El vestido de letras de Sevilla

Desde Cervantes hasta Vicente Aleixandre, pasando por los románticos e incluso algún escritor internacional, ningún artista que haya tenido alguna conexión con Sevilla ha podido resistirse a su potente influencia. Inspiración de todos y cobijo de muchos, la historia literaria de la ciudad acoge a uno de los movimientos más importantes de la literatura española, la Generación del 27, y a autores cuya importancia se proyecta hoy mucho más allá de nuestras fronteras.

Conocida por su especial color, Sevilla queda anclada en el tópico de la hermosura de su paisaje. Y si bien no se puede negar la sinceridad de tal naturaleza, reducirse a concebir a esta ciudad como una guardiana de belleza callejera es un enorme error. Más que el continente, el tesoro de Sevilla lo conforman todas las letras que han surcado los ríos de piedra que acompañan al Guadalquivir en su cauce. Agolpados a lo largo de los siglos, son muchos los artistas que han encontrado en la antigua Hispalis fuente de inspiración. A los pies de sus puentes y jardines, la ciudad ha visto germinar nuevos movimientos literarios y figuras poéticas y de la narrativa que hoy son estudiadas en toda la Península. Lo que actualmente es conocido como centro histórico fue antaño el cobijo de escritores enamorados de la ciudad y que la reflejaron en sus obras de manera magistral e imperecedera. Si el viajero quiere desengranar la huella que la literatura ha dejado en Sevilla, rebuscar en los muros pétreos le regalará placas, azulejos y monumentos en memoria de aquellos que le rindieron culto. Desde Cervantes hasta la generación del 27 (y todos los que la preceden) recorrieron las callejuelas que hoy se disponen ante nuestras ansias de conocer la capital andaluza. Sevilla como musa literaria florece ante nuestros ojos.

El ojo de la barandilla recoge, como si de una bola de cristal se tratase, las fachadas del Paseo de Colón y la torre de la Giralda | © Ojo Digital

El ojo de la barandilla recoge, como si de una bola de cristal se tratase, las fachadas del Paseo de Colón y la torre de la Giralda | © Ojo Digital

La literatura española encuentra en Andalucía, y en Sevilla en particular, una cantera numerosa de artistas de las letras. Puede que la facilidad que tiene la ciudad de engancharse a las mentes creativas se deba a su diversidad cultural, a haber sido reina romana, visigoda, musulmana y cristiana. Haber confluido en ella tal cantidad de influencias culturales la ha dotado de un aura literaria propia, cuyo máximo exponente se encuentra en los polvorientos libros de poesía que todo buen lector colecciona en la estantería. Cernuda, Bécquer, García Lorca, Guillén… una lista soberanamente amplia tanto en sus miembros como en su temporalidad. Sin embargo, puede ser destacado como uno de los mayores fenómenos poéticos sevillanos la conjunción de todos los integrantes de la generación del 27, que encontraron en Sevilla el cobijo perfecto para sus pretensiones literarias, que buscaban romper con las normas estilísticas establecidas. Así, la ciudad se instauró como impulsora de la vida cultural andaluza además de la castellana, permitiendo el desarrollo de nuevas corrientes que serían más tarde imitadas por el resto de artistas.

Es casi de obligación empezar hablando del que es el referente narrativo de la literatura española y padre del famoso hidalgo y del fiel escudero: Miguel de Cervantes Saavedra. Sabido su nacimiento en Alcalá de Henares en 1547, no se tienen datos precisos del lugar en el que realizó sus primeros estudios. Bien pudo ser Valladolid como Córdoba o Sevilla. Conocido es por El Manco de Lepanto tras participar en esta batalla en 1571. Diecisiete años más tarde viaja a Andalucía como comisario de prisiones de la Armada Invencible y en 1588 se establece en Sevilla. Trabajaba recaudando impuestos y cobrando a deudores cuando su banco quebró, lo que le llevó a ser prisionero de la Cárcel Real de la ciudad. Sitos en el número 85 de la calle Sierpes y alzando la vista se puede leer: En el recinto de esta casa, antes Cárcel Real, estuvo preso (1597 y 1592) Miguel de Cervantes Saavedra. Aquí se engendró par asombro y delicia del mundo El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Y es que, de forma tan deliciosa, así deja entrever Cervantes en el prólogo de su obra cómo los fríos aposentos de la cárcel fueron testigos de la creación del caballero andante que andaba a palos con los molinos: Y, así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? Se termina Sierpes y se aparece ante la mirada la Plaza de San Francisco, otrora vista por Cervantes y que mencionó en las Novelas Ejemplares de Rinconete y Cortadillo y Coloquio de Cipión y Bergara. No fue la única plaza que Cervantes plasmó en papel. Bajando la Avenida de la Constitución, se toma la calle Alemanes y se desemboca en calle Placentines, que nos dirige a la Plaza Virgen de los Reyes. En ella un azulejo recuerda cómo Cervantes mencionó el Corral de los Olmos, nombre que recibía en aquella época la plaza, en la comedia El rufián dichoso. La obra cervantina hizo de Sevilla parte de su paisaje y la ciudad se lo devolvió erigiendo un monumento al autor en la calle Entre Cárceles. Miguel de Cervantes, de color bronce, sostiene un ejemplar de Don Quijote en una mano y la empuñadura de una espada en la otra. Escritor y militar unidos sobre un monolito de piedra que lo eleva a la mirada del caminante.

