Maquiavelo va a las Municipales
Estamos sumergidos en la resaca electoral más cargada de novedades desde que la democracia es democracia. Estas elecciones han dejado a PP y PSOE, las dos formaciones hegemónicas, en sus mínimos históricos. La segunda lo lleva mejor, pero más por mérito de los que llegan por detrás ofreciendo pactos que por mérito suyo. Detrás de ellos hay otros dos partidos absolutamente contra las cuerdas, Izquierda Unida y UPyD: los predecesores del cambio no han soportado un vendaval del que ellos mismos pusieron en marcha y del que querían formar parte. Otras fuerzas de nuevo cuño han pasado de la nada a la tercera plaza, como es el caso de Ciudadanos. Su error ha sido vender lo que es una victoria en toda regla con el gesto torcido: las expectativas despertadas por las encuestas han hecho que tal logro les sepa a poco. Fuera de este análisis, al menos a nivel municipal, se encuentra la formación que lo ha cambiado todo: Podemos. Su decisión de no presentarse con su nombre en los ayuntamientos responde a una estrategia más maquiavélica que de política “para la ciudadanía”, pero… ¿les ha funcionado? A todas luces sí.
Recordemos que la formación liderada por Pablo Iglesias decidió en su asamblea fundacional el pasado 15 de noviembre que la marca Podemos no estaría presente en las elecciones municipales. Eso sí, dejaba en manos de los círculos locales la decisión de apoyar candidaturas “de unidad popular”, como finalmente ha sucedido en una buena parte de las grandes ciudades. Esta decisión no se tomó por consenso, sino por asalto: una corriente dentro del partido era contraria. Esa misma corriente sigue dando quebraderos de cabeza a la dirección de Podemos a día de hoy, como pudimos comprobar tras la salida de Monedero de la formación.
Los casos de Ada Colau y Manuela Carmena han puesto de manifiesto el poder de las personas… pero la debilidad de la marca
Los argumentos de cada parte eran claros. Unos defendían la presencia a nivel municipal para empezar el cambio desde abajo, otros lo preferían desde arriba: no enfangarse en la gestión para llegar con opciones intactas a las Elecciones Generales de finales de año. Participar en candidaturas de unidad popular es un término medio, ya que no se desgasta explícitamente la marca Podemos y permite actuar a nivel municipal. En vista de que algunas de estas candidaturas (las mal llamadas “marcas blancas”) tenían un techo más alto del esperado, el partido decidió volcarse con ellas, apostando sin reservas. Los dos casos más claros, el de Ahora Madrid con Manuela Carmena al frente y el de Ada Colau con Barcelona en Comú han puesto de manifiesto el poder de las personas… pero la debilidad de la marca.
Estas dos candidaturas funcionaron bien por el carisma de sus cabezas de lista más que por el apoyo explícito de Podemos. El caso de Madrid es paradigmático: mientras que Manuela Carmena recibió 519.000 votos para la alcaldía, José Manuel López, candidato de Podemos a la Comunidad de Madrid, tan solo obtuvo 285.000 votos en la capital. Su competidor directo, Ángel Gabilondo, fue quien se llevó el gato al agua. Parece ser que el tándem Carmena-Gabilondo para ayuntamiento y comunidad, respectivamente, fue el más repetido. Todo apunta a que el voto a las personas ha superado al voto a los partidos. Eso sí, no quitemos méritos a Esperanza Aguirre al encumbrar a Manuela Carmena como su antítesis y convertir a Ahora Madrid en destinatario del “voto útil”. La candidata del PP se empeñó tanto en hacer campaña contra todo el mundo que terminó por hacerla contra sí misma. Podemos ha conseguido sacar rédito de estas victorias: su apoyo ha sido útil, pero no su principal causa. Sin embargo, las victorias se han interpretado como suyas. Y si a alguien le quedaban dudas, los gritos de “sí se puede” durante la valoración de los resultados por parte de Ada Colau despejaban toda duda.

