No son gigantes, mi señor
Cuando los principales miembros de la cúpula directiva de Podemos llegaron a la Puerta del Sol el famoso reloj de la sede del gobierno madrileño marcaba las 13:30. Tic, tac, tic, tac. La estampa recordaba a esos días post-15M en los que Sol se convirtió en espejo de la indignación ciudadana. La gente llegaba desde Cibeles, en donde la marcha había comenzado hora y media antes y entraba en el kilómetro cero de Madrid como bien podían. Había familias con niños pequeños que, para protegerse del frío, llevaban gorritos y bufandas de lana con el logo de Podemos; jóvenes y ancianos indignados cargaban con pancartas pidiendo una renta básica universal (un poco tarde), la nacionalización de la banca, o la reducción de la edad de jubilación. Mientras Sol se llenaba, en uno de los laterales de la plaza terminaba de montarse un palco del que colgaba una gran pantalla de tela morada con el círculo de Podemos. En el centro, un pequeño atril y un micrófono amueblaban el resto del escenario.
Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón y Carolina Bescansa entraron en la plaza como si de un grupo de música indie se tratase; rodeados de guardaespaldas y entre gritos de “sí se puede” los miembros de Podemos intentaron hacer hueco entre las miles de personas (100.000 según la Policía y 300.000 según los organizadores) que abarrotaban no sólo la céntrica plaza madrileña, si no también las calles aledañas y buena parte del recorrido. Ciudadanos llegados desde distintos puntos de España confluían en la denominada «Marcha del cambio» en una clara demostración de que es ahora Podemos quien regula y organiza las grandes manifestaciones de la capital, y es que hacía meses que no se veía una protesta tan numerosa formada por distintos colectivos sociales que hasta ahora habían actuado de forma más individualizada.
Sin embargo, pareciera que los miles de ciudadanos que allí se encontraban hubieran asistido a un festival de poesía nihilista. Las metáforas que formulaban los distintos oradores describían a Podemos, entre otras cosas, como ‘la piedra en el estanque’, ‘el verso que repica’, ‘el vapor de nuestro descontento’, ‘el anhelo de mar que prometimos’ o ‘la dignidad que rechaza el asiento en el fortín de la ignominia’. En mayor o menor medida todos participaban del recital. Monedero, puño en alto y con un tono de voz quizás no apto para recitar poesía, empezó recordando a León Felipe, “un poeta de los nuestros”: ‘La luz va volviendo. No duermas, hermano, que la noche se muere y el día está llegado’. Estaba emocionado Monedero, que no hizo ningún comentario respecto a su problema empresarial de lazos latinoamericanos. Carolina Bescansa decidió recoger el testigo de Monedero y, en gallego, comenzó su discurso recuperando unos versos de Rosalía de Castro: “¡Canta xente…, canta xente / por campiñas e por veigas!”. Apenas hubo referencias a un programa electoral, no era el momento. Eso sí, si fracasan como proyecto político, algo que parece poco probable hoy día, seguro que hay algún editor interesado en publicar alguno de sus versos.
Le tocó ser a Errejón la voz de la concordia, pues fue al único que se le escuchó alguna palabra para intentar llegar a aquellos votantes que aún no han sido atraídos por el movimiento Podemos: “Venimos también a tender la mano. Falta mucha gente, hayáis votado lo que hayáis votado. Si os indignáis con lo que pasa en nuestro país, sois nuestra gente”.
Pero el plato fuerte del día era Pablo Iglesias, para él fueron los vítores y las aclamaciones más animadas. Para él fueron los gritos de “presidente, presidente”. Iglesias salió sonriente y con el discurso bien aprendido en el que no faltaron alusiones literarias para afianzar el pilar fundamental en el que se sustenta toda la estructura de Podemos, la ilusión: “Soñamos, pero nos tomamos muy en serio nuestros sueños. Amamos a nuestro país que hunde sus raíces en una historia de lucha por la dignidad. Malditos los que quieren convertir nuestra cultura en mercancía. Hacen falta Quijotes”.
El de Iglesias fue, sin duda, el discurso que más reforzó la sensación de estar acudiendo a un mitin de apertura de campaña electoral, con referencias al proyecto que supone Podemos y alusiones al cambio que se ha producido en Grecia y al que está por llegar a España, “este año comienza el cambio y vamos a ganar las elecciones al Partido Popular”. Se cuidó mucho Iglesias de comparar a Syriza con Podemos o a Grecia con España más allá de esa alusión al cambio. Apenas hubo menciones directas al PP, y destacó la ausencia total de un PSOE que desde su convención en Valencia acusaba al PP de poner “mucha coleta en televisión” (?).
Muy medida la oratoria de Iglesias, que no se quiso meter en charcos ni siquiera cuando habló de patriotismo: “Nuestra patria no es una marca. Han querido humillar a nuestro país con esa estafa que llaman austeridad. (…) Hoy decimos patria con orgullo, que no es un pin en la solapa ni una pulsera”, exhortó Iglesias mientras ondeaban por toda la plaza banderas republicanas, comunistas, de Syriza y de Podemos, de Galicia, País Vasco, Asturias o Cataluña. De Grecia, ¡Grecia! Y casi ninguna de España. ¡Ay, los símbolos!
Se fueron contentos los miembros de Podemos después de esta demostración de fuerza. Pero para las elecciones aún quedan muchos meses y de ilusiones no se vive eternamente. La calle está muy bien pero no es reflejo de la realidad, y por ahora parece que habrá que esperar hasta las elecciones generales para saber qué pasa con este partido. Podemos tiene oportunidad de ser un elemento relevante en la historia política de España, pero tendremos que esperar para ver si los Quijotes pueden escapar de los molinos.