Miguel de Cervantes, inmortal | © Estado de Sevilla

Miguel de Cervantes, inmortal | © Estado de Sevilla

De la época de Cervantes, otros nombres sobrevuelan el cielo de la ciudad. Testigo de ello fue la Taberna “Las Escobas”, cuya existencia data del 1386 y hoy ya sólo viva en el recuerdo, en la que se reunían eruditos del momento. Puede que la sociedad no haya cambiado tanto y la creatividad se filtrara a hurtadillas, tanto antes como ahora, por las puertas de los bares. De su existencia sólo queda un azulejo en la calle Álvarez Quintero, donde se puede leer que a ella concurrieron, entre otros ingenios, glorias de las letras universales, Cervantes, Lope de Vega, Lope de Rueda, Bécquer, Dumas, Lord Byron, Montoto y los hermanos Álvarez Quintero.

Los románticos y Sevilla: un amor platónico y literario

Dando saltos por la historia y por Sevilla, llegamos al Romanticismo y a la calle Conde de Barajas, perpendicular a la extensa calle Jesús del Gran Poder. En su número 18, una placa nos hace revivir la vida del mayor exponente del movimiento romántico en nuestro país y uno de los mejores evocadores del amor de la historia: Gustavo Adolfo Bécquer. La calle Conde de Barajas era antaño la conocida como la ancha calle de San Lorenzo, en cuya novena casa nació Bécquer en 1836. El contacto con la literatura le llega a un joven Bécquer a través de la biblioteca que en casa tiene su madrina y reside en la calle Potro entre 1850 y 1852. Pero será la zona céntrica la que abrirá las puertas del amor al que será el iniciador de la moderna tradición poética en castellano. En su tiempo calle Velázquez, actual calle Triperas, acogió en sus aceras el amor de Bécquer por Julia Cabrera, al menos hasta su marcha a Madrid, la cual costeó su tío con el fin de prosperar en la literatura. Puede que a ella le escribiese aquellos desgarradores versos: Asomaba a sus ojos una lágrima/ y a mis labios una frase de perdón./ Habló el orgullo y se enjugó su llanto/ y la frase de mis labios expiró./ Yo voy por un camino, ella por otro/ pero al pensar en nuestro mutuo amor,/ yo digo aún: ¿por qué callé aquel día?/ y ella dirá: ¿por qué no lloré yo? Sevilla fue siempre recordada por el poeta, apareciendo como escenario en rimas y leyendas. Así, Maese Pérez, el Organista es una leyenda sevillana que tiene lugar en el Convento de Santa Inés. O La promesa, en cuyo inicio Pedro rompe el corazón de su amada Margarita al decirle que debe marcharse junto al Conde de Gomara para unirse al rey Don Fernando en la lucha por sacar a los infieles de Sevilla. La consuela prometiendo que volverá: No llores, por Dios, Margarita; no llores, porque tus lágrimas me hacen daño […] conquistaremos Sevilla, y el rey nos dará feudos en las riberas del Guadalquivir a los conquistadores. Entonces volveré en tu busca y nos iremos juntos a habitar en aquel paraíso de los árabes, donde dicen que hasta el cielo es más limpio y más azul que el de Castilla. La leyenda La Venta de los Gatos se inspira en un ventorrillo andaluz (en mitad del camino que se dirige al convento de San Jerónimo desde la puerta de la Macarena) y hace una descripción magnífica de la vida que en aquellas épocas se respiraba en estos puntos de encuentro. Felicidad pura y cantares: Compañerillo del alma,/ mira qué bonita era:/se parecía a la Virgen/ de Consolación de Utrera. Junto al cervantino, este es el legado en letras que un referente como Bécquer regaló a Sevilla. La ciudad, agradecida, lo personó en una de las estatuas más bellas de la ciudad, en medio del Parque de María Luisa, entre el verde escondrijo del ciprés de los pantanos. Con forma de glorieta, junto a la estatuilla de Bécquer se encarnan los amores que él mismo sufrió y vomitó en sus poemas: el ilusionado, el poseído y el perdido.

