La vida en la extrema pobreza
Pak Solhin, de Indonesia, puede permitirse comprar cada día lo que podríamos adquirir en España con un euro. Ahora imagine que usted está en su situación. ¿Cómo lo administraría? ¿Qué necesidades cubriría? Probablemente sus decisiones serían muy meditadas y racionales, usando al máximo la información de la que dispone y tratando de exprimir hasta el final cada céntimo. Resulta muy difícil imaginar el estrés que puede suponer el saber que uno puede caer enfermo cualquier día y que apenas si puede ahorrar para permitírselo, además de que le haría perder días de trabajo que necesita para sobrevivir. Pues bien, este es el mundo que cada día afrontan aproximadamente 1000 millones de personas en todo el mundo. Una de cada siete que viven actualmente en el planeta. Y si bien es cierto que su número se ha reducido en las últimas décadas y que ha habido grandes progresos que suponen una gran esperanza para el mundo, su número sigue siendo enorme. ¿Pero cómo viven estos mil millones de personas? ¿Cómo se las apañan para sobrevivir y tomar decisiones? ¿Son los tópicos que tenemos sobre su modo de vida ciertos? ¿Cómo podemos ayudarles a salir de esa situación? Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo –ambos profesores de economía en el MIT- exploran estas preguntas en su libro Poor Economics: A Radical Rethinking of the Way to Fight Global Poverty.
Vivir en la extrema pobreza conlleva un acceso a la información muy limitado –periódicos, televisión, radio… todos resultan relativamente caro–, por lo que el primer hecho que hay que afrontar es que los extremadamente pobres no saben muchas cosas que nosotros damos por hechas: no saben cuál es la efectividad de las vacunas, carecen de información política a la hora de votar y desconocen las oportunidades que supone la educación. No sólo eso, sino que supone analfabetismo, no poder tener un seguro médico adecuado, un plan de pensiones o no poder tener una cuenta bancaria debido a que los costes de gestión son demasiado elevados. Y lo que es peor, supone que una niña brillante de África apenas si tendrá unos pocos años de educación o la financiación para llevar a cabo su idea. Es decir, supone falta de esperanza. No hay luz al final del túnel.

Extrema pobreza en el Mundo y continentes desde 1981 hasta 2010. Fuente: Politikon
Cada año, unos nueve millones de niños mueren antes de cumplir los cinco años. Una de cada treinta mujeres en África subsahariana muere al dar a luz, comparado con una de cada 5600 del mundo desarrollado. ¿Cómo podemos eliminar la pobreza extrema del mundo? Esa es la gran pregunta para la que todos quieren escuchar una gran respuesta. Parte de los académicos y expertos dicen que es debido a que existe una trampa de la pobreza –un círculo vicioso por el cual la pobreza engendra más pobreza y del que es imposible escapar sin ayuda externa–, y que por ello la ayuda exterior es necesaria. Pero otra parte los hay quienes dicen que esta ayuda no hace más que paliar el problema, que la mayoría acaba en las manos equivocadas y que la solución debe venir de los propios países –la población demandará mejores instituciones, más inclusivas y el crecimiento económico se extenderá a los sectores más desfavorecidos–. ¿Cuál de estas dos visiones es la correcta? Tras un largo estudio de muchos experimentos de campo y reflexiones, Banerjee y Duflo concluyen en su libro que ante la gran pregunta de cómo solucionar la pobreza extrema sólo existen muchas pequeñas respuestas que pueden mejorar sus vidas sustancialmente y darles el empujón que necesitan para salir de esa situación.
Lo primero que a alguien se le viene a la mente a la hora de hablar de pobreza extrema es gente muriendo de hambre. Pero lo cierto es que esa imagen es falsa. Los pobres dedican en media entre el 35% y 70% de sus ingresos (de 35 a 70 céntimos de su euro diario) a la alimentación. Las crisis alimentarias surgen por shocks y crisis, riesgos extremos ante las cuales los pobres no pueden cubrirse –como mostraré un poco más adelante– pero que no representan el verdadero día a día de este colectivo. Y si se les da un poco más de dinero no lo dedicarán a comprar más calorías, sino a sustituir sus alimentos por otros de mayor calidad. El resto del dinero es gastado en formas de ocio, festivales, alcohol o tabaco. Y es que los extremadamente pobres, conscientes de que el futuro que les espera es poco esperanzador, deciden vivir lo mejor que pueden con lo que tienen. Lo cual es totalmente racional, si uno se pone bajo esa perspectiva. ¿Pero qué es lo que sabemos que podemos hacer para mejorar sus vidas?

