No es otra estúpida película de vampiros

“Western iraní de vampiros.”

Con este high concept que como mínimo llama la atención describe su directora Ana Lily Amirpour su primer largometraje A girl walks home alone at night, basada en un cortometraje previo y ya proyectada en festivales como Sundance o New Directors/New Films en el MOMA de Nueva York.

Con Sheila Vand en el papel de la chica, Arash Marandi en el papel de Arash y el sur de California en el papel de la ciudad iraní de Bad City, Amirpour construye su historia. Él tiene que lidiar con las deudas de su padre. Ella apatrulla la ciudad en monopatín.  Ambos viven sus historias en paralelo, hasta que se cruzan en una ciudad que parece no tener salida, que parece arrastrar a todo el que vive en ella, condenándolo a quedarse. Que su nombre recuerde a Sin City no parece ser casualidad: la estética del film recuerda tanto a los cómics de Frank Miller como a la película de Robert Rodríguez, así como algunos puntos de la narración.

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En A girl walks home alone at night se combinan varios géneros y tramas, reinterpretados de forma particular. Entre los dos protagonistas se desarrolla una peculiar, tierna, trama romántica. Tomando distancia, él viene de una película de Sergio Leone y ella de alguna cinta expresionista alemana. La ambientación, la atmósfera, puede recordar al cine noir. Pero los roles tradicionales en estas cintas no se cumplen aquí: el héroe del western viene a ser rescatado por en este caso una vampiresa que no es la femme fatale a la que el género acostumbra. Las resoluciones y roles que se esperan en los géneros a los que esta cinta homenajea no son por los que esta película opta.

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A la narración le quedan algunos flecos. A pesar de que la lentitud del ritmo logra ensalzar el excelente trabajo visual y la intensidad de la fotografía, y que el escaso diálogo sea el justo y necesario, por momentos se queda a medio gas.

Pero lo cautivador de la cinta de Amirpour es la fotografía y banda sonora (esta última recuerda a Tarantino). Con una estética que recuerda a novela gráfica (la propia directora es autora de una en la que se basó para la cinta), a expresionismo, a cine noir. Rodada en blanco y negro, jugando constantemente con luz y sombra. Una fotografía que disfruta de cada plano. Los actores también se paran en cada gesto y cada paso, por eso ese ritmo tan pausado. Una de las escenas recuerda a la de la habitación en Al final de la escapada de Jean-Luc Godard, pero mucho más corta y mucho más intensa. Aunque la historia no llegue a atrapar al espectador, la película lo hace porque visualmente tiene esa capacidad.

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A través del ritmo, la escasez de diálogo y sobre todo la intensidad de la fotografía y banda sonora, esta prometedora directora logra generar una atmósfera de soledad e inquietud, pero también de ternura. El cóctel de géneros de Amirpour crea la impresión de estar viendo por primera vez lo que ya se ha visto antes.