Glorieta de Bécquer, en el corazón del Parque de María Luisa | © Quinta Esencia Andaluza

Glorieta de Bécquer, en el corazón del Parque de María Luisa | © Quinta Esencia Andaluza

En enero, Sevilla tiene frío. Y así era también en el 1851, donde todo yacía frío, silencioso y triste en la invadiente oscuridad de una noche de Diciembre; una espesa cortina de nubes cubría las estrellas, que son, según dice un poeta, los ojos con que mira el cielo a la tierra. Tal que así empieza La hija del Sol, de Fernán Caballero, otra de las figuras destacadas del panorama literario sevillano y que se evoca con facilidad en la calle de su mismo nombre, afluente de la calle San Eloy. Allí una placa recuerda la muerte de esta escritora nacida en Suiza cuyo nombre real era Cecilia Böhl de Faber y Larrea. Aún heredera de la estética romántica, irá más allá y abrirá el paso a la gran novela española de la segunda mitad del siglo XIX con la publicación de La Gaviota en 1849. Su Sevilla personal llega cuando más lo necesita. Tras el suicidio de su marido, los duques de Montpensier y la reina Isabel II la protegieron y le brindaron una vivienda en el Patio de Banderas del Alcázar de Sevilla. De aquel contacto con lugar de tan apabullante belleza nace El Alcázar de Sevilla, un intento de descripción del edificio, a pesa de que ella misma encabece el texto diciendo que se trata de una difícil y aun ardua tarea […] porque no hay cosa más indescriptible. Ya en su momento el Duque de Rivas guiñó un poemilla a sus espacios: Magnífico es el Alcázar/ con que se ilustra Sevilla;/ Deliciosos sus jardines,/ su excelsa portada, rica. Sin embargo, en 1868, la escritora debe abandonar aquel lugar que tanto ama ya que la revolución de este mismo año provoca que las viviendas allí instaladas se pongan a la venta. En 1877, el 7 de abril, fallece, tal y como versa la placa antes reseñada que se esconde en la calle Fernán Caballero.

Sevilla como semilla de la Generación del 27

Puede que el movimiento literario con más peso que se ha desenvuelto sobre tierras sevillanas haya sido la Generación del 27. Juega una importancia supina el Ateneo de Sevilla, lugar de congregación de los que más tarde conformarían dicho grupo literario. Fue el gran expositor e impulsor de que la actividad literaria emergente se organizase y no se perdiera. Conexiones entre los eruditos y permisividad a la hora de hacer tertulias y homenajes. Todo un campo arado con el mejor de los abonos para que creciese, a la luz de los soles del sur, una de las generaciones de la literatura española más influyentes.

Sin embargo, que este fenómeno literario se diera no fue azaroso, sino gracias a la ayuda de Juan Antonio Cavestany. La anterior generación, conocida como la del 98, afectada por la crisis política y social que se vivía en ese momento, emigró en su gran mayoría. Esto conllevó que pasaran diez años sin que hubiera intercambio cultural entre los poetas españoles y los intelectuales del otro lado del charco. Se rompe un lazo que ayuda a la progresión de las formas y los temas en la literatura, que atraía vanguardia y renovación. Este enfriamiento desaparece gracias a la visita que Juan Cavestany realiza a La Habana en 1910. Poco a poco, vuelven a ponerse en marcha los vínculos culturales hasta que el flujo de intelectuales, en la década de 1920, se hace constante. Cavestany nace en Sevilla en 1861, tal y como la calle Zaragoza recoge en una placa. Su literatura fue temprana, publicando a los dieciséis años El esclavo de su culpa, que recoge éxito nacional e internacional. Mas su carrera como literato queda truncada por la política, alistándose en las filas del Partido Conservador. Aún así, en su producción literaria no se olvida de la ciudad, creando uno de los poemas más conocidos del ya citado Parque de María Luisa: Escuche usté, amigo:/ ¿Ha estao usté en Sevilla?/ ¿Ha visto usté el parque/ de María Luisa?/ ¿Qué no lo conoce?/ ¿Qué no ha estao usté allí?/ Pues…, usté no sabe/ lo que es un jardín. Y en ese mismo poema, saca los colores al río que es guardián de la ciudad: ¡El Guadarquiví!…/ el río de la gracia y del salero,/ que en eso da lecciones al mar,/ porque el mar es más grande, tié más agua…/ pero menos sal. Tras el espíritu de entendimiento e intercambio cultural que recupera Cavestany, el terreno es más rico para la creación y los poetas que más tarde formaran parte de la Generación del 27 viajan cruzando el océano.

