Unos juegan y otros ganan

El sistema de Estados Unidos es un referente mundial a la hora de hablar de la conciliación entre estudios universitarios y deporte de élite. En él se esconde la que para muchos es la esencia del sueño americano: las becas deportivas permiten a adolescentes sin recursos acceder a la universidad, algo que de otro modo sería impensable por su elevado coste. Sin embargo, tampoco son pocos los que consideran que esto representa la “pesadilla americana”, en la que unos pocos hombres adinerados se enriquecen a expensas de una mayoría que no recibe ningún salario. No olvidemos que la máxima competición del deporte universitario, la NCAA, es un negocio a la altura de otras ligas profesionales: según Kantar Media, durante el último March Madness —el equivalente a los playoffs en la NCAA— se generaron más ingresos que entre los playoffs de la NBA y las Grandes Ligas de Béisbol… juntos. Mientras, los jóvenes deportistas no reciben más remuneración que sus becas. Bill Maher, presentador de un late night de HBO, comparó en su momento esta situación con la esclavitud a la que se veían sometidos los negros en Estados Unidos: “El March Madness es un emotivo recordatorio de los cimientos sobre los que se fundó América: hacer toneladas de dinero a costa de negros trabajando sin paga”.

 

Cada año por estas fechas se reaviva el debate, pero… ¿realmente tiene una base? Todo apunta a que sí. Para que nos hagamos una idea, la NCAA firmó en 2010 un contrato con la CBS que le garantizaba lo derechos exclusivos de emisión por catorce años a cambio de 10.8 billones de dólares. La NBA, una de las ligas más rentables del mundo, hizo lo propio con ESPN por 24 billones en nueve años. ¿La diferencia? En la NBA se paga a los jugadores salarios millonarios, mientras que en la NCAA únicamente reciben la escolaridad. Según College Board, una ONG que audita las universidades estadounidenses, el coste de media que paga cada estudiante al año oscila entre los 18.943 dólares de las universidades públicas y los 42.419 de las privadas. Pagar estas cantidades a una plantilla de unos diez jugadores palidece en comparación a los ingresos que recibe un solo equipo: una universidad medianamente grande situada en una conferencia pequeña como Gonzaga obtiene al año 34 millones de dólares. Otras como la prestigiosísima Duke son máquinas de hacer dinero llegando a ganar 65 millones de dólares por temporada. En esta universidad de North Carolina nos encontramos con otro fenómeno bastante común en la NCAA: los salarios estelares de los entrenadores.

Algunos entrenadores cobran salarios al nivel de la NBA por entrenar a jugadores que no cobran nada | Fuente: Streeter Lecka, Getty Images

Algunos entrenadores cobran salarios equiparables a los de la NBA… por entrenar a jugadores que no cobran nada | Fuente: Streeter Lecka, Getty Images

Hay tres entrenadores en la NCAA que cobran más de seis millones de dólares al año: John Calipari en Kentucky, Rick Pitino en Louisville y Mike Krzyzewski en Duke, que además también dedica sus veranos al Team USA de baloncesto. ¿Esto es mucho o poco? Muchísimo, sin duda. Volviendo a la comparativa, en la NBA tan solo hay tres entrenadores que cobren más de seis millones: el laureadísimo Gregg Popovich cobra esta cantidad, mientras que Stan Van Gundy y Glen “Doc” Rivers rompen los esquemas con siete y diez millones, respectivamente. Es evidente que si un equipo puede hacer tales dispendios para pagar a su entrenador podría también pagar a sus jugadores: no es un problema de cantidad, sino de voluntad.

Todos los que rodean o forman parte de la NCAA obtienen beneficios… menos sus protagonistas

No olvidemos que, al fin y al cabo, este deporte gira en torno a sus jugadores. A pesar de ser jóvenes, la mayor parte visten ropa patrocinada de pies a cabeza. El humorista John Oliver bromeaba con que hasta la escalera en la que suben a cortar la red tras una victoria está esponsorizada. Eso sí, todo el dinero de los patrocinadores se lo quedan las universidades. Si por un casual algún pobre insensato cobrase de alguna marca sería automáticamente expulsado del equipo. Los entrenadores, el cuerpo técnico, los directivos, las propias universidades e incluso las ciudades en las que se celebran los partidos se lucran gracias a la NCAA. En resumen, todos los que forman parte de esta liga obtienen beneficios… menos sus protagonistas. Esto hace que cada vez sean más los jugadores que se decantan por pasar un año jugando fuera de Estados Unidos antes de dar el salto a la NBA. Tal es el caso de Emmanuel Mudiay, uno de los jugadores más prometedores del próximo Draft, que declinó todas las ofertas de universidades para irse a China, donde cobra 1.2 millones de dólares en los Guangdong Southern Tigers.

Emmanuel Mudiay prefirió  pasar un año jugando en China que pasar por la NCAA | Fuente: USA Today

Emmanuel Mudiay prefirió pasar un año jugando en China que pasar por la NCAA | Fuente: USA Today

La mayoría de medios especializados —e incluso otros tan reputados como el New York Times— exigen que se ponga fin a esta situación, pero todo indica que esto no va a ser así. Son pocas las ocasiones en las que la NCAA envía a algún representante a debatir sobre este asunto. Sus argumentos son pobres, desde el “ya pagamos las becas” al “ya cobrarán cuando sean profesionales”, pasando por el clásico “es que siempre ha sido así”. Uno de los mayores factores a la hora de rechazar un cambio de estas características es el miedo a reconocer un error. Si la NCAA permitiese cobrar a los jugadores estaría dando por hecho que su política lleva años equivocada. Quizá cuando se fundó la competición el sistema actual fuese el correcto. Sin embargo, cuando se descubrió su potencial como negocio la liga decidió que era mejor mantener este modelo. Anoche disfrutamos con Kaminsky, Okafor y compañía disputando la final de la NCAA. Pero no nos engañemos: los dos perdieron. Ellos juegan, pero son otros los que ganan.

Tom Izzo dando órdenes a Denzel Valentine en la Final Four. O lo que es lo mismo, un asalariado ($4 millones) dando órdenes a un atleta sin sueldo | Fuente: Maddie Meyer, Getty Images

Tom Izzo dando órdenes a Denzel Valentine en la Final Four. O lo que es lo mismo, un asalariado ($4 millones al año) dando órdenes a un atleta sin sueldo | Fuente: Maddie Meyer, Getty Images