativa, a diferencia del pasado año, a entrar en foso para una gran parte de los medios acreditados, independientemente de que enviasen o no a un fotógrafo, entre los que nos encontrábamos nosotros, supongo que por no cumplir los requisitos necesarios, o por no llegar aún a ser core de nivel 6. Tal vez el año que viene tengamos que realizar un mayor esfuerzo. No obstante, esto fue medianamente subsanable intentando colarse a empujones en la primera fila de cada actuación, cámara en mano y esquivando a los crowd surfers que volaban por encima de nuestras cabezas. De todas formas, ante la preferencia de fotografías propias en lugar de tomadas de otros medios, no habrá la misma cantidad que el año pasado en estas crónicas, debido a la mayor dificultad para obtenerlas por lo explicado.

Pese a que el jueves era el primer día oficial de festival, diversas bandas de, digamos, menor calibre, como Our Last Odissey o Blue Meth State, calentaron a los asistentes más impacientes durante los días anteriores (hubo gente que hasta llegó al camping el domingo anterior, que ya son ganas, machos, con lo limpito y cómodo que se está en casa), pero el miércoles el Pre-Fest se puso serio. Mutand Squad, los compostelanos ya presentes en la anterior edición, eran los encargados de abrir oficialmente el festival, seguidos por Killus (maldito miedo el que daba la cara de desquiciado del obsceno y saltarín bajista) y los ya clásicos Bastards on Parade, dejando a los veteranos neoyorkinos Biohazard como plato fuerte de la noche. A eso se le llama abrir boca y dejar con hambre al público, que se mordía compulsivamente las uñas aguardando la llegada del día siguiente.

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El bajista de Killus, antes de pasarse la mano por el escroto y rebozársela por la cara al cantante/ © H. D. Fabuena

El jueves 16 era el primer día importante. La cosa empezaba fuerte con Jardin De la Croix tras perderme, por problemas logísticos, a Brothers till we die y Adrenalized. Los madrileños despacharon su eficiente y virtuoso post rock instrumental ante un público que aumentaba por momentos, según avanzaba la tarde. Quienes no los conocían quedaron asombrados por su dominio técnico y quienes sí, disfrutaron del espectáculo. 20 segundos tardó en llegar el primer nocaut en el concierto de Nasty, con una brecha en la cabeza. Y es que bien es sabido que los conciertos de esta banda belga de hardcore rozan la batalla campal, dejando heridos allá por donde pasan gracias a sus brutales mosh pits. Vamos, como con Atila. El huno, no el grupo, no os vayáis a pensar.

Aphonnic eran el primer caballo ganador de la tarde, y vaya si cumplieron con lo esperado. Vale que Chechu, su vocalista, suene cada vez más parecido a Enrique Bunbury (¿tendrá algo que ver que su nuevo trabajo tenga Héroes por título?) pero su directo fue atronador, con mucha garra. Los vigueses conectaron con su público desde el primer momento y se entregaron al máximo durante la media hora de su actuación presentando sus temas más recientes. Tanto Landscapes, por su paupérrimo sonido, como Heart of a Coward, me dejaron bastante frío (pese a las ganas que le echaron los segundos, muy notorias para la hora del día que era), pero por suerte llegaba el momento de The Algorithm. El dúo francés, compuesto por Rémi Gallego y Mike Malyan, llegaban para sustituir a Periphery, caídos del cartel a última hora, y, pese a llegar como unos completos desconocidos para muchos, se fueron por la puerta grande. Pese a que a Rémi se le rompió una cuerda de la guitarra mediado el concierto y tuvo problemas técnicos con el ordenador y algunas bases de sonido, no es descabellado aseverar que fueron, de largo, el mejor grupo del primer día y que fácilmente entrarían en un hipotético podio del festival. Su mezcla de post metal con toques progresivos y una gran influencia de la música electrónica no cuajó demasiado entre los más true-coretas de la casa, pero muchos otros terminaron agradeciendo a la organización la contratación de una banda que aportó algo verdaderamente diferente al festival, sorprendiendo incluso con alguna versión de Born of Osiris. Pues menos mal que no vinieron Periphery, al final.

