Una vuelta al cole militarizada

“Ni todas las leyes de Washington ni todas las bayonetas del ejército pueden obligar al pueblo sureño a romper con la segregación y admitir a la raza negra en nuestros teatros, nuestras piscinas y nuestras escuelas”.

 Strom Thurmond, candidato a la presidencia de EEUU en 1948.

El discurso de investidura del presidente Kennedy pilló a James Meredith limpiando bayonetas. Las palabras inaugurales del joven de Massachusetts, católico e irlandés, que había llegado a ser el hombre más poderoso de la Tierra tuvieron tal impacto en James que lo llevaron a abandonar el ejército después de nueve años de servicio a la patria. Preguntándose qué podía hacer él por su país e inspirado por la idea de que el conocimiento era la única cosa que nadie le podía quitar, James decidió ejercer sus derechos constitucionales y solicitar una plaza para estudiar en la Universidad de Mississippi. A pesar de su impecable expediente académico y su larga trayectoria como veterano de guerra, James fue rechazado por los servicios de admisión de la universidad. Ser de la raza correcta resultó ser un requisito administrativo indispensable.

A principios de la década de 1960, los afroamericanos de los Estados sureños seguían sufriendo la represión de instituciones políticas y económicas que les condenaban a la irrelevancia social y la pobreza. Gracias a sistemas electorales diseñados para que los negros no pudiesen votar, estados como Mississippi o Alabama habían consagrado en la ley de forma aparentemente democrática la segregación racial. Sin embargo, como parte de los Estados Unidos de América, los estados sureños estaban vinculados por la Constitución Americana y la legislación federal, lo cual tendría un impacto fundamental en las instituciones sureñas a partir de la Segunda Guerra Mundial, cuando el movimiento por los derechos civiles de los negros se hizo oír en los estados del norte.

James Meredith decidió ejercer sus derechos constitucionales y estudiar en la Universidad de Mississippi

La intervención federal para cambiar las instituciones en el Sur comenzó en 1944 con la sentencia del Tribunal Supremo que declaraba que las elecciones primarias en las cuales solo los blancos podían votar eran inconstitucionales. Esta decisión fue seguida en 1954 por el famoso caso Brown contra Consejo de Educación de Topeka, en el que el Tribunal Supremo sentenció que la segregación racial en las escuelas y otros lugares públicos, consagrada en la ley por los estados sureños, era contraria a la Constitución de los Estados Unidos. A pesar de la obligatoriedad de las sentencias del alto tribunal, muchos estados sureños mantuvieron la separación por razas alegando su hecho diferencial frente a las injerencias de Washington.

El tiempo les quitaría la razón. Las decisiones del Tribunal Supremo significaban que las instalaciones educativas sureñas debían ser desegregadas, incluyendo la Universidad de Mississippi en la ciudad de Oxford. En 1962, tras una larga batalla legal, un tribunal federal dictaminó que James Meredith, un joven negro veterano de las fuerzas armadas, debía ser admitido en la Universidad de Mississippi. El gobernador del Estado, Ross Barnett, repudió en una intervención televisiva la desegragación impuesta por los órganos judiciales, anunciando que las universidades estatales cerrarían antes de admitir a negros.

James Meredith siendo escoltado en el campus por funcionarios federales

James Meredith siendo escoltado en el campus por funcionarios federales | Library of Congress

Finalmente, tras una larga negociación entre Barnett y el presidente Kennedy, el gobierno federal intervino para ejecutar la sentencia por la fuerza. Kennedy fijó un día en que el que James sería escoltado en el campus por 500 alguaciles (U.S. marshalls), un cuerpo policial encargado de la ejecución de las órdenes de los tribunales federales. Anticipándose, los supremacistas blancos se empezaron a organizar. El 30 de septiembre, un día antes de la llegada de James, los alguaciles irrumpieron en el campus de la universidad y rodearon el principal edificio administrativo para protegerlo de forma preventiva. Si el lector puede imaginarse la UXA rodeada por la Unidad de Intervención Policial se dará cuenta de lo tenso de las circunstancias.

La noche del 30 de septiembre, el presidente Kennedy apareció en televisión para explicarle al pueblo americano la situación en la Universidad de Mississippi. En un discurso que pasaría a la historia, Kennedy aseguró que “la Nación americana está fundada en el principio de que el cumplimiento de la ley es la eterna salvaguarda de la libertad y que el desafío a la ley es el camino más seguro hacia la tiranía”. El presidente defendió que “todo ciudadano es libre de estar en desacuerdo con la ley, pero no de desobedecerla, pues en un gobierno de leyes y no de hombres, ningún hombre, por importante o poderoso, y ningún grupo de personas, por ingobernable o bullicioso, tiene derecho a desafiar a un tribunal de justicia mediante el uso de la fuerza”. Mientras millones de americanos escuchaban en sus casas esta apasionada defensa del imperio de la ley, en el campus de la Universidad de Mississippi se desató la violencia.

Más de 2.500 personas armadas irrumpieron en el recinto universitario de madrugada protestando contra la admisión de James Meredith. Los alguaciles utilizaron gas lacrimógeno para dispersar a los manifestantes, pero éstos respondieron, primero con insultos y luego con con rifles Winchester modelo 1200. A las 3 de la mañana el presidente Kennedy desplegó al Batallón 503 de la Policía Militar del Ejército de los Estados Unidos para restaurar el orden. Pronto había 20.000 soldados y 11.000 guardas nacionales en la ciudad de Oxford, muchos de los cuales resultaron heridos durante la confrontación. Los disturbios se saldaron con 300 arrestos, 70 heridos, dos muertes, y una canción de Bob Dylan, Oxford Town. A pesar de todo, Meredith decidió quedarse en la Universidad de Mississippi, donde, protegido de las amenazas de muerte y escoltado permanentemente por 300 soldados, acabó graduándose en Ciencias Políticas. 

Los carros blindados del ejército federal irrumpen en la Universidad de Mississippi | Library of Congress

Los carros blindados del ejército federal irrumpen en la Universidad de Mississippi | Library of Congress

El caso de James Meredith sirve para ilustrar las dramáticas consecuencias de que los poderes públicos ignoren la ley y las decisiones de los tribunales. En los sistemas federales como el estadounidense, o en los cuasi federales como el Estado de las Autonomías español, la arquitectura política se basa en las ideas de autonomía y lealtad federal. Si el Estado central interviene indebidamente en asuntos regionales o si las entidades federadas desobedecen la Constitución, el equilibrio federal se rompe para dar paso al cumplimiento de la ley por la fuerza.

Las leyes del Derecho no se cumplen por sí solas, al contrario de lo que sucede con las leyes de la termodinámica o las leyes del capitalismo, sino que necesitan de la fuerza coactiva del Estado. Sin embargo, antes de llegar a tales extremos, es necesario recurrir a los instrumentos que nos ofrece la democracia para acordar cambios institucionales a través del debate y el diálogo. En el caso español, uno echa en falta un presidente que defendiese el imperio de la ley tan bien como lo hizo Kennedy.