Placa que recuerda a Cavestany | © Sevilla Daily Photo

Placa que recuerda a Cavestany | © Sevilla Daily Photo

La fecha clave de la generación se envuelve en la calle Orfila, 7. El edificio de El Ateneo de Sevilla resguarda sobre sus muros una preciosa historia en el mundo de la literatura. El 1927 fue el año que hermanó a los poetas gracias a la celebración del tricentenario de la muerte de Góngora, en el que participaron Federico García Lorca, Rafael Alberti, Jorge Guillén, Gerardo Diego, José Bergamín, Juán Chabás y Dámaso Alonso. Faltaban en el elenco Vicente Aleixandre y Cernuda, éste último entre el público. El sentimiento que unía a estos escritores era recuperar del olvido a Góngora, menospreciado por la crítica. De ello quedan muestras como el Soledades, de Alonso; Antología poética en honor de Góngora, de Gerardo Diego; un poema que le dedicó Vicente Aleixandre en su libro Nacimiento último; u otro en su honor escrito por Cernuda en Realidad o deseo. Esta admiración y dedicación a Góngora la explica Dámaso Alonso en su libro Góngora y la cultura contemporánea. La revalorización que se hace de la figura gongoriana se inicia en Francia con los simbolistas, que será recogida por los modernistas, fundamentalmente Ruben Darío. Darío es una figura referente para el grupo del 27, por lo que de él cogen el testigo de quitar el polvo a la herencia de Góngora. Lo ven como un signo de vanguardia que maneja como nadie la metáfora y el antirrealismo. Conecta a la perfección con la concepción maldita del poeta, muy bien reflejada en Cernuda, que sigue la tradición romántica de la función del poeta y muestra mucha rebeldía y un sentimiento ahogante de frustración en sus poemas.

De esta forma, Sevilla fue dorado telón de una trama literaria que se saldó con una generación de poetas y amigos. Coincide esta Sevilla con la búsqueda de la modernidad, preparatoria para la Exposición Iberoamericana de 1929, para la cual se construiría, por cierto, la Plaza de España. Sus calles, su catedral, las formas que toma el paisaje bajo las sombras del legado musulmán suponen fuente inagotable de inspiración para ellos. Ejemplos es el soneto de Gerardo Diego, Giralda, oda a la torre y símbolo de la ciudad: Al contraluz de luna limonera,/ tu arista es bisel, barbera/que su más bella vertical depura./ Resbala al tacto su caricia vana./ Y, mudéjar te quiero y no cristiana./ Volumen nada más: base y altura. Por su parte, García Lorca, en su Poema del Cante Jondo escribe la “Baladilla de los tres ríos”, exaltando el Guadalquivir y a Sevilla frente a Granada con una perfecta comparación de la melancolía puramente granadina con la alegría derrochada por lo andaluz: Para los barcos de vela,/ Sevilla tiene un camino;/ por los ríos de Granada/ sólo reman los suspiros/ ¡Ay, amor/ que se fue y no vino!/ Guadalquivir, alta torre/ y viento en los naranjales./ Darro y Genil, torrecillas/muertas sobre los estanques.