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Rémi Gallego en trance. ¿Captáis el doble sentido? ¿Sí? / © H. D. Fabuena

A día de hoy, el pelo de Max Cavalera (si realmente queda cabello vivo en esa maraña) se parece demasiado al gorro de Jebediah Springfield. En serio. Y no es moco de pavo que esto llamase mucho más la atención durante la actuación de Soulfly que la voz del músico brasileño, muy venida a menos en los últimos tiempos. Tocaron casi más temas de Sepultura que propios, como Refuse/Resist y una Roots Bloody Roots que sí logró animar al personal, que por entonces se estaba contagiando del espíritu economizador de energía de Max, quien toca la guitarra con un movimiento casi imperceptible de dedos. El furor que se desencadenó poco después entre el público del Chaos Stage con las primeras notas de Unanswered hacía pensar que realmente no eran Suicide Silence los que salían al escenario, sino los mismísimos Led Zeppelin. Con John Bonham y todo. Al menos, la banda ha mejorado notablemente y su concierto estuvo a años luz del infame esperpento que habían ofrecido en 2012, con un Mitch Lucker (que en paz descanse) cuya garganta parecía poseída por el espíritu del Pato Donald cada vez que intentaba aumentar el volumen de sus berridos. Por suerte, Eddie Hermida es un frontman como la copa de un pino, y su carisma y buen hacer (amén de potentes canciones como Sacred Words o You only live once) elevaron en varios enteros el resultado final del grupo. Cabe reseñar que un servidor casi se queda sin cámara, y sin cabeza, por los pataleos y puñetazos confusos y desquiciados de un energúmeno que más que crowd surfing debía creer que hacía pressing catch. Sinvergüenzas hay en todos lados. Refused, por su parte, pecaron de un sonido poco potente en ocasiones, pero ofrecieron un show muy completo, haciendo honor a su status de cabezas de cartel (o más o menos, ¿no?). Además, fueron sobradamente los más elegantes de todo el festival. Vergonzoso resultaría comparar las pintas barriobajeras de Jonathan Davis, de Korn, con lo hermosos que iban Dennis Lyxzén y los suyos con sus trajes.

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Max Cavalera y la cola de un mapache. Separados al nacer. / © H. D. Fabuena

Comeback Kid eran los siguientes, tras los cuales me salté a unos aburridísimos Black Label Society (de verdad, no hace falta un solo de 10 minutos cada dos canciones, señor Wylde) para poder cenar unas estupendas quesadillas de verduras salteadas (el puesto mexicano fue el mejor descubrimiento culinario de esta edición) y sufrir un par de malentendidos por unos cambios de última hora en los horarios de los que únicamente se enteraron quienes tenían acceso a Internet durante el día. El quinteto canadiense puso toda la carne en el asador y apostó por un directo lleno de energía, formando varios circle pits entre los diferentes sectores del público. No estuvieron nada, pero que nada mal. Y eso que quien esto suscribe tenía sus prejuicios contra la banda, pues es normal que cuando pasa el quinto o sexto tema de un grupo de core, a no ser que aporte algo especialmente novedoso, a un servidor se le encienda en la mente un letrero luminoso que dice “Genérico” y pase a ser casi incapaz de prestar más atención.

Pasaban ya de las 12 de la noche y el cuerpo, no habituado a estas vicisitudes, comenzaba a acusar el cansancio. Aún hubo tiempo, mientras el sueño se adueñaba de nuestro ser, de recibir de lleno toda la explosiva brutalidad de Cannibal Corpse, quienes confirmaron su reputación (esa Make them suffer sonó realmente a cráneos aplastados), de celebrar con Berri Txarrak su vigésimo aniversario (pronto los tendremos en Bilbao acompañando a Rise Against y, esperemos, cantando por fin a dúo Denak ez du Balio con Tim McIlrath) y, finalmente, de tocar en la corneta la melodía de retirada al campamento mientras Toundra finalizaban un concierto absolutamente maravilloso, místico, amparados en la oscuridad y magnificencia de la negra madrugada. Fue la mejor forma de comenzar un Resurrection Fest que, tras su primera jornada, se antojaba inolvidable.