Rendimientos de la educación percibidos por los padres y reales. Fuente: Poor Economics
Primero, como ya he dicho, cabe mencionar que los pobres actúan racionalmente y hacen lo que pueden con la información que poseen, pero el problema es que esta información es muy escasa y a menudo falsa. Desconocen la facilidad de infección del HIV, de la efectividad de la educación, de cuánto fertilizante necesitan y de su rendimiento, de las bondades de la inmunización. Y pequeños cambios pueden ser muy valiosos. Un niño en Kenya inmunizado contra los gusanos intestinales por algo más de un euro por año durante dos años lleva a que de adulto gane un 20% más cada año, es decir, unos tres mil euros a lo largo de su vida. Tres mil euros a cambio de unos dos euros y medio no es precisamente una mala inversión, y pese a ello muchas familias se niegan a inmunizar a sus hijos fruto de la falta de información e incentivos incorrectos. Por ejemplo, se ha descubierto que el efecto es muy diferente si se ofrece una red contra los mosquitos que transmiten la malaria si se proporciona gratis a si se hace pagar una cantidad simbólica –la gratuidad hace que aumente su uso y la probabilidad de adquirir más en el futuro–, por lo que es necesario enfocar las políticas de forma correcta y teniendo en cuenta las consecuencias de cada condición.
Segundo, los pobres deben tomar decisiones de mucho peso que en el caso de los países desarrollados ya han tomado por nosotros y que nos otorgan más tiempo para pensar en otras cuestiones. No suelen tener agua corriente, lo que los excluye de disponer agua clorada y limpia. Tampoco disponen de alimentos enriquecidos con vitaminas, no pueden ahorrar para su vejez de forma sistemática –cosa que en los países desarrollados hacemos a través de los planes de pensiones, por ejemplo– ya que están muy sujetos a las condiciones del presente, fruto de la inconsistencia temporal (de hecho, hay casos en los cuales los pobres se endeudan para así poder obligarse a sí mismos a ahorrar de forma constante y obligada). Por ello una política muy sencilla y efectiva es hacerles la vida más fácil a través de sal enriquecida con hierro y yodo, cuentas de ahorro específicamente destinadas para ellos con planes específicos o disponiendo el cloro de forma directa al lado de las fuentes de agua, que puede llegar a reducir un 50% la probabilidad de que un niño sufra diarrea, ayudando así a su desarrollo nutricional.

Las dos teorías sobre la pobreza: a la izquierda, trampa de la pobreza y necesidad de ayuda externa. A la derecha, no existe. Fuente: Poor Economics
Tercero, los pobres no sólo tienen menos acceso a mercados que los “ricos” sí tenemos, sino que además lo hacen en condiciones desfavorables. Afrontan tipos de interés mucho más altos por endeudarse, y los que obtienen al ahorrar pueden llegar a ser incluso negativos fruto de las comisiones bancarias de gestión. También carecen de seguros médicos con coberturas apropiadas y no sólo eso, sino que los riesgos que tienen son mucho más elevados que los nuestros –sus contratos de trabajo suelen ser diarios o semanales, muy pocas veces mensuales, lo que los hace muy precarios y llenos de incertidumbre, y son más susceptibles a shocks climáticos o a caer enfermos–, y no pueden asegurarse contra ellos. Los microcréditos pueden ser parte de la solución al problema, aunque han demostrado no ser una panacea, ya que la desconfianza ante los banqueros genera poca demanda –y eso pese a que, sorprendentemente, los pobres no suelen incumplir sus deudas, sino que únicamente retrasan sus pagos–. Otras soluciones estriban en compensar a los pobres por lo que es bueno para ellos pero lo desconocen, como es el caso del programa Bolsa Familia de Brasil o el de Oportunidades de México, que proporcionan transferencias monetarias condicionales a mantener a los niños en el sistema educativo y a la vacunación.
Cuarto, los países pobres son tan extremadamente pobres no porque hayan sido pobres o han tenido una historia trágica, sino porque los programas implementados se planifican mal o acaban en las manos equivocadas. Es por ello que entre un tercio y la mitad del arroz y trigo que se envía como ayuda alimentaria se pierde, o sólo un 13% de los fondos del gobierno destinados al uso discrecional de las escuelas llega a estas –si bien el simple hecho de hacer pública esta información lleva a una reducción drástica de la corrupción–. Pero en esto también hay muchas pequeñas acciones con grandes impactos: invitar a los ciudadanos a las reuniones de cada pueblo, supervisión de los políticos y trabajadores del gobierno haciendo públicos los resultados, información clara de los servicios públicos que el gobierno pone a servicio de la población y de lo que deberían esperar de ellos (horarios de atención, servicios…) y la planificación correcta y realista de los programas de ayuda, teniendo en cuenta cualquier tipo de consecuencia inintencionada.

Distribución de la población pobre según renta entre varios países. Fuente: The Economist
Quinto y último aspecto, las expectativas son clave. Si un pobre cree que jamás podrá salir de la pobreza, que la educación no renta o que pertenecer a una casta más baja lo hace menos inteligente, tomará decisiones equivocadas. Asimismo, si los profesores asumen que los niños pobres tienen menos talento y no merecen la pena, si los médicos/enfermeros dejan de acudir a trabajar porque nadie espera que estén allí cuando lo necesitan o si los políticos no tienen incentivos porque nadie espera que vayan a hacer algo útil, las creencias se transforman en profecías autocumplidas. Por eso políticas como otorgar puestos políticos a las mujeres pueden mejorar su empoderamiento al reducir prejuicios y alterar las expectativas, o dar los incentivos correctos a los profesores para que eduquen de forma adecuada son muy importantes, ya que modifican las expectativas de los pobres y por tanto sus decisiones de cara al futuro.
Hemos aprendido que muchos de los tópicos que hay sobre los pobres son falsos, y que en realidad actúan racionalmente teniendo en cuenta la escasa información y medios que poseen. Pero volviendo a la pregunta del principio: ¿Cómo podemos eliminar la pobreza extrema del mundo? Ahora podemos decir que no existe una gran respuesta, sino que la clave probablemente estribe en pequeñas reformas y programas bien planteados, con un gran rendimiento y efectividad a largo plazo y con bajos costes, que otorguen poder a los pobres y desbloqueen el estancamiento institucional bajo el que están sometidos.