Los Juegos y el hambre
Agua y fuego. Ilusión y tradición. Un Estadio Olímpico de Atenas abarrotado acoge la que es, probablemente, la ceremonia de inauguración de unos Juegos Olímpicos más bella jamás vista. El mundo entero contempla con admiración el espectacular despliegue con el que los helenos dan por comenzada la nueva Olimpiada. Lo que los griegos desconocen es que, conforme la llama del pebetero asciende hasta mezclarse con el juego de luces que inunda el cielo de Atenas, se acercan más y más a la peor crisis que jamás haya azotado su país. La cruel ironía del destino hizo que el regreso de los Juegos Olímpicos a la tierra que los vio nacer no fuese más que otra piedra en su camino, lento pero inexorable, hacia el desastre. Un 13 de agosto de 2004, en pleno corazón de la Hélade, Grecia selló su destino.
Celebraciones. Medallas. Luego, el silencio. Diez años después, los esqueletos de una Ciudad Olímpica muerta contemplan Atenas. Las gradas donde los griegos vibraron con sus mejores deportistas están ahora destrozadas. Los carteles que anunciaban el mayor evento deportivo del mundo no se distinguen entre la vegetación que ha cubierto los estadios. La inmensidad de las piscinas olímpicas está ahora llena de unas aguas emponzoñadas que hacen que ver el fondo sea tan difícil como adivinar cuándo saldrá Grecia de la crisis que asola el país.

Atenas dio a los Juegos la bienvenida en su vuelta a casa. 10 años más tarde… | Fuente: Milos Bicanski, Getty Images.
El propio COI asume que, por regla general, la celebración de unos Juegos Olímpicos no suele ser particularmente beneficiosa para el encargado de organizarlos. Quizás en el caso de Barcelona ‘92 nos encontremos con una de las pocas excepciones. Grecia, sin embargo, representa la otra cara de la moneda: el país sigue pagando los costes. Las instalaciones necesarias, como es costumbre, no existían. Hubo que construirlas. Por si fuera poco, los plazos no se cumplieron. Conforme se acercaba la cita olímpica aumentaron las prisas: se trabajaba en las obras 24 horas y la construcción a contrarreloj duplicaba los costes previstos en un principio. A pesar de todos los impedimentos, el 13 de agosto todo estaba listo para dar comienzo a los Juegos Olímpicos.
Una vez concluidos, la idea de las autoridades era privatizar la gestión de la mayoría de instalaciones deportivas construidas para la ocasión para evitar asumir los colosales costes de su mantenimiento. Sin embargo, los desacuerdos entre el Gobierno Central y los municipios afectados hicieron que este proceso no se pudiese llevar a cabo. De este modo, fue el dinero griego el que se encargó de mantener unas instalaciones que, en su mayoría no se utilizaban. A día de hoy, tan solo el imponente Olympic Indoor Hall de Atenas se llena asiduamente para los partidos de la sección de baloncesto del Panathinaikos. El Estadio Olímpico alberga los partidos del AEK de Atenas, un histórico del fútbol griego… ahora en Tercera División. El velódromo, una de las piscinas y la cancha de tenis sólo se utilizan en entrenamientos. El resto de instalaciones permanecen cerradas. Bueno, hay una excepción: la pista de bádminton, reconvertida a teatro.
Las mejoras en infraestructuras sí podrían haber reportado beneficios a los griegos, pero también hay casos llamativos: el actual Aeropuerto Internacional Eleftherios Venizelos de Atenas sustituyó en 2001 al antiguo aeropuerto internacional de la capital, que permanece inactivo desde entonces. Esta descomunal inversión, evidentemente, le ha salido cara a Grecia: si en 2003 su deuda externa era de 182.000 millones, en 2004 ya ascendía hasta los 201.000. El 112% de su PIB. Poniéndolo en contexto: en España, tras una crisis demoledora, nuestra deuda ronda el 100% del PIB. Este esfuerzo sobrehumano tiene buena parte de culpa en la actual deuda externa de Grecia que, a día de hoy, equivale al 175% de su PIB. Como explicaba a EFE hace un par de años Damianós Manologlu, un hostelero ateniense que ha tenido que abandonar su negocio, “lo único que queda de los Juegos Olímpicos son las deudas”.

Algunas instalaciones no han sido utilizadas desde los Juegos. La vegetación se ha apoderado de ellas. | Fuente: Milos Bicanski, Getty Images.
Mención aparte merece el coste de la seguridad: al ser los primeros Juegos Olímpicos desde el 11 de septiembre de 2001 y con el atentado de Atocha todavía reciente, el gasto se disparó hasta los 1.000 millones de euros. Un coste razonable teniendo en cuenta las circunstancias, si no fuese por quien recibió ese contrato: Siemens, una empresa que, según afirmaba el periodista de investigación griego Tasos Talloglou en su libro The Network – File Siemens, había sobornado a las autoridades griegas para ganar gran cantidad concursos públicos. Es más, Talloglou iba más allá con su acusación: “Grecia ha recibido más dinero negro en sobornos de Siemens entre finales de los años 90 y 2004 que ningún otro país de la Unión Europea”. Estas afirmaciones no son simple conspiranoia, ya que en 2012 el propio gobierno griego exigió a Siemens 270 millones de euros para no llevar ante la justicia estos sobornos.
Llama la atención que, aunque haya gastos como los 1.000 millones en seguridad que conocemos con exactitud, se ignora cuál ha sido el total invertido y perdido en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Dependiendo de la fuente consultada, las cifras bailan entre 13.000 y 27.000 millones de euros. Los gobiernos de PASOK (que gobernó hasta 2004, justo antes de la celebración de los Juegos) y Nueva Democracia (partido en el gobierno actualmente y durante la celebración de los Juegos) no han tenido a bien explicar más sobre el coste de este evento deportivo.
Para terminar, una curiosidad. La cúpula del Estadio Olímpico corrió a cargo de un ilustre arquitecto al que por aquí conocemos muy bien: Santiago Calatrava. Su coste ascendió hasta los 130 millones de euros y, a día de hoy, se encuentra inservible ante la imposibilidad de pagar su mantenimiento.
Volvamos a 2004. Un joven griego surca en un barco de papel las tranquilas aguas del lago improvisado que ocupa buena parte del Estadio Olímpico de Atenas. De aquellos barros, estos lodos. El barco de papel sigue igual de frágil, pero la laguna pasa a convertirse en un mar azotado por la tempestad. ¿Volverán las aguas a su cauce?
Foto de portada: Yannis Behrakis | REUTERS.