El feminismo y los haters
Una pequeña reflexión sobre la situación actual del movimiento
Hace unos meses me encontraba yo de oyente en un debate sobre la igualdad en los medios de comunicación. Todo transcurría sin percances: las mujeres que presidían la mesa aportaban sus datos por turnos y el público escuchaba. Se hablaba de que las juntas directivas de las empresas estaban formadas por hombres cuando el porcentaje de graduadas en periodismo supera con creces al de graduados. Se hablaba de la publicidad que cosifica a la mujer. Se hablaba del uso discriminatorio de la lengua. Se hablaba, en fin, de todos esos temas que vivimos día a día pero de los que nadie habla. Nada raro, ¿no?
Pues parece que no. En medio del discurso de una de ellas, uno de mis compañeros levantó la mano haciendo uso de su libertad de expresión. Con un tono algo indignado, dijo:
-Disculpen, pero llevo un rato aguantándome y ya no puedo más. No pueden hablarnos de igualdad si no hay ninguna opinión contrastada ni diferentes posturas. Aquí no hay ningún debate.
Silencio en la sala.
¿Está el feminismo obsoleto?
Obviamente el chico sólo expresaba una opinión pero, ¿por qué le pareció tan mal aquello? Según la comunicadora Llerena Perozo, cuando un movimiento empieza a ser conocido y alcanza el reconocimiento mundial, se expone a ciertas críticas. “No creo que estemos ante una degradación del feminismo, sino ante una popularización que se debe, en parte, a las redes sociales”, me explica cuando le pregunto si el feminismo está desprestigiado. Cuando le cuento la situación que viví en la conferencia, se ríe y me propone que sustituya a las mujeres de la mesa por negros. ¿Se imagina el lector que alguien en su sano juicio hubiera interrumpido la charla para demandar la presencia de un blanco en la mesa? Apocalypsis Now.
En una entrevista que, actualmente, se expone en una de las salas de Matadero en Madrid sobre las Guerrilla Girls (un colectivo artístico feminista que surgió de los años 80 en Nueva York), le preguntaron a una de sus miembros por el tema y ella respondió con una anécdota.

Contó que, durante una manifestación frente al MOMA, pidieron a la gente que se había congregado allí que levantasen la mano si se consideraban feministas. La mayoría lo hizo, pero algunos no. “En ese momento dije: ‘¡Venga, chicos! Estamos ante uno de los movimientos por los derechos humanos más grandes de la historia. ¡Claro que sois feministas, todos lo somos!’ Pero parece que aún hay gente a la que le aterra dejar hablar a las mujeres”, confesó tras su careta de gorila, el disfraz distintivo de las Guerrilla Girls.
¿Debería el feminismo llamarse feminismo?
Quizás sea el término el que nos asusta. Muchos argumentan que feminismo significa “movimiento de las mujeres” y por ello excluye, explícitamente, a los hombres. En cuanto a esto, Álvaro M. Sánchez publicó un artículo sobre una disputa que tuvo con una amiga por estas razones que se titula Soy machista. En él habla sobre cómo se negaba a aceptar que el feminismo tuviera que llamarse así cuando no lo representaba. Alegaba que debería llamarse igualitarismo o humanismo frente a la idea de su amiga de que eso no era así. Para reafirmar su postura y poder dejarla en evidencia, comenzó a buscar por internet. Y se dio cuenta de que estaba equivocado.
Además, en él hace alusión a otro texto escrito por María S. Martín, Por qué el feminismo sí debe llamarse feminismo: “Ser ‘firmemente feminista’ y ‘sentirse incómodo con el nombre’ es una contradicción absoluta”, argumenta la autora, “¿’Etimológicamente’ es incorrecto que la cómoda se llame cómoda cuando lo cómodo es la cama? El feminismo no ‘lucha’ contra nada (eso es una visión absolutamente patriarcal) el feminismo trabaja por una sociedad en la que nacer mujer no suponga una menor capacidad legal ni real de disfrutar de la ciudadanía y de la vida. Los hombres son parte activa en la solución y, a la vez, la parte privilegiada del sistema y parte muy activa del problema. Por eso, del mismo modo que un juez se inhibe cuando es juez y parte muchos hombres deberían saber tomar parte en ese trabajo por un mundo mejor sin tener que ser, como siempre, quienes definen cuándo, cómo y por qué”.
En resumen, estamos hablando de una guerra terminológica que no lleva a ninguna parte. Se llama feminismo porque son las mujeres las que parten de una situación de desigualdad frente a los hombres, no al contrario.
En la lucha por los derechos civiles de los negros no fue un hombre blanco el que pronunció el discurso de Martin Luther King. Ningún blanco plantó ante el mundo el lema ‘Tengo un sueño’. No será un hombre el que decida cómo debe llamarse nuestra lucha para que “nos hagan el favor de ser feministas”.
¿Deberían, entonces, ser los hombres también líderes del feminismo?