No nos presentamos a las municipales, pero si sale bien la cosa salimos igual en la foto | Fuente: Reuters
Estos resultados tienen además la virtud de funcionar como bomba de humo ante uno de los aspectos más criticados de Podemos: la escasa presencia de mujeres al frente de sus candidaturas. Llevan listas cremallera (50% de mujeres y hombres), pero en unas primarias es prácticamente imposible que se mantenga esa paridad en lo que a cabezas de lista se refiere. Aunque está claro que ni Colau ni Carmena forman parte de Podemos (cosa en la que esta última suele hacer hincapié), su victoria termina repercutiendo positivamente en sus expectativas de voto. Todo esto, claro está, teniendo en cuenta que consigan formar gobierno y no cometan errores graves en la gestión. Habrá que pactar, y los pactos son un arma de doble filo. El potencial aliado en estos ayuntamientos de Podemos es el PSOE, un partido obligado a echar al PP de las instituciones. Si no lo hacen, el varapalo será brutal. ¿Se imaginan un Madrid en el que Antonio Miguel Carmona decida no apoyar a Manuela Carmena? El recelo hacia Podemos por parte del electorado socialista no es nada comparado al odio hacia la figura de Aguirre. Sería difícil recuperar la credibilidad ante un movimiento de tal calibre. Podemos tiene al PSOE contra la espada y la pared, al menos a nivel municipal. A nivel autonómico la cosa cambia, pero ése no es el tema que nos ocupa ahora mismo.
Si algo ha conseguido Podemos además de pescar en caladero socialista es acabar casi por completo con las expectativas de Izquierda Unida. La otrora tercera fuerza ha perdido buena parte de su poder a todos los niveles. Si bien es cierto que sus resultados son engañosos al enmarcarse dentro de candidaturas de unidad popular en algunos ayuntamientos, su decisión de ir por libre en otros ha demostrado ser más que errónea. Tal es el caso de la Comunidad de Madrid, donde la dirección regional prefirió conservar las siglas a conservar los concejales. Dicho y hecho: de seis a cero en una sola legislatura. Esto no hace más que reafirmar la postura de Alberto Garzón, secundada por un dirigente histórico de la formación como Julio Anguita: la izquierda debe unirse para salir adelante. El propio Garzón hablaba de que estos pactos no sólo sumaban, sino que multiplicaban. Vistos los ejemplos de aquellos ayuntamientos donde la convergencia se ha hecho efectiva sin demasiadas disputas, parece complicado poner alguna objeción a esta afirmación. Está por ver si Podemos prefiere preservar su marca o unirse a unas siglas que lleva tiempo asociando a la vieja política de la que pretende huir.

Podemos lo tendrá más complicado para apropiarse de los triunfos municipales de las mareas en Galicia | Fuente: Luis Tejido
Mención aparte merece en Galicia el caso de las mareas varias: su éxito ha sido incuestionable. Es probable que sean estas candidaturas de unidad popular las que se hagan con la alcadía de las tres ciudades de la provincia de A Coruña, algo impensable hace tan solo unos meses. La cuestión es… ¿es una victoria de Podemos o de AGE? Todo indica que los segundos tienen gran parte de culpa, ya que en ninguna otra comunidad autónoma han funcionado tan bien este tipo de candidaturas. El camino que empezó a recorrer AGE en las anteriores autonómicas fue pavimentado por el ascenso de Podemos, que generó un caldo de cultivo propicio para Beiras, Yolanda Díaz y compañía. Su posición se refuerza frente a la llegada de una fuerza de izquierdas de alcance nacional: el panorama en Galicia estará más abierto que nunca, aunque es posible que el BNG continúe perdiendo apoyos en detrimento de estas nuevas fuerzas.
Se puede decir que la jugada de Podemos ha salido razonablemente bien, probablemente muy cerca de lo que sus dirigentes esperaban cuando la plantearon. Buscan la foto junto a sus pseudo-candidatos locales tras la victoria para reforzar su imagen de cara a las Elecciones Generales, su verdadera ambición. Ya han conseguido mejorar, aunque sea sólo estéticamente, en dos de sus principales defectos: la escasa presencia de mujeres al frente de candidaturas (maquillada por Colau y Carmena) y la presupuesta falta de experiencia, algo que la futura alcaldesa de Madrid consigue paliar gracias a una trayectoria profesional amplísima. Su edad y tranquilidad contrastan a la perfección con la juventud y el ímpetu que marcan el camino de Podemos. Sólo les falta un último empujón: que desde la gestión no inspiren miedo, sino confianza. Cumpliendo ese objetivo (nada fácil en medio de la maraña de pactos que están por venir) se abriría la posibilidad de asaltar los cielos… pero por consenso. Maquiavelo estaría encantado de ver cómo sus escenarios de política ficción siguen siendo un ejemplo en pleno siglo XXI.