Odio ver fútbol en los bares

Odio ver fútbol en los bares. Y lo odio porque hacerlo implica compartir un espacio de dimensiones reducidas con una amplia variedad de desconocidos, lo cual implica una probabilidad estadística relativamente alta de que alguno o varios de ellos sean unos completos imbéciles.

A mí me encanta ver fútbol. Me gusta la rivalidad, la competitividad, me gusta esa sensación de sufrimiento en un partido igualado, me gusta el éxtasis desenfrenado cuando mi equipo marca un gol en un partido importante, y lo cierto es que también me gusta ese sabor amargo en los labios en las derrotas. Porque al fin y al cabo, la belleza de este deporte está en ambos extremos.

Lo que no me gusta, imagino que como a la mayoría de las personas, es tener que aguantar a tontos en los bares. Y aunque hay muchos bares, hay muchos más tontos, por lo que es bastante habitual que la división toque a varios tontos por bar.

Quizás por el hecho de que sé lo que se siente cuando mi equipo cae derrotado, nunca me ha gustado mofarme ni reírme de otros cuando pierde el suyo. Es algo bastante lógico y que la mayoría de gente coherente hace. La competitividad, tanto en el deporte como en cualquier otro ámbito de la vida, es buena, pero la aversión absoluta hacia el rival es nociva y, por lo general, carente de argumentos que se sostengan con cierta estabilidad. Decía hace un par de años Tim Minchin, un cantante y cómico australiano, que un consejo que daba a todo el mundo en la sociedad actual era ‘be pro stuff, not just anti stuff’. Es decir, sé pro-cosas y no sólo anti-cosas. Defínete por lo que te gusta y no por lo que no te gusta, una tendencia preocupantemente habitual en los últimos tiempos.

Hay dos tipos de idiotas que te puedes encontrar en un bar durante un partido de fútbol, los monguers y los forofos-que-no-tienen-ni-idea-de-fútbol

Volviendo a lo de antes, el caso es que en los bares se reúne una abundante variedad de fauna, en la cual hay numerosos individuos a los que, tras un exhaustivo estudio de su comportamiento durante los 90 minutos que dura un partido de fútbol, me veo capacitado para denominar como idiotas. Dentro de este conjunto de idiotas, podemos realizar una sencilla taxonomía, dividiéndolos en dos subconjuntos. El primero de ellos es el de los ‘monguers‘. El prototipo estándar de monguer podéis verlo cualquier mediodía en Deportes Cuatro: son esos chavales de edad variable (entre 15 y 30 años, más o menos) que se tiran encima de los coches de los futbolistas cuando salen de entrenar. Suelen tener un peinado extravagante, visten de la forma lo más estrafalaria posible y observando su forma de actuar durante cinco segundos ya queda claro que su coeficiente intelectual no debe de ser excesivamente alto. Algunas de las características principales de este subconjunto de idiotas son que tienen una extraña tendencia a gritar y que serían capaces de clavarse una estaca en el pecho a cambio de un autógrafo de su futbolista favorito.

El otro subconjunto voy a denominarlo, a falta de que se me ocurra otro nombre mejor, ‘forofos-que-no-tienen-ni-idea-de-fútbol’. Son hombres y mujeres en edad adulta de los cuales te esperas un cierto grado de seriedad y de saber estar, pero que de repente te sorprenden emitiendo estupideces vacías y carentes de sentido. A diferencia de los monguers, que son fácilmente identificables por su apariencia física, los forofos-que-no-tienen-ni-idea-de-fútbol se ocultan camaleónicamente entre el resto de adultos y sólo su comportamiento evidencia que son imbéciles. Como su propio nombre indica, sus conocimientos futbolísticos son más bien escasos y no dejan pasar cualquier oportunidad de demostrarlo. Son esos señores que piden tarjeta amarilla en todas las faltas que comete el equipo contrario y que gritan “¡pero si se tiró!” en todas las que realiza el suyo, demostrando un rigor y una objetividad sin precedentes en la Edad Contemporánea. A este tipo de personas les estalla la cabeza si les dices que te expliquen qué es el fuera de juego, pero viven los partidos (los tres encuentros al año que ven, claro, los demás no les interesan) con una intensidad y un desasosiego que ni el mismísimo Cholo Simeone. Gritan mucho, aplauden y dan golpes en las mesas, tratando de verificar por activa y por pasiva que su inteligencia no tiene nada que envidiar a la de los monguers.

Y bueno, creo que ya he despotricado lo suficiente. La conclusión es que no hay mejor sitio para ver el fútbol que sentado en el sofá, porque de lo contrario te expones a encontrarte con todo tipo de individuos que tratarán de despertar tus instintos misántropos. Somos curiosos los seres humanos. Algunos más que otros, claro.