Esto es un tema muy complicado. Obviamente, estamos hablando de igualdad y, reiterando las palabras de María S., “los hombres son parte activa en la solución y, a la vez, la parte privilegiada del sistema y parte muy activa del problema”. Según Patricia Arias, redactora de la revista femenina Andaina, muchas de las colaboradoras apenas publican aunque se les encargue algo, lo cual confirma cual necesario es la concienciación de la mujer de que tiene que alzar su propia voz. Hablar por sí misma y no dejar que lo haga un hombre. Y no estoy diciendo que debamos excluírlos ni mucho menos. En cuanto a esto, Brais González Pérez defendía en Praza Pública una postura que resume muy bien el tema: “A nosa función [la masculina] é ben outra e cómpre a coraxe de sostela: asumir dende a radicalidade un programa de renuncia aos nosos privilexios patriarcais, no que teremos voz, mais sempre pautada e subordinada ás demandas das nosas compañeiras feministas e á súa axenda”. Que los hombres renuncien a sus privilegios, esos privilegios que tienen desde que nacieron por poseer un pene, es a lo sumo difícil. Y no ha calado en la conciencia general. Y esto no es algo que sólo respalden las feministas. En un artículo del blog Stop Machismo, Luis M. Sáenz reiteraba que “somos responsables, ya que tenemos privilegios. A muchos de tales privilegios podemos y debemos renunciar”, y es que “un hombre tiene hoy privilegios, incluso aunque no los quiera. Por ejemplo, caminamos más seguros por las calles solitarias y sufrimos menos acosos en todos los ámbitos. Esas “ventajas” nos responsabilizan, nos obligan a comprometernos”. Porque podemos pensar que lo normal es no sentirse ansioso por el miedo de ser violado cuando vas solo por la noche cuando, lo cierto, es que esa es una realidad que vive el 50% de la población. No sentirse ansioso por las noches en una calle desierta por el miedo a ser violado es un privilegio.
¿Deberían los hombres tener voz dentro del feminismo? Por supuesto. ¿Deberían ser la voz cantante y sonante del movimiento? No: las mujeres necesitan, por una vez, oírse a sí mismas.
Así que, volviendo a la pregunta inicial (¿está el feminismo obsoleto?), quiero resaltar un argumento que le he oído decir a mucha gente que se encuentra en mis círculos personales:
Hemos avanzado mucho y ya apenas existe desigualdad
Según el INE, las mujeres en situación de pobreza sufren el doble de discriminación que los hombres solo por su sexo; en países como el África Subsahariano hay 64 niñas escolarizadas por cada 100 niños; 1 de cada 3 mujeres sufre violencia física, la mayoría por parte de su pareja; las mujeres ganan entre un 10% y un 30% menos que los hombres; solo el 22% de los parlamentarios son mujeres; la representación de las mujeres en los medios de comunicación aumentó un 24% en 2010, pero el 46% de las historias que se cuentan refuerzan estereotipos de género… El Índice Europeo de Igualdad de Género, que puntúa a todos los países de la UE en una escala sobre 100 según diferentes ámbitos (trabajo, poder, tiempo y salud), aprueba a España con un raspado 54.

La última encuesta de Observatorio de Igualdad de Andalucía sobre la percepción de los adolescentes de la violencia de género muestra que “son ellas (63%) las que casi con veinte puntos de diferencia con respecto a los hombres (43%) piensan que las desigualdades de género son muy grandes o bastantes grandes, mientras que más de la mitad de los hombres (54%) estiman que apenas existen desigualdades”. Es decir: incluso nuestros jóvenes creen que la desigualdad no es una realidad actual.
Recientemente en Vigo, un hombre le clavó un cuchillo en la garganta a su expareja y la dejó en el hospital apenas consciente. En 2013 en la misma ciudad, la policía detuvo a un hombre mientras daba patadas a su mujer alegando que “es mía y hago lo que quiero”. Un australiano en busca de trabajo llamado Kim O’Grady no recibió ninguna llamada de ninguna empresa a pesar de estar bien cualificado hasta que borró la palabra “Kim” de su CV (un nombre no muy típico para un chico) y la sustituyó por un “Sr. O’Grady”. Entonces le llovieron las ofertas. Por no hablar del caso de J. K. Rowling, la escritora de Harry Potter por todos conocida y a la que ninguna editorial hizo caso hasta que prescindió de su nombre y puso sus iniciales.
Es innegable que hemos avanzado mucho pero, ¿de verdad la sensación general es que ya está? ¿Apaga y vámonos, Manolo? Y vuelvo a hacer el ejercicio de imaginación que me propuso Llerena Perozo: ¿alguien piensa que el racismo ha sido erradicado de la faz de la tierra?
No sé si se puede hablar de un desprestigio del feminismo o de una confusión con el término “hembrismo” (el cual sí que busca la supremacía femenina y se excluye a los hombres). No sé si se puede hablar de una moda de tildarnos a todas de exageradas (“es que eres un poco feminazi con esas cosas que dices”). No sé si, como defiende Llerena, el feminismo ha llegado a todas partes y de repente le salen haters. No sé si es la ignorancia sobre un tema que aún requiere muchas definiciones y que incluso carece de palabras para designar ciertos asuntos (recientemente se está hablando del término ‘femicidio’, antes inexistente, por ejemplo). No lo sé.
Lo que sí sé es que el feminismo es un gran movimiento que lucha para conseguir una de las cosas más básicas de este mundo que, sin embargo, a veces se nos escapa:
Todos los hombres y mujeres nacen y permanecen libres e iguales en sus derechos.