 Sin embargo, dos figuras son destacadas en cuanto a su conexión con Sevilla. Es su ciudad natal y la que inspiró la mayor parte de su obra. Son Luis Cernuda y Vicente Aleixandre. El número 6 de la calle Acetres acoge un azulejo con el nacimiento de Cernuda. Siempre cercano a las letras, asistía terminando la carrera a tertulias organizadas por Pedro Salinas con Higinio Capote y Joaquín Romero Murube. Publica en revistas como Litoral, nacida del matrimonio formado por Concha Méndez y Manuel Altolaguirre; y en 1927, publica su primer libro lírico, Perfil del aire, que fue duramente criticado por Juan Ramón Jiménez. Tal y como antes se decía, la concepción de poeta maldito de Cernuda lo hacía sentirse, tal y como él escribió, como naipe cuya baraja se ha perdido. El recuerdo del nacimiento de Vicente Aleixandre, por su parte, descansa en Puerta de Jeréz, en el Palacio de Yandurai. De él se dice que nació poeta. Miguel Hernández, en su libro Vientos del pueblo le dedicaba las siguientes palabras: Vicente, a nosotros, que hemos nacido poetas entre todos los hombres, nos ha hecho poetas la vida junto a todos los hombres. Su obra fue galardonada en 1977 con el Premio Nobel de Literatura. Obras surrealistas como La destrucción o el amor o Espadas como labios lo definieron en su primera época, pasando después a una etapa más realista en Un mundo a solas y acordándose de su infancia a caballo entre Sevilla y Málaga en Sombra del paraíso.

Aleixandre conoce a Cernuda en Madrid y asisten juntos a tertulias, acompañados también de Lorca. Este último es quien presenta a Cernuda a Serafín Fernández Ferro, actor gallego del que se enamoró perdidamente y a cuyo amor insatisfecho dedicó sus obras Donde habite el olvido y los placeres prohibidos. En 1936, poco antes de estallar la Guerra Civil, publica la primera edición de su obra poética completa, La realidad y el deseo. A medida que avanzaban en su vejez, ambos poetas perdían ilusión por su país y por su propia creación. Así, Cernuda apuntaba en Desolación de la Quimera que España es “un país donde todo nace muerto, vive muerto y muere muerto” y Aleixandre escribía versos irremediablemente cercanos a la sensación de decir adiós: Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos vivan./ ¿Vivir en ellas? Las palabras mueren./ Bellas son al sonar, mas nunca duran […] Duerme./ La noche es larga, pero ya ha pasado.

Aleixandre, Cernuda y Lorca | © Centro Virtual Cervantes

Aleixandre, Cernuda y Lorca | © Centro Virtual Cervantes

 Los poetas olvidados

Escribía Cernuda en otra de sus poesías: Sacudimiento extraño/ que agita las ideas/ como huracán que empuja/ las olas en tropel. Y así, en tropel, los poetas se agolpaban a las puertas del éxito durante la época de la Generación del 27, pero no todos consiguieron el reconocimiento atemporal del que gozan los nombres más conocidos del grupo. Se debe traer a colación el importante papel que jugó en este ámbito la revista sevillana Mediodía. La publicación, desarrollada entre 1926 y 1929, se consagró como el eje más importante de difusión de la nueva literatura de Sevilla. Es característico de los escritos que acogió en su seno que se fusionase tradición y vanguardia (siguiendo la estela de los del 27) pero, además, al tratarse de poetas afincados en Sevilla, tenían un acercamiento enorme y de especial sensibilidad a los motivos locales, alejándose de los tópicos. Por ejemplo, el trato literario que le dieron a la Semana Santa elevó el cariz intelectual del tema sin renunciar a su condición de cercanía para con lo popular.

Son poetas Joaquín Romero Murube, Alejando Collantes de Terán, Rafael Laffón, Juan Sierra, Rafael Porlán o José María Izquierdo. De este último, ostenta la calle Castellar, a la altura del número 59, una placa que rememora su nacimiento. Izquierdo fue juzgado por Cernuda en Divagando por la Ciudad de la gracia, dentro de su libro Ocnos. En él, decía de Izquierdo que “tiraba a la calle su talento” porque sufría un “pecado de amor” por Sevilla. Y es que si existe un poeta arraigado a la ciudad, fue Izquierdo, que nunca quiso marcharse ni escalar al público nacional, pues se bastaba y se enorgullecía de todo aquello que entraba dentro de su Sevilla. De hecho, se adelanta a su tiempo y, junto a José Andrés Vázquez, formula una primera idea cultural y política de Andalucía.

El disimulado gracias que Sevilla le da a Jose María Izquierdo | © Galeón

El disimulado gracias que Sevilla le da a Jose María Izquierdo | © Galeón

A Sevilla se le conoce por su especial color, pero no hay paleta de pintor que pueda competir con los versos que se escribieron en las ensoñaciones de sus jardines. Callejuelas y corrientes del Guadalquivir vieron a palabras de poetas desembocar en regalos de tinta. Sevilla, como más bella está